Luis Sepúlveda, uno de los escritores latinoamericanos más leídos en Europa, ha fallecido a los 70 años tras varias semanas luchando contra el Covid-19. ¡Un viejo que leía novelas de amor' (1988), la obra por la que se hizo conocido, vendió unos 20 millones de ejemplares y fue leída por varias generaciones. Apenas 100 páginas de oda a la naturaleza y al amor, y autocrítica severa. Hemos preguntados a varios uppers qué estaban haciendo cuando leyeron el libro y qué les hizo sentir en aquella otra vida pre pandemia.
El argumento es relativamente sencillo: José Antonio Bolívar Proaño, un anciano solitario del El Idilio, un remoto pueblo en plena selva amazónica, decide matar las noches leyendo novelas de amor. Amor del verdadero, del que hace sufrir. Nos emociona el personaje, pero también el respeto al medio ambiente y el tono ecologista. Pero, ¿cómo lo leímos entonces?
"Me río cuando pienso en cuántos libros necesitaba meter en mis maletas, a pesar de lo que pesaban. Esta novela la asocio a uno de mi verano en Menorca. Sol, mar, tranquilidad.
El título me resultó muy sugerente y me fascinó el amor de su protagonista por la literatura romántica en una época en la que la sensibilidad masculina no tenía muy buena prensa. Igual que él, también me he sentido muchas veces incómodo y ajeno a muchas de las ambiciones humanas. El libro es hoy un golpe de realidad para nuestra generación".
"Descubrí esta novela en 2000, embarazada de mi segundo hijo. Después de dos abortos, tuve que recluirme en casa, sin apenas moverme, unos cuatro meses. 'Un viejo que leía novelas de amor’ era uno de esos libros arrinconados en la librería. Ojeé unas páginas y me pareció que podía tener una lectura ágil y agradable.
Al enterarme del fallecimiento de Sepúlveda no he podido dejar de echar la vista atrás con un nudo en la garganta. Encerrada igual que estaba entonces, pero por motivos bien diferentes, he vuelto a abrir el libro y me hace pensar en la relación que tenemos con la vida, en el respeto que debería infundirnos el simple hecho de vivir. Hemos hecho caso omiso a autores como Sepúlveda tratando con soberbia absoluta a nuestro planeta".
"La primera vez que lo leí fue durante uno de los cursos de verano de El Escorial, entre clase y clase. Fue en 2002. Me divertía el modo de describir la figura del alcalde y la burla que hace de él el autor. "Cada cierto tiempo, hundía los pies en el lodazal burbujeante y parecía que el fango se tragaba aquel cuerpo obeso". La denuncia de la clase política que recorre sus páginas, igual que la crítica social o el modo de repudiar la depredación ambiental, han ido cobrando cada vez mayor actualidad.
Lo he vuelto a leer una y otra vez. Sepúlveda no puede describir mejor la lucha por la supervivencia en un mundo hostil. Es una preocupación con la que hemos crecido, pero lejana. Hoy, encerrados en nuestras casas, se hace patente ese enfrentamiento que ya planteaba el autor entre dos mundos: el civilizado y el de la naturaleza. Hoy la amenaza no son las fieras salvajes, sino una molécula invisible que anda al acecho de todo ser humano.
Ojalá en esos años en los que dábamos nuestros primeros pasos hubiésemos entendido algo más el mensaje de Sepúlveda. Esta pandemia puede ser ahora ese punto de inflexión que permitió al anciano de la novela adaptarse al entorno, sin prejuicios ni odio en nuestros corazones y aceptando las leyes ancestrales del universo que nos permitirán sobrevivir y ser felices”.
Este es solo uno de los párrafos con los que este profesor invita a sus alumnos a la reflexión: “La novela es un alegato que podríamos llamar ecologista en el sentido de que trata de despertar la sensibilidad del lector hacia la necesidad de proteger espacios naturales únicos en el mundo que corren el riesgo de desaparecer por la voracidad” del hombre blanco, de nuestra civilización occidental. La novela está ambientada en la primera mitad del siglo XX como lo acreditan el autobús o la lancha planeadora que llega al pueblo.
Desde ese momento hasta hoy, el problema no ha hecho más que empeorar. A la amenaza del hombre civilizado o que trata de imponer su modelo de civilización transformando y acabando con el mundo natural, hoy habría que añadir el problema del calentamiento global y el cambio climático como factores de riesgo para estos espacios naturales que constituyen auténticos pulmones para el planeta. Actualmente, los bosques amazónicos siguen desforestándose, indiscriminadamente nos dicen, para la explotación maderera. Su masa forestal se está reduciendo drásticamente –se menciona entre un 40 y un 60% en los últimos 50 años- y, si no hacemos algo para evitarlo, puede que el daño sea irreversible.
Quizás la lección principal sea cómo logra transmitirnos una civilización ancestral perdida en el Amazonas, pero también el valor de los sueños que le llevan a emigrar con su esposa, la fuerza de la supervivencia cuando tras la muerte de esta aprende a vivir dejándose morir, la fuerza de la leyenda oral en el universo mágico de un pueblo, la resignación en la vejez desde la felicidad de las cosas pequeña, sencillas. Es mucho lo que me ha transmitido. La considero una de mis mejores novelas".