"Culparon al padre, luego a la madre y después a la vida. Llegaron a la conclusión de que la vida era un error y vivieron según esa idea". Estas palabras de Luis Antonio de Villena, autor de 'Lúcidos bordes de abismo', condensan el descenso a los infiernos de la saga maldita de las letras españolas, los Panero. El padre, Leopoldo, fue poeta y al mismo tiempo "padre borracho y violento" que se presentaba en público como un caballero cristiano. Una vez fallecido, su mujer, Felicidad Blanc, y los tres hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, hicieron leyenda con sus vidas marcadas por el alcohol, la genialidad, la rareza y la exasperante sombra del progenitor.
El mito de los Panero nace con 'El desencanto', el documental sobre la familia dirigido por Jaime Chávarri y producido por Elías Querejeta. Se estrenó poco después de la muerte de Franco y desencadenó una enorme polvareda en los círculos intelectuales de la época. Resultó el asesinato freudiano del padre, la caída brutal del prototipo de familia católica, patriarcal y autoritaria que el padre quiso aparentar, el vómito desesperado de tres hijos excéntricos y una esposa despechada que, por primera vez, se sintió escuchada. Todos desembuchan su abatimiento, negación, ausencias, ruina económica y una absoluta falta de acomodo a la vida.
Es el patriarca de esta saga de poetas y un hogar que, según se vio más tarde, él mismo se ocupó de enajenar, si bien murió demasiado pronto para asistir al hundimiento. Fue uno de los poetas del régimen, aunque antes estuvo a punto de morir por rojo durante la Guerra Civil. Sus simpatías hacia la República le llevaron a su detención y encierro en la prisión de San Marcos de León. Le habrían fusilado de no haber sido por la mediación de la madre, que suplicó ayuda a Carmen Polo, pariente lejana.
Su hermano Juan, también poeta, murió atropellado por un coche, algo que le marcaría de por vida. En plena posguerra se casa con Felicidad Blanc, republicana, escritora y muy distinguida, y del matrimonio nacen dos poetas, Juan Luis y Leopoldo María, y un escritor, Michi, que él mismo se definió "posmoderno, descuidado y desordenado". Leopoldo disfrutó de la vida cultural de la época y participó en las tertulias que se organizaban en el Café Lyon, en Madrid. En ellas entabló amistad con Gerardo Diego, Luis Felipe Vivanco y, sobre todo, con Luis Rosales. El hombre del misterio, como le llamaba Laín Entralgo, que se movía con aires de diplomático inglés, escribió de manera incansable. Se le consideró un gran hombre de letras, pero como padre y esposo dejó mucho que desear.
De puertas adentro, fue una calamidad y contribuyó a que el ambiente familiar fuese devastador. Murió a los 53 años, por una angina de pecho, sin vislumbrar que casi 15 años después, hijos y esposa ventilarían sus miserias: desde las noches de whisky y sus proezas en los burdeles, hasta los continuos arranques de genio. "Sin duda, un tipo raro y bien curioso", escribió su hijo Juan Luis.
"Fue y supo ser una cabal perdedora", indica Luis Antonio de Villena. Ella misma lo admite en 'El Desencanto': "Habrá tantas mujeres que, como yo, habrán dejado que se oscureciera su inteligencia, perdida la curiosidad por todo, anuladas en su renuncia inútil. Mis hijos me han asegurado que hasta la muerte de Leopoldo no me comprendieron a mí, ni se tomaron la molestia de pensar quién era yo". Hasta su matrimonio, Felicidad era una mujer elegante de la alta burguesía madrileña de antes de la guerra. Buena conversadora, lectora y pensadora. Quiso ser escritora, pero no se le permitió.
Su mayor desgracia fue enamorarse de un hombre que siempre la ninguneó. Tampoco los hijos fueron generosos en sus apreciaciones. El mayor la ignoró, el mediano la amó y odió según le marcaba su trastorno esquizoide y el pequeño al menos admitió que ella le enseñó a sonreír. A la muerte del esposo, "se le cayó todo alrededor y se quedó completamente sola en medio de un panorama en ruinas", dice su hijo Leopoldo en un desgarrador poema.
Destacó como crítico literario, traductor y poeta. Su biografía es menos extravagante que la de sus hermanos, a pesar de sus turbulencias vitales y de la sombra perenne del patriarca. Por edad y personalidad, no compartió con ellos ni referentes literarios ni su modo de concebir la vida. En 'El desencanto' se muestra altivo, egoísta, huidizo e incluso a veces rayando en el absurdo, como cuando sale de un baúl con disfraz de pistolero del Oeste.
Perteneció a la promoción poética de los nueve novísimos, los más renovadores de la década de 1960, aunque él se sintió excluido. A los cinco años escribió sus primeros poemas y en la adolescencia empezó a sufrir los brotes de esquizofrenia que le llevaron a pasar más de 30 años en hospitales psiquiátricos. Su paso por la cárcel, unido al alcohol, las drogas, la enfermedad, los manicomios y sus demonios internos, marcaron una poesía difícil de descombrar. En palabras de Jaime Gil de Biedma, fue un "señorito sablista de Astorga" devorado por el personaje.
Una vez que consiguió dejar atrás la figura del padre, hizo recaer todo el mal sobre la madre, a la que amó y detestó por igual por haberle dado la vida y por consentir su internamiento. "Mi madre nos condenó a todos al alcoholismo por el ahogo. Ahogaba porque no hablaba de lo que estaba pasando", declaró. Indiferente ante este pensamiento, Felicidad se convirtió en una suerte de piedad que sostiene al hijo.
Sus continuas confesiones son demoledoras: "Me he prohibido todas las emociones, porque sufriría mucho. Nadie quiere a un loco. Qué solos se quedan los locos". "Me veo monstruoso. Aplasto los cigarrillos en el suelo, como si fuesen niños". En 'El contorno del abismo. Vida y leyenda de Leopoldo María Panero, su biógrafo Benito Fernández recoge una reflexión esclarecedora de Baldomero Montoya, psiquiatra de Leopoldo: "No es un loco., pero sabe especular muy bien con la locura. Es un hombre mal hecho. Él está dentro de la realidad y la maneja como quiere. Tiene un juego completamente lúcido y racional. Tiene el embrujo del loco que no lo es. Un psicópata listo con garra y con arte".
Es el más genuino de los poetas españoles y su obra 'Poesía completa' es uno de los libros imprescindibles de la literatura española contemporánea. Su muerte marcó la extinción de la saga Panero.
"Todo lo que yo sé sobre el pasado, el futuro y, sobre todo, el presente de la familia Panero es que es la sordidez más puñetera que he visto en mi vida, que son todos una panda de memos, desde las tías a los famosos tatarabuelos", soltó el menor de los Panero en el documental con su habitual tono sarcástico y una mueca burlona en el rostro.
En 1987 se casó con Mónica Molina, la quinta hija del cantante Antonio Molina, aunque el matrimonio no duró más que unos meses. Según escribió Luis Antonio de Villena, a Michi le faltó vocación y "solo le quedó vivir como un precoz perdedor, merodeante y zizzaguero". Él lo expresó con otras palabras: "entre escribir y follar, escogí follar", según cuenta Javier Mendoza, hijo de su segunda pareja, Sisita García-Durán, y editor póstumo de su escasa obra.
Villena achacó su destrucción a su invalidez y a una "desprotección absoluta". A pesar de todo, fue un seductor y el miembro más incrédulo de la familia. "Llega un momento en la vida en que te das cuenta de que todo se ha destruido, que has caído en el derrumbe. Que no se puede achacar a grandes dramas ni a muertes ni a tragedias ni a hecatombes. Son todas las pequeñas cosas que han ido destrozándote la vida, son golpes pequeños, que no se notan. Los golpes cotidianos son los que acaban envejeciéndote".
En 1994 hubo una segunda parte del documental, esta vez bajo la dirección de Ricardo Franco y con el título 'Después de tantos años'. Michi ya no es el chico de rasgos apolíneos de 23 años, sino un hombre avejentado con una lengua devastadora. Michi revela que no le interesa la literatura, ni la familia, ni nada. "Por este orden, me interesa mi perra y punto, y sobrevivir mal que bien". Repite que "lo peor que se puede ser en este mundo es coñazo". Sus dos hermanos lo son y dice que le han torturado "toda la santísima vida con la historia de la literatura y con sus personajes literarios".
"Llega un momento en que dices ¡Ya basta! Encima te quitan beber, tienes una mujer que te pega, ganas poco, no te pagan los artículos, escribes mal, envejeces mal, te quedas paralítico…" Quien escribe escuchó estos lamentos casi a diario desde la redacción de Diario 16, periódico en el que Michi tenía reservada una columna diaria de crítica televisiva. Cuántos días la crónica no llegaba y respondía al teléfono ebrio y agazapado bajo la cama sorteando, según contaba, una buena zurra de su pareja. Cuando llegaba, el texto, siempre desordenado y descarnado, tenía longitud más que suficiente para cubrir una semana. Enfermo y débil, apenas podía sostenerse ya en pie.
Fue el primero en morir y el que anunció el fin de la saga: "Me temo que no vamos a tener descendencia. Somos un fin de raza astorguiano, muy erosionada por el tiempo y que tampoco es nuestra culpa. Llevamos tantos hectolitros de alcohol en nuestra sangre, tanto de padre como de madre, que por lo visto no damos más de sí".