El boom del Canto gregoriano: cuando los monjes de Santo Domingo de Silos le quitaron el cielo a Kurt Cobain
Aquel boom vivido en los 90 es visto hoy como una anécdota, como una diablura del azar, pero aquello inspiró a otros grupos profesionales que lograron un gran reconocimiento internacional
Parecía impensable que un grupo de monjes que cantaba una música litúrgica nacida en la Edad Media se convirtiera en el fenómeno musical del momento
El disco ‘Las mejores obras del canto gregoriano’ (1993) recopilaba un cóctel de antiguas grabaciones de la década de los setenta y despachó miles de unidades
En España, en los primeros años noventa, que no fueron exactamente una resaca de los ochenta pero un poco sí, cuando el grunge era la música que molaba y los Nirvana del genio bipolar Kurt Cobain eran la revelación del momento con su novedoso ‘Nevermind’, surgió un fenómeno musical, del todo impensable, que visto hoy causa estupor. El canto gregoriano interpretado por los monjes de la abadía burgalesa de Santo Domingo de Silos, arrasó en las listas de ventas y situó el nombre de aquellos religiosos discretísimos junto al de los Beatles, Frank Sinatra y Gloria Estefan. ¿Cómo pudo ser? Fácil pregunta, difícil respuesta.
En 1990 nació en Alemania el grupo Enigma, que fusionaba música electrónica con el canto gregoriano, y enseguida conocieron el éxito masivo con unas piezas cuya atmósfera resultaba tan inquietante como adictiva. Tres años después, un avispado, o varios, de la filial española de EMI pensó que editar un disco de canto gregoriano podía tener interés, y la marcianada, en vez de ser desestimada por los capos españoles de aquel sello discográfico, se puso en marcha.
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Canto divino, alimento humano
El disco ‘Las mejores obras del canto gregoriano’ (1993) no fue grabado para satisfacer esa corazonada empresarial, sino que era en realidad un cóctel de antiguas grabaciones de la década de los setenta que esa compañía de discos decidió rescatar y comercializar en formato CD, a modo de una reedición y con una tirada inicial de 40.000 copias. Para sorpresa de todos –discográfica, monjes, crítica musical–, en solo unos meses esa primera edición se multiplicó por diez y los discos de platino comenzaron a sucederse. El canto divino se convirtió, pues, en alimento humano.
Aquella música simple y directa, con una línea melódica monótona, caló, sobre todo, entre los jóvenes, con una franja de edad que iba desde adolescentes con las hormonas a mil a veinteañeros curiosos. Su simplicidad musical, un atributo que también tenía el por entonces de moda bakalao, tan machacón y reiterativo, quizá justifique ese llamativo idilio entre un canto religioso surgido en la Alta Edad Media y unos chavales desencantados que se encontraban a las puertas de un nuevo milenio.
'Prepárate para el milenio'
De hecho, el lema que se le asignó al disco de los anonadados monjes fue 'Prepárate para el milenio'. Como la calle en general, músicos como Sabina, Manolo Tena o Los Rodríguez, que eran los que en ese momento acaparaban la mayor atención con sus respectivos discos ‘Física y química’, ‘Sangre española’ y ‘Sin documentos’, vieron aquel fenómeno con simpatía. Al fin y al cabo, eso no era competencia desleal sino carne de sociólogos.
Ese éxito superlativo tuvo además otro efecto beneficioso para aquellas nuevas estrellas de rock: las visitas al monasterio se doblaron. Es decir, que Santo Domingo de Silos se convirtió en una suerte de Graceland (la residencia de Elvis en Memphis), pero a la española. Sólo que allí, en vez de tupés y trajes con lentejuelas, el outfit se limitaba a unos hábitos con capucha y largas mangas.
'Chant', la versión internacional
No fue aquel un fenómeno exclusivamente español, sino que tuvo un aún más sorprendente eco internacional: en la primavera de 1994, la edición para el mercado anglosajón, que llevó por título ‘Chant’, había superado los cuatro millones de copias vendidas. El disco arrasó en Europa, Estados Unidos, Sudamérica, Asia, Australia y Sudáfrica, esto es, fue un éxito mundial, y se aupó al número 1 de la lista Billboard en el apartado de música clásica. Se calcula que las ventas globales rondaron los siete millones de copias, una cifra ante la que solo cabe exclamar Madre del Amor Hermoso y persignarse. Sí, aquellos monjes la habían liado pardísima.
Dada la extraordinaria acogida de aquel trabajo, los responsables de la discográfica se frotaron las manos, la boca se les humedeció y les hicieron a los moradores de la abadía de Santo Domingo de Silos una millonaria oferta, a priori imposible de ser rechazada, para grabar un nuevo disco y actuar en distintos lugares del mundo. Como si en vez de estar frente a unos monjes dedicados a la vida espiritual y contemplativa, estuvieran viendo a unos nuevos Village People.
Pero alguien de la abadía burgalesa, imbuido de sensatez, hizo la siguiente reflexión: hermanos, a ver. Nosotros no somos los Bee Gees, ni siquiera Mocedades, y no podemos salir de gira porque nuestra razón de ser es otra. Y de ese modo, los monjes, temerosos no solo ya de Dios, sino de un mundo, el del negocio musical, que les era tan ajeno como el de las partidas clandestinas de póker, dijeron no a aquella atractivísima manzana y volvieron a meterse en su caparazón. Y poco a poco, aquel boom se fue diluyendo hasta desaparecer por completo.
'Chant-music for paradise', el gregoriano en los 2000
Tres lustros más tarde, en 2008, el disco de canto gregoriano ‘Chant-music for paradise’, a cargo de los monjes cantores austriacos de la abadía medieval de Heiligenkreuz, se coló entre los discos más vendidos del Reino Unido, superando a Madonna cuando aún era Madonna. ¿Habría sido posible aquello sin el precedente de sus homólogos españoles? Seguramente no, puesto que en este caso, y transcurrido el tiempo necesario, los responsables de Universal, la multinacional del disco que apostó por los monjes austriacos, ya sabían que esa ubre, bien exprimida, podía seguir dando abundante leche, y no se equivocaron.
¿Fue entonces aquel boom del canto gregoriano una carambola del destino, una hábil jugada empresarial o, ya puestos, un milagro? Y qué más da. Lo que es innegable es que, sin pretenderlo, aquellos mansos monjes de la abadía de Santo Domingo de Silos vivieron su momento de gloria terrenal y montaron la de Dios es Cristo. Tal cual.