Carlos Segarra, rockero de Los Rebeldes: “El reguetón es un coñazo, música para gente a la que no le gusta la música”
La veteranísima banda (fundada en 1979) está viviendo un repunte de sus conciertos, gracias, según su líder, a ‘uppers’ que vuelven a consumir música en directo y jóvenes que han descubierto el rock
“Hacer dos horas de rock and roll con 61 años… no hay gimnasio que mejore eso”, presume el barcelonés, que actúa el 17 de diciembre en Barcelona y el 18 en Madrid
“El reguetón es un coñazo, música para gente a la que no le gusta la música”, sentencia este fiel amante del rock primitivo
Carlos Segarra y su grupo paralelo, Segarra Inn Blues, acaban de tener un accidente de tráfico. El sábado 3 de diciembre actuaron en la añeja sala Jagger de Lugo, y a la una y media de la tarde del domingo, de regreso a Alicante —donde actualmente reside el músico barcelonés—, a la altura de Medina del Campo, el coche en el que viajaban patinó sobre el asfalto mojado y se salió de la autovía. “No era de noche, no hubo otros vehículos implicados, no había alcohol, no era Despeñaperros… Así es la vida”, se consuela el cantante y guitarrista. “Como dijo John Lennon, la vida es lo que te pasa mientras haces otros planes”.
De hecho, cuando el lunes 5 llamé a May, su chica y la persona responsable de la relación con medios y fans, para decirle que quería entrevistar a Carlos, me informó de que todos estaban en el hospital. Ella había salido la peor parada: con una pierna fracturada, ha debido pasar por quirófano. Se temió que Segarra hubiera sufrido una rotura de tabique nasal —lo que quizá hubiese frustrado los dos importantes conciertos con los que el 17 y el 18 de diciembre Los Rebeldes culminan en Barcelona y Madrid la gira de 2022—; el diagnóstico lo redujo a una fisura. Finalmente, Carlos Segarra puede despedir por todo lo alto un año que, por lo demás, no ha hecho sino traerle alegrías.
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A ambas caras de la vida en carretera, la del fulgor de los focos y la otra, más dura y desconocida, sigue exponiéndose cada semana a sus 61 años Carlos Segarra, quien si en los últimos tiempos ha visto alterada la rutina profesional que le mantiene ocupado desde los 18, ha sido para intensificarla. Como otros muchos grupos y solistas que despegaron en los ochenta (La Frontera, La Guardia, Un Pingüino en mi Ascensor…), Los Rebeldes están viviendo una segunda edad dorada. Su agenda rebosa conciertos. También la de la otra banda de Carlos, Segarra Inn Blues, con la que el pasado octubre publicó un disco.
Sería una osadía afirmar que en sus conciertos actuales no hay lugar para la nostalgia; pero no solo de nostálgicos viven Los Rebeldes. “Hay una cosa de la que me he dado cuenta —explica—, y es que desde el fin del confinamiento, aparte de que todos estamos tratando de salvar los muebles lo máximo posible, la edad de nuestro público ha bajado una barbaridad. Chavales que venían a vernos de niños con sus padres hace diez años, ahora, con 25, siguen viniendo porque les gustan el rock and roll y Los Rebeldes. Y eso es muy emocionante”.
Y además de los jóvenes, sus mayores, quienes durante un tiempo abandonaron el consumo de música en directo y ahora lo han recuperado. “Los padres dejaron de ir a los conciertos, lo que solo ocurre en España. En Estados Unidos, la gente se casa, tiene hijos y sigue yendo a ver la música que le gusta. No sé por qué aquí a la gente, si le preguntas por qué ya no acude a conciertos, responde: ‘Es que me he casado’. Ya, ¿y? Y en Wisconsin, en Tennessee, en Londres y en Ámsterdam… Allí la gente también se casa y sigue haciendo su vida. Ahora que tienen los hijos criados, la gente de mi generación o diez años más jóvenes, de 45 o 50, ha regresado a los conciertos”.
Rock a lo largo de cinco décadas
La carrera de Carlos Segarra en la música abarca cinco décadas. Cuando en la capital se gestaba el movimiento que ha pasado a la posteridad con el nombre de “movida madrileña”, Segarra ya actuaba en Barcelona en grupos como Teddy, Loquillo y sus Amigos (con Loquillo), Chocopolvo o Correo Viejo, antes de fundar Los Rebeldes, una institución del rock español, en 1979. Los Rebeldes nunca han dejado de estar en activo, por lo que se entiende que a Segarra se le abran las carnes cuando la gente se refiere a ellos como un “grupo de los ochenta”.
“Me chirría”, dice. “Yo prefiero hablar de estilos, y los ochenta no son un estilo, son una década. ¿Qué tiene que ver Loquillo con Un Pingüino en mi Ascensor? Nada. Yo soy un músico de género. Nosotros somos una banda de rock and roll, igual que Raimundo Amador es un guitarrista de flamenco-blues. Simplemente somos una banda de rock and roll que entre 1979 y 2000 tuvo mucha popularidad, la cual ahora estamos recuperando”.
Los Rebeldes publicaron su primer álbum, “Cervezas, chicas y rockabilly!” en EMI-Odeón en 1981. Paco Martín, destacado gerifalte de la industria discográfica nacional, los fichó para su sello Producciones Twins al año siguiente, y lanzaron “Esto es rocanrol”. Los primeros sencillos de la banda, como “El rock del hombre lobo”, “Mi pequeña Marilyn”, “Carolina” o “Esa manera de andar”, brindaron a Segarra una merecida aureola de rocker auténtico, probablemente el más genuino y eminente del país.
En su libro “Ráfagas”, Paco Martín define así a Los Rebeldes que contrató: “Regalan rock and roll de mil toneladas de calidad en cada uno de sus conciertos, que convierten en fiesta permanente llena de vitalidad y sin reciclaje. Segarra es un compositor de un nivel sobresaliente”. Incluso lo compara con Loquillo, el otro gran rockero barcelonés: “Es marca blanca de la música y uno no logra entender su éxito popular después de los años”.
Tras un único disco en Twins, Los Rebeldes regresaron a una gran discográfica, ahora la multinacional Epic. Siguieron publicando álbumes de creciente pegada hasta que en 1988 vio la luz su obra más celebrada: “Más allá del bien y del mal”. Baste citar cuatro de sus canciones, hoy clásicos del rock español, para calibrar su enjundia: “Mediterráneo” —canción del verano aquel año—, “Corazón de rock and roll”, “Un español en Nueva York” y la satinada balada “Bajo la luz de la luna”.
Su contrato con Epic se extendió hasta 1997 —año en que publicaron “Carne para tiburones”—, aunque a mediados de los noventa el brillo de su estrella había empezado a languidecer. Su público había crecido y se había distanciado de la música; los gustos iban por otros derroteros; las ventas de discos compactos menguaban al tiempo que la gente descubría que podía descargarse música gratis de Internet.
Segarra no cejó en su empeño, y siguió publicando discos en compañía independientes, algunos de versiones, casi a modo de entretenimiento. “Como dice un amigo mío, no se puede ser genial toda la vida. Hasta los Stones y los Beatles tuvieron que parar en algún momento”, bromea.
La gimnasia de los escenarios
Y así, en 2019, Los Rebeldes celebraron sus 40 años en la música, no con un disco recopilatorio, como mandan los cánones, sino con temas nuevos. Como señala Segarra, “a diferencia de otros grupos de nuestra generación, no vivimos del pasado. Cada disco que sacamos contiene dos o tres canciones que la gente acoge al mismo nivel de popularidad que las antiguas”.
Asegura que sigue disfrutando como el primer día en los conciertos, y lo achaca a la vigencia de sus letras, de las que se siente orgulloso. “Si te gusta el rock and roll, es muy difícil hacerlo con letras en castellano”, dice. “Al principio tratas de escribir como si estuvieras en una carretera de Winsconsin… donde no vas a estar en tu puta vida. El haber logrado desarrollar un lenguaje propio en nuestro idioma hace que ahora vengan chavales y me digan que se identifican con tal o cual letra. Cuando las hice, con que rimasen ya me iba bien. Otros me dicen: ‘Tú no haces letras, haces guiones musicalizados. Cuentas historias’. Las letras de Chuck Berry son poesía. He aprendido muchas cosas de él, como el usar el doble sentido”.
Afronta los conciertos pletórico de energía, hasta el punto de que, según afirma, se mantiene en forma gracias a ellos. “Hacer dos horas de rock and roll con 61 años… no hay gimnasio que mejore eso. Cada vez que subo a un escenario pierdo dos kilos mínimo. Aparte de que es un ejercicio aeróbico. Y por si fuera poco, no conduzco, así que voy caminando a todas partes, y vivo en un pueblo de montaña”. Reside (“por razones románticas y prácticas; hasta ahí puedo leer”) en la localidad alicantina de Finestrat, muy cerca de Benidorm.
Corazón de rock and roll
El paso del tiempo, las modas que vienen y van, no han cambiado a Carlos Segarra, quien se mantiene fiel al rock and roll en su más pura esencia. Su último disco con Segarra Inn Blues (titulado igual que el grupo), banda en la que actualmente toca con Santiago Campillo (ex M-Clan), suena crudo, áspero, sin medias tintas. Revela que está muy marcado por la formación británica Dr. Feelgood, que tuvo sus días de gloria en la segunda mitad de los setenta. “Ten en cuenta que cuando descubrí el rockabilly, el 90% de los músicos estaban muertos: Buddy Holly, Eddie Cochran, Gene Vincent… Por eso un grupo posterior a ellos, como Dr. Feelgood, me dejó una huella importante”.
En 2023, Los Rebeldes seguirán zumbando por los escenarios de España. Publicarán un disco en directo, grabado en 2019 con motivo de su 40 aniversario, en el Teatro Eslava de Madrid, “el último concierto grande que hicimos antes de la pandemia”, dice el legendario rocker, cuyo amor por el rock and roll en su expresión más primaria le sitúa en las antípodas de los sonidos de moda, como el reguetón.
“El reguetón es que es malo, es un coñazo”, sostiene. “Solo tiene un ritmo. El blues, el swing, el jazz, el flamenco…, todos tienen muchos palos diferentes. El reguetón solo tiene uno, y eso para un músico es aburrido. El reguetón es música para gente a la que no le gusta la música. En cambio oyes rap, que no es mi estilo, y hay unas letrazas…, que me dan envidia. Pero en el reguetón no, y además es supermachista. No entiendo cómo hay tías feministas que se van a bailar reguetón. Me parece de una incoherencia brutal”.