A José María Granados (65) acaban de hacerle un disco homenaje en el que Los Secretos, Hombres G, Los Limones, Miguel Costas (exSiniestro Total), o Un Pingüino en mi Ascensor han grabado sus canciones…, y él, en vez de decir: ¡ya era hora!, prefiere, siempre educado y discreto, mostrarse sólo agradecido. Porque durante décadas, al cantante, guitarrista y compositor de Mamá —los de “Chicas de colegio”, “Vuelves a casa a las diez”, “El número equivocado” o “Nada más”, himnos juveniles de los primerísimos años ochenta— se le ha relegado a la sombra, al cajón de los músicos de culto, esos que todo el mundo jura apreciar pero a los que no hace mucho caso. Nunca es tarde, en cualquier caso, aunque el homenaje, de tan postergado, llega cuando se estaba replanteando su carrera.
“Pensé que ya había cumplido el ciclo —confiesa—, que ya no tenía mucho sentido seguir componiendo o colaborando con otros artistas. Además, cuando era joven veía a los músicos que tienen la edad que yo tengo ahora y pensaba: ‘Joder, qué horror’, a menos que fueran jazzeros o gente del blues”. Han sido los responsables del portal web dedicado a la música Vynil Route quienes han materializado el tributo. “Me llamaron en noviembre y me dijeron que me habían producido un disco de homenaje. Dije: ¡pero eso es a los muertos! Sí que me emocioné. Se me emociona facilmente”.
No interprete el lector que José María llevaba años mano sobre mano. Desde 2002 ha publicado cuatro álbumes en solitario y media docena con Mamá, el último, de 2017. Antes del forzoso paréntesis de la pandemia actuaba regularmente con el grupo, costumbre que ha recuperado en 2023 a raíz del lanzamiento del disco en su honor; el pasado 19 de marzo tocaron en la sala Moby Dick de Madrid, donde ya habían estado en enero. “Lo disfruté mucho. Fue muy emocionante”, dice. “Tampoco tiene mucho sentido ya sacar discos nuevos, porque nos hemos dado cuenta de que la gente lo que busca es el repertorio de antes”.
Valora también mucho este feliz momento porque “he llegado a una edad en que muchos de mis amigos ya no están. Solo por el hecho de poder salir a tocar mis canciones, me emociono. Canciones que has escrito a lo largo de tu vida, que ya no son tuyas… Eso es lo importante. Me da igual que sea ante mucha o poca gente. Con que haya público que aún se apasiona con ellas, me vale”, afirma.
“El problema es que hacemos un tipo de música que está muy pasada”, lamenta. “En general, el pop y el rock son estilos que ya no venden discos. Dentro del rock están vendiendo más los grupos épicos [así llama él a los indies], que ya se están separando. Pero lo que se vende es toda esa música que se hace con ordenadores, que es otro mundo. Me encanta Rosalía, pero hay otras cosas, se hacen unas letras… Si tienes unas bases programadas y empiezas a soltar ripios, es bastante sencillo. No se trata de eso. Y luego está la manía de los samples. Cogen un trocito de una guitarra de los Chichos y la repiten: ¿no será más fácil llamar a un guitarrista y que toque en el estudio?”.
Mamá estuvieron en la movida desde antes que se hablara de ella. Formaron parte, a finales de los setenta, de esa generación de músicos en ciernes que trasegaban por locales de ensayo y salones de actos de colegios mayores puliendo un sonido de new wave a partir de influencias más clásicas. Ya en los ochenta, Mamá tocó, por ejemplo, en el evento que muchos consideran acta fundacional de la movida: el concierto de homenaje a Canito (batería de Tos, antecedente de Los Secretos, fallecido en los primeros días de 1980 tras un accidente esa nochevieja), en la Escuela de Caminos el 9 de febrero de aquel año junto a Alaska y los Pegamoides, Nacha Pop, Paraíso, Mermelada y los propios Tos de los hermanos Urquijo, entre otros.
En 1980 publicaron su primer disco, el EP Chicas de colegio, seguido de dos álbumes con la multinacional Polydor. El 23 de mayo de 1981 Mamá actuaron en otro importante festival: el Concierto de la Primavera, celebrado en el campo de rugby de la Escuela de Arquitectura, con Alaska y los Pegamoides, Nacha Pop, Rubi y los Casinos, Modelos, Flash Strato, Fahrenheit 451 y los ya rebautizados Secretos. En medio de aquel revoltijo de estilos, todos se sentían parte de una misma escena musical. “Yo iba a los conciertos de Kaka de Luxe y ellos venían a los nuestros. Javi Urquijo, de Los Secretos, tocaba con Kaka de Luxe. Estaba todo muy mezclado”, explica. Pero la armonía duró poco.
Dos situaciones precipitaron el prematuro fin de aquellos primeros Mamá. Una fue la falta de apoyo de la discográfica, que se tradujo en medidas sorprendentes, como la elección de Luis Cobos para producir su segundo álbum, lo que les provocó gran frustración. La otra fue la delirante escisión dentro de la movida madrileña en dos bandos, las Hornadas Irritantes y los “babosos”. Este despectivo término lo usaban los grupos de corte más excéntrico y transgresor (Glutamato Ye-yé, Derribos Arias) para referirse a Los Secretos, Nacha Pop y Mamá. Las autoproclamadas Hornadas se conviertieron en 1983 en el último grito para los influyentes DJ de la época, que dieron la espalda a los grupos de pop más tradicional.
Aquella abrupta división llegó cuando la movida empezaba a trascender a nivel nacional; recordemos que fue en octubre de 1982 cuando el PSOE, de quien se dice que fue su principal impulsor, llegó al poder. Como resultado, Mamá y Los Secretos quedaron excluidos del movimiento que habían ayudado a crear. El grupo de Granados se deshizo en 1983. Similar suerte corrieron Los Secretos: tras su tercer álbum, Algo más, de 1983, se quedaron sin compañía (era la misma de Mamá) y cesaron su actividad. Tres años después Enrique Urquijo, con nueva formación (con él y Álvaro como únicos miembros originales), reflotó Los Secretos orientando su sonido hacia el country-rock. Nacha Pop, aunque menos perjudicados, hubieron de cambiar de compañía dos veces.
“Siempre dije que nos habíamos separado por la producción de Luis Cobos, pero después de darle muchas vueltas, creo que estábamos muy jodidos con ese cisma”, reconoce. “Nos separamos en enero de 1983, antes de que surgiera el fenómeno mediático de la movida. El apoyo institucional no lo vivimos. A Enrique y Álvaro Urquijo les he oído decir que también les jodió el tema. Pero es cierto que había otro núcleo en la movida y nosotros no formábamos parte de él: el círculo del cine, la pintura, el diseño, el piso de Las Costus, Carlos Berlanga, el ambiente homosexual… Lo que Almodóvar reflejó en Pepi, Luci, Bom. Sinceramente, pienso que la movida fue eso. Igual es que me han convencido de ello. Nosotros nos dedicábamos solo a tocar y hacer canciones pop. Lo que se llamó ‘movida’ fue el otro movimiento, que era diferente. ¿Por qué no pasamos ni Nacha Pop ni nosotros por La edad de oro, el programa de Paloma Chamoro? Porque no estábamos en ese círculo”.
Defenestrados Mamá, Granados vivió años de plomo. Alternó su trabajo de funcionario en el Ministerio de Hacienda con excedencias para arrancar proyectos musicales (Restos, Frenillos, La Banda del Otro Lado, con Patacho Recio, ¡de Glutamayo Ye-yé!) de escaso impacto. Hasta que la independiente Rock Indiana publicó su primer disco en solitario en 2002 (Suena así), se centró en la composición.
Firmó temas para Enrique del Pozo (“Duendes”, 1989) y Amistades Peligrosas (“Duermevela”, 1991), pero si alguien creyó en él a carta cabal fue Enrique Urquijo. Admirador de su talento, regrabó canciones de Mamá (“Callejear”, “Nada más”) y le pedía temas para discos de Los Secretos (“Nuevo color”, en 1989; “Estás muerto”, en 1993; “Margarita” y “La última vida de un gato”, en 1997). “Venía a mi casa —recuerda Granados—, me preguntaba si tenía alguna canción… Sabía lo que quería. Me decía: ‘No te tires el rollo, dame una canción buena’. Le interesaban canciones más mías, que yo pudiera tocar, no las que escribía con fines comerciales”.
Es esa dimensión de compositor, por encima de sus logros con Mamá, la que otorga un lugar destacado a José María Granados en la historia del rock español y la que, a la postre, reivindican los artistas que le rinden ahora pleitesía en disco. “Si algo he tenido ha sido facilidad para componer. No he sido un gran frontman, ni tampoco he cantado muy bien…”, dice humildemente. Aun así, reconoce que en los últimos tiempos había abandonado dicha faceta; durante el confinamiento por covid prefirió dedicarse a leer y ver películas de ciencia ficción. El renovado interés por su obra le ha animado a recuperar el hábito de la composición. “No tengo una fórmula concreta. A veces se me ocurre una frase andando por la calle y cuando llego a casa cojo la guitarra y trato de tirar de ese hilo”, explica.
Público maduro corea ahora sus canciones de letras adolescentes… no tan blancas como podría parecer. “Todas tienen algo extraño”, admite. “Hasta ‘Chicas de colegio’ estaría hoy censurada. Cuando la escribí tenía en mente el tema ‘Aqualung’, de Jethro Tull, que hablaba de un viejo ‘sentado en un parque, mirando a las chicas…’. Como antiguo consumidor de rock sinfónico, me acordaba de eso. Son cosas que ahora no están muy bien vistas. Prácticamente ninguna de las mías se escribiría hoy igual. Eso ha traído la autocensura. A mí me sucede. Cuando escribo una letra pienso: ‘Uh, madre mía, qué difícil es, es complicadísimo”.
Ahora que está de nuevo en el candelero, asegura que le gustaría volver a actuar en solitario, “con una banda más joven que me apoye”. Entra en sus planes el seguir actuando con Mamá. “Nos están saliendo bastantes conciertos”, dice. “Debe de ser por las redes sociales: la gente nos escribe: ‘A ver cuándo venís a mi ciudad’. O que vamos quedando pocos: ya se ha muerto todo el mundo. Por otro lado, se han mitificado los ochenta, y cuando surge la pregunta de: ¿queda alguien vivo de esa época?, te llaman. La gente reivindica canciones que no tiene muy bien ubicadas. Cuando vi a los Kinks por primera vez, entre el público decían: ‘Ah, ¿pero esta canción es suya?’. A nosotros nos pasa un poco igual: la gente recuerda melodías y cuando nos ven en concierto dicen: ‘Ah, es de estos”.