Silvia Pérez Cruz, la chamana del Ampurdá: “Empecé con canciones de vieja, así que lo mismo acabo siendo rockera"
La artista catalana acaba de publicar su nuevo disco, '‘Toda la vida, un día’', en el que homenajea todas las edades a lo largo de 21 canciones
Ha colaborado con artistas como Natalia Lafourcade, Liliana Herrero, Carmen Linares o el guitarrista Pepe Habichuela
Hablamos con ella de su niñez con su madre entre saxos, pianos y pinceles en Palafrugell, su juventud marcada por el nacimiento de su hija Lola y la muerte de su padre, su plenitud en la madurez y cómo le gustaría ser en la vejez
Cuando Silvia tenía 18 años, un amigo le contó una historia que se le quedó grabada: la de un samurai que, antes de hacerse el harakiri, dejó dibujado un círculo como últimas palabras. “Qué potente, pensé, esto lo usaré en el futuro”, explica Pérez Cruz sentada en una sala de la madrileña sede de Sony Music con la ilusión y el asombro (aún) de una niña. Y enseña un boceto de una portada, apenas un pedazo de folio azul con un círculo dorado en el centro y unas letras a mano. “Hice esto hace muchos años y ahora tengo por fin mi disco sobre las etapas de la vida, aunque al final ha sido amarillo”, añade riendo con el peso del tiempo en su estómago, como una vieja. Acaba de llegar al 202 de la Castellana desde el Ampurdá para presentar los 69 minutos (no es casualidad) de ‘Toda la vida, un día’ y ya ha agotado, como suele, todas las entradas de sus próximos conciertos.
El título se lo inspiró una “niña-vieja de verdad”, Liliana Herrero, una cantante argentina de folckore de tiene 76 años y es “una mujer muy fuerte y muy viva, mágica, que te conecta con la vida y la muerte”, explica la de Palafrugell. Hace un año estuvieron cantando juntas en Uruguay, en Punta Ballena, y le salió componerle un tema de regalo, este que da título a su disco, que en realidad es una historia de amor y eternidad. “Me decía cosas y yo me quedaba muy sorprendida. Me dijo por ejemplo: ‘Niña, hacéte cargo de tu luz’. O también: ‘Canta el estribillo, pero sin festivales’. En esos días entendí que tenía que ordenar en etapas vitales todo lo que yo ya estaba componiendo, lo que me permitía de pronto explorar más partes de mí y conocerme mejor”.
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Y así fue. A su regreso se plantó entusiasmada delante de su madre y su hija Lola, de 15 años, y se puso a contarles lo que pretendía hacer. “Sería como un cuento, con ilustraciones y un círculo amarillo”, explica Pérez Cruz, que se toma el tiempo en la charla de explicar uno a uno todos los hilos de esta aventura. Sin prisa. Con mimo. Como si fuese la primera vez que lo comparte y no esperasen fuera otra media docena de periodistas. Como se ha prometido a sí misma, nos contará después, “hacer todo en su carrera a partir de ahora”. Y sigue: “Son cinco movimientos, cinco edades, cinco colores y 21 canciones”. O lo que es lo mismo: “Niñez, juventud, madurez, vejez y parto”, dice. O lo que es lo mismo: “La flor, la inmensidad, mi jardín, el peso, el renacimiento”, dice. O lo que (también) es lo mismo: “El amarillo, el azul, el verde, el blanco y negro (que son todos los colores) y el rojo”.
En parte es por ese ‘tempo’ suyo como de otro siglo por el que su carisma no ha hecho más que aumentar en los últimos años. En la calle y en el sector: es la artista-chamana con la que se emocionan los propios músicos y los amantes. Decir su nombre es casi una contraseña de iguales, que suele ir seguido de “¿Silvia Pérez Cruz (así con los dos apellidos, sin acortar)? A mí también me encanta”. Esta ganadora de un Goya a mejor canción, a la que han apadrinado nombres como Pepe Habichuela, Víctor Manuel, Carmen Linares, Javier Colina, Drexler, Caetano Veloso, Silvio Rodríguez (le invitó a grabar en su estudio de la Habana), Martirio, Serrat o Lluís Llach es una especie de secreto a voces que aún conserva, como una bola amarilla dentro del pecho, su misterio oscuro.
¿Una vida es un día?
Toda la vida, un día; un día, una eternidad. Es la conciencia de dos tiempos infinitos que se van conjugando. Y sí, hay días que son como una vida entera (risas).
Hay un dibujo y un color para cada etapa, ¿qué simboliza ese círculo amarillo que vertebra todo?
La esfera amarilla es como el alma, la esencia, y se va colocando: de niña en las manos; en la juventud se aparta y sube, como que quiere escaparse de esa esencia; en la madurez la vuelve a rescatar, la reconoce y se la pone en el pecho, la acepta y la cuida; y en la vejez la tiene en el estómago, ya tiene un peso, y luego vuelve a nacer orgánicamente en esa metamorfosis. La vida, el día, el año.
Niñez en la Costa Brava
¿Cómo recuerdas a esa Silvia de tu niñez que tocaba el saxo y jugaba con su madre a crear canciones y bailes y pinturas y obras de teatro?
Mi niñez la recuerdo super rica, de estímulos y de paisaje: soy del del Ampurdá y el territorio es súper importante. Salir a pasear y ver el mar, el bosque... Hacía todas las extraescolares del mundo, de lunes a sábado. Solfeo, piano, saxo, coral, orquesta y luego danza y voleibol. Mi madre creó una escuela cuando yo tenía 12 años donde se enseñaba pintura a niños de 2 años que pintaban con caballetes grandes. Era una libertad increíble en expresión: fotografía, cerámica, teatro. Para mí eso es la felicidad. Ese momento de intercambio y de expresar lo que uno tiene que decir. Tengo este recuerdo de mucha vida. De tener la imaginación muy cuidada y muchos recursos para expresarla. Y sentir la música como juego, aprendizaje, comunicación y como vocación: entendía que lo necesitaba para vivir.
¿Qué le dirías desde lo que sabes ahora a esa Silvia niña y adolescente?
Me encantaría jugar un rato con ella (risas). Le diría que disfrute, que no se responsabilice de demasiadas cosas. Porque yo estaba muy atenta a todo, me hacían hacer de todo: ‘Silvia, dirige el coro’, ‘Silvia, organiza esto’… Y a mí me encantaba, pero quizá a veces era un poco demasiado. Tenía una capacidad de empatía que a veces me pedía más de la cuenta a mí misma. Le diría: “Juega más, juega más”.
¿Una canción que resuma esa etapa?
Hay muchas, pero quizá ‘Abril del 74’, con mi padre y mi madre, que es de Lluis Llach y la cantaban juntos hermosa, hermosa. Ahí entendí el baile cantado, lo que es dialogar con la música.
Juventud, maternidad y muerte
¿Cómo recuerdas a la Silvia de tu juventud, con el chute de adrenalina y la maternidad?
Recuerdo deconstruirme. Romper con todo lo que tenía y luego reencontrarme con el valor de lo que dejé atrás. Entendí que lo que tenemos de natural es bello y tiene un valor que a veces cuesta ver. Viajes, música, aprender… ¡Ser madre! Fui madre joven, a los 25. Y sufrí la gran pérdida de mi padre al mismo tiempo, así que tuve una conciencia temprana muy potente de entender la vida y saber que lo que quería hacer deseaba que fuese de calidad. Es cuando mi carrera empieza a crecer y hay una declaración de intenciones fuerte, la misma con la que me han criado: disfrutar cada etapa, jugar, no tener prisa, perderme, buscar, ser valiente y cuidarlo, no caer en el bicho de ‘hacer y hacer y hacer y hacer lo que funciona’. Eso no. Sino más bien en ‘tengo una hija, así que los pies en la tierra que esto es oro también, lo quiero cuidar y le quiero enseñar que tiene que luchar por sus sueños y cuidarlos’.
¿Qué le dirías a esa Silvia desde lo que sabes ahora?
Que confíe en ella, que no se esconda y que se aparte de los vampiros (risas).
¿Una canción que resuma esa época?
‘Pequeño vals vienés’.
Madurez, la vitalidad
Llegamos a la madurez: ¿cómo te ves ahora?
Dentro del cuento que me he inventado, efectivamente entraría yo ahí, que acabo de cumplir los 40 y lo veo como hasta los 60. Me veo muy bien, por primera vez siento que tengo la edad que tengo. Es muy curioso porque las mujeres que han pasado los 40 te hablan de ello como la mejor etapa de su vida y los hombres lo viven ‘regulín’. Me hace mucha gracia. Me parece muy interesante, tendríamos que analizar esto (risas). Yo siento mucha energía buena en esta etapa. Diría que ha sido más complicada la etapa anterior de lo que va a ser esta. Estoy muy vital. Hay una cosa que me gusta de mí y es que a la gente la trato de tú a tú, creo que lo he aprendido de mi madre. No pienso en la edad que tiene, la miro como es, y eso hace que tenga amigos muy jóvenes y mucho más mayores. No juzgo. Por supuesto que hay diferencias, y el paso del tiempo y la repetición van teniendo su peso, pero me encanta tratar a cada persona por quién es. Y creo que hay que reivindicar la belleza de todas las edades y ojalá se hicieran más equipos mezclándola: poder aprender de la experiencia y el peso del viejo, y la luminosidad e ingenuidad del joven, el tempo de la madurez… Nos perdemos muchas cosas si no.
¿Qué te dirías a tu 'yo' de la madurez?
Disfruta.
¿Una canción que resuma esta etapa?
Me viene ‘Mi última canción triste’, que está en este disco y canto con Natalia Lafourcade, intenta limpiar lo que a uno le hace mal y regar lo que le hace bien.
Vejez, el peso en el estómago
¿Cómo te ves en esa fase “blanca y negra (que son todos los colores)” de la futura vejez?
¡Como mi madre y mi abuela (risas)! Cosa que me encanta porque son mujeres súper potentes, guapísimas y muy vivas. A nivel musical querría seguir a tope, esto es una carrera larga y me gustaría continuar conociendo artistas. En este disco he tenido la suerte de cantar con Carmen Linares, Pepe Habichuela, Liliana Herrero… ¡Gente con una calidad! ¡Muy emocionante! Personas que tienen un peso impresionante dentro. En el humor, al hablar, en el silencio, al cantar… El arte de hacer las cosas con peso es para mí el arte de habitar el presente. Y es lo que admiro. Me gusta intentar ser consciente de la belleza de cada una de esas edades. Quiero cuidar cada etapa, celebrar lo vivido y prepararme para todo lo que viene sin anclarte en el pasado: ¡qué se centrifuque todo, que se mueva!
¿Una frase que te dirías a ti misma en 20 o 30 años?
Espero tener personas bellas alrededor y también flores, la naturaleza cerca. Saber cuidar toda esta tribu que te vas haciendo. Y artísticamente seguir buscando, no tener miedo al cambio de la voz, que va mutando, entender la belleza de ese canto que se va despojando de velocidad y gana en profundidad y poesía.
¿Una canción para la vejez?
Una que he pensado también para el principio, que es ‘Alfonsina y el mar’, que la aprendí de pequeña y creo que fue muy pronto. Era muy chica y la canté mucho. Igual la reaprendería a cantar de vieja. Aunque siempre he pensado que como empecé cantando canciones de vieja, ¡lo mismo acabo siendo rockera! ¡Me encantaría! No sé lo que me pasará, pero sí quiero ser valiente. Enrique Morente y Caetano Veloso son mi inspiración porque son jóvenes da igual la edad que tengan… más aún con la cantidad de jóvenes viejos que cantan ahora. Me encanta ese brillo joven en los ojos de los músicos viejos.
Renacimiento: todo el rojo
¿Y cómo te ves en esa fase del renacimiento que mencionas en el disco, que es la última y la primera?
Es mi voluntad de vida, no hablo de religión. Igual que el ciclo del agua, se pudren los frutos, nacen las flores, baja el sol, sube la luna… Mi idea es entender que mientras unos mueren otros nacen. Incluso esas pequeñas muertes dentro de las diferentes edades en las que parece que se acaba el mundo pero no, ahí rebrota otra flor. Es una filosofía de vida. Y llega un momento que sucede más allá de ti con tu muerte y también es bueno saber eso. El renacimiento está al final, de hecho, porque me lo dijo mi hija Lola. Le conté a ella y a mi madre lo que quería hacer, incluida una nana que iba a poner al principio, y ella me dijo: ‘¡No, ponlo al final!’. Y pensé ‘qué sabia es, ha entendido mejor que yo mi disco’. Así que sí, todo es un círculo.