Tam Tam Go!: “Somos de los pocos con 35 años cotizados, otros grupos me piden consejo para jubilarse”
El dúo de los hermanos Campillo publicará un tema nuevo cada dos meses este año, y en Navidad, un álbum. Mientras, actúan sin pausa por todo el país
“En los ochenta estábamos todos muy nerviosos. Había mucha adrenalina, mucha lucha de egos… Ahora nos hemos liberado de todas esas estupideces”, dice Nacho (63)
“Estoy esperando que en algún momento se reconozca la labor que hemos hecho en la música de este país, que ha sido mucha y muy buena”, reclama Javier (65)
Al fondo de un pequeño y acogedor estudio de grabación en las entrañas de Madrid, en una de esas calles de nombre castizo que, por su casi total ausencia de tráfico y lo vetusto de sus edificios, parecen sacadas de una novela de Galdós, dos tipos maduros, sentados frente a frente, rasguean lánguidamente sus guitarras acústicas. Son los hermanos Nacho (63) y Javier Campillo (65), integrantes de Tam Tam Go!
Viajar mentalmente atrás en el tiempo, a su adolescencia, e imaginarlos así, en idéntica posición, puliendo juntos su recién adquirida afición, no exige gran esfuerzo. Diríase que es la manera en que Nacho, más espontáneo, y Javier, más reflexivo, mejor se entienden: entablando fraternal diálogo de acordes. Nada, ni la brutal transformación de la industria musical ni la furiosa tiranía de Internet que ellos vaticinaron en 1999, ha podido cambiarlo.
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Más de treinta y cinco años después de que se iniciaran profesionalmente en el oficio, los hermanos Campillo siguen enfrascados en lo suyo. “Cuando era joven —dice Javier, guitarrista— no me cabía en la cabeza que hubiera una banda con músicos de sesenta años. Los Beatles, los Stones… eran jóvenes entonces. Pensaba: ‘En el dos mil y pico los coches volarán y las bandas serán otras’. Pero los coches todavía no vuelan y nos estamos dando cuenta de que los músicos siguen tocando en las bandas habiendo cumplido los ochenta”.
Varios frentes les mantienen ocupados. Por un lado, quizá preferente, está el lanzamiento de nuevas canciones, de las que el single “Puente de plata” ejerce de avanzadilla. Habla de abrir la puerta para que salga por ella lo que nos hace infelices; de estar dispuestos a empezar de cero. Nacho la compuso después de una complicada ruptura sentimental.
“Mi cuñado, Patxi Andión, poco antes de fallecer [el legendario cantautor murió en accidente de tráfico en diciembre de 2019], me dio la idea durante una comida: al enemigo, puente de plata. Es una canción muy de nuestra generación, de gente que ha bregado ya con muchas cosas”, explica el cantante y guitarrista. “Ahora lo aplicamos a todo: para que no te agobien, puente de plata”, apostilla Javier. Cada dos meses publicarán un tema nuevo; a final de año, el álbum que los agrupa.
Por otro lado, aún está caliente la edición de After 30, disco en el que recopilan muchas de sus canciones más famosas en suculentas versiones a dúo con otros artistas: Mikel Izal, Mikel Erentxun, Antonio Vega, Coti… El álbum es trasunto del que publicaron a principios de 2020 bajo el título de Volando sobre un tacón, y que la pandemia, y la consiguiente imposibilidad de presentarlo en directo, obligaron a retirar de circulación. Ahora lo comercializan remasterizado, con algún tema nuevo y, de hecho, en un formato más atractivo.
Por si fuera poco, y como ocurre con otras bandas de su generación, su agenda de actuaciones en directo presenta una vertiginosa curva ascendente. Conciertos propios, intervenciones en festivales de música de los ochenta y eventos para empresas les tienen una semana sí y otra también de aquí para allá. Con el paso de los años se ha creado una curiosa comunión con sus fans de toda la vida. “Ahora te escriben por Facebook”, dice Javier. “Luego los ves en el concierto, nos tomamos una cerveza, nos cuentan si tienen hijos, si son abuelos. Los conocemos por su nombre y apellido”. Que Tam Tam Go! se muestren ahora más cercanos también ayuda. “Al principio, por lo temprano del éxito, estábamos en un pedestal, alejados del mundanal ruido”, admite Nacho.
En verdad, su carrera fue objeto de reconocimiento generalizado desde el principio; saben bien lo que es el ajetreo, que hoy, en esta fase de sus vidas, aseguran que llevan con templanza y naturalidad. “En los ochenta estábamos todos muy nerviosos”, añade Nacho. “Había mucha adrenalina, mucha lucha de egos… Ahora nos hemos liberado de todas esas estupideces. Estamos encantados, porque la ilusión no la hemos perdido. El objetivo es seguir disfrutando de la música”.
De los primeros ‘indies’
Javier y Nacho crecieron entre Badajoz, su ciudad, y Londres. “Nuestros padres se separaron cuando éramos muy chicos”, cuenta Nacho. “Mi madre se fue a Londres muy jovencita y nos llevó con ella”. A mediados de los setenta, la rampante escena del punk británico causó en ellos profundo impacto. “Estábamos allí cuando empezaron los Clash, los Sex Pistols, los Damned… Los vimos a todos en directo. Fue una ruptura: veníamos de Badajoz, de terminar el Bachillerato; conocíamos a Yes, Jethro Tull…, y de repente, ¡boom!”, dice Javier. En 1981 recalaron en Madrid, donde les salpicó otra nueva ola. “Durante diez años la cabeza nos estallaba”, añade el mayor de los hermanos. “Era como abrir sobres de cromos sin saber cuál era el objeto del álbum: todo era sorprendente”.
Después de foguearse en otras bandas, Javier y Nacho formaron Tam Tam Go! en 1987 como cuarteto: con ellos tocaban el batería Javier Ortiz y el fino guitarrista Rafa Callejo (la formación se iría recortando con los años, primero con la marcha de Ortiz y, en 1994, de Callejo, quien falleció de covid en 2022). Su primer disco, Spanish shuffle (1988), lo publicó una compañía independiente (Producciones Twins, del inefable Paco Martín) y estaba compuesto en inglés; incluía sencillos como “I come for you” o “Manuel Raquel”, adaptación al castellano de su tema “Lawrence’s heart is weak”. Aún habrían de transcurrir unos años para que empezara a hablarse en España de una escena indie, formada por grupos que también grababan en compañías independientes cantando en el idioma británico.
“Éramos, sobre todo, una banda de culto”, explica Nacho. “Algunas emisoras comerciales nos vetaron porque cantábamos en inglés. Éramos más de emisoras independientes. Es algo que no se nos ha reconocido. El otro día leí un artículo sobre los primeros grupos que cantaban en inglés y hablaban de Dover, Australian Blonde… A nosotros no nos mencionan”.
“Sin ánimo de victimizarnos, somos unos grandes olvidados”, interviene Javier. “Siempre nos han dicho que sonamos bien, que somos buenos músicos, que nuestros temas son buenísimos, pero nunca estamos en esos discos con las cien mejores canciones del pop español. Quizá somos más difíciles de digerir para ciertos sectores, y nuestros temas tienen un fondo que solo las personas inteligentes entienden. No es una queja: tenemos lo que merecemos porque podríamos haber hecho otra cosa. Será por algo. No fuimos buenos en las relaciones públicas, no dimos mucho que hablar en lo extramusical, solo hemos hablado de música, y a lo mejor éramos un coñazo con eso, pero el caso es que es verdad. Estoy esperando que en algún momento se reconozca la labor que hemos hecho en la música de este país, que ha sido mucha y muy buena”.
Progresivamente fueron aumentando la cuota de temas en castellano en sus discos, hasta que en 1990 el álbum Espaldas mojadas los convirtió en superestrellas. El sencillo de mismo título llegó al número uno de Los 40 Principales en diciembre de ese año, hito igualado por “Este payo” en marzo de 1991, “Piel sobre piel” (de su disco Vida y color) en 1993 y “Atrapados en la red” (de Nubes y claros) en 1999.
En ese fecundo periodo dejaron de ser conocidos como “ese grupo que canta en inglés” para pasar a ser “ese grupo que denuncia en sus canciones problemas sociales”; faceta cultivada por convicción propia, desde luego, y también por intervención del cineasta Ricardo Franco (1949-1998), quien se cruzó en sus vidas y firmó las letras de “Manuel Raquel”, “Balas de cristal”, “Crimen pasional”, “Lucía de los cartones”, “Suicidio del arcángel niña” y “Me pierdo por los bares”.
Letras que invitan a la reflexión
Algunos de los temas que abordaron en sus canciones, como la inmigración en “Espaldas mojadas” o el rechazo social a la disforia de género en “Manuel Raquel” (“Llevar en cuerpo de hombre, una mujer en su mente”, dice la letra) pusieron sobre la mesa problemáticas que aún estaban por venir. Como con la música indie, en esto también se adelantaron a su tiempo.
Nacho: “En Londres vimos cosas que aquí en España todavía no habían sucedido, como el tema de la inmigración. Al llegar aquí, teníamos ya ese universo en la cabeza. Cuando empezamos, fuimos transgresores porque hacíamos canciones sociales y eso correspondía a los cantautores. Éramos atípicos. Los grupos de rock cantaban al amor, pero no a la inmigración, a la vejez o a la homosexualidad. Éramos rockautores”.
Los hermanos Campillo no entienden la música si en ella no hay espacio para la denuncia; lo cual no impide que puedan redactar versos de corte romántico. “En el pop y el rock caben todo tipo de letras”, opina Javier. “Hay mucha poesía en las canciones de amor y desamor. Nosotros siempre hemos pensado que la letra debe decir algo. Venimos de una generación en que las canciones tenían mucho contenido, un mensaje social muy fuerte. El rock fue un cambio brutal en la libertad de la gente y eso lo hemos mamado. Para nosotros hacer canciones es tratar de cambiar algo en el panorama social y político”. Defienden las melodías bonitas, pero también que haya frases “que se queden en la sensibilidad de la gente. Y eso solo pasa si lo pretendes. Y creo que, más o menos, lo hemos conseguido”, subraya el guitarrista.
Tal vez “Atrapados en la red” represente el colmo de sus asombrosas dotes de predicción. Pronosticaba cómo iban a ser las relaciones personales después de Internet. En 1999, cuando se publicó, el correo electrónico era una herramienta en fase de expansión (¡quién no recuerda aquellos ortopédicos servicios de email de Terra, Wanadoo, Ono…! Y aunque Hotmail funcionaba desde 1996, Gmail no nació hasta 2004) y las redes sociales sencillamente no existían (Facebook surgió también en 2004); proliferaban, eso sí, aquellos primitivos chats que servían para todo, incluso para ligar.
Dice Nacho Campillo que el visionario acierto de “Atrapados en la red” fue “una casualidad”. Querían escribir una canción futurista, cibernética, y encargaron la letra a Naomi, la chica con la que Nacho salía entonces. Mezcló medios de comunicación e Internet. Ellos se plantearon: “¿Por qué no separamos ambos temas?”. La parte de la letra sobre la televisión dio lugar a “El onanista de la caja de sorpresas”, mientras que la que hablaba de Internet derivó en “Atrapados en la red”. “Fue un reto, porque no sabíamos qué poner”, reconoce Nacho. “No teníamos email; solo lo tenía ella. Escribió el estribillo, que fuimos perfilando. Salió de casualidad. Ella estaba más puesta que nosotros. Queríamos hacer una canción futurista, y a los dos años ya no lo era: era el presente. Y algunos años más tarde empezaron Facebook, Instagram…”.
Lo que planteaban en aquella profética canción (la deshumanización en el ciberespacio, donde todo vale) se ha cumplido al dedillo. “Siempre dije que Internet sería el anticristo: representa lo bueno y lo malo”, sentencia Javier. “Es un mundo para valientes, para los que se atreven a denunciar injusticias, y para muy cobardes, que se dedican a poner a parir al resto. Y estos últimos son mayoría”.
Excepto en sus primeros años, la carrera de Tam Tam Go! ha sido intermitente. Discos en solitario de Nacho, producciones para otros artistas, proyectos paralelos y trabajos en publicidad por parte de Javier…, han apartado el grupo de la actualidad cada cierto tiempo. “No somos de acomodarnos”, justifica Nacho. “Hemos tenido otras inquietudes, y nos ha venido muy bien; así volvíamos cuando teníamos algo que contar. No hemos sido de sota, caballo y rey. Hacemos honor a nuestro río, el Guadiana, que aparece y desaparece”. Aun así, se consideran afortunados: “Travesía en el desierto no hemos tenido. Empezamos profesionalmente en la música en 1986 y seguimos”, dice Javier.
Activismo por los derechos de los músicos
Menos conocida es la faceta política de Javier Campillo, actividad que también le ha mantenido ocupado al margen de Tam Tam Go! Además de haber militado en partidos de izquierda y asesorarlos en sus programas culturales, Javier, al frente de la Federación de Músicos, se ha significado por su incansable defensa de los derechos de ese colectivo. Organizó las primeras cooperativas de músicos, fundó la Plataforma de Defensa de la Cultura y debatió en el Parlamento el contenido del Estatuto del Artista.
Gracias su empeño, los músicos gozan hoy de algunas ventajas laborales que no tenían hace años. Pueden, por ejemplo, jubilarse y continuar percibiendo ingresos por sus conciertos y obras (“los autores seguimos creando hasta que nos morimos”, expresa). Ahora trata de que se reconozcan como enfermedades profesionales dolencias específicas de los músicos. “Hay 55 enfermedades que tienen que ver con el músico. Cuando estamos malos no podemos darnos de baja porque no están descritas”, explica.
En un gremio que, hasta no hace mucho, se regía por reglas propias, no siempre en línea con la legalidad, Tam Tam Go! siempre han manejado con minuciosa pulcritud sus cuentas. “Somos de los pocos grupos que pueden decir que tienen 35 años cotizados a la Seguridad Social”, continúa Javier. “Hasta en eso somos diferentes. Ahora que estoy metido en estas cuestiones legales, muchos compañeros me llaman para que les aconseje. Me dicen: ’Quiero jubilarme’. Y les pregunto: ‘¿Qué vida laboral tienes?’. Y me responden: ‘Tres años’. Gente muy famosa. Nosotros nos dimos de alta desde el principio, como un trabajador normal”. ¿Le han tentado para que entre de lleno en política? “Me lo han propuesto muchas veces. Pero allí donde fuese concejal, no podría tocar. Y prefiero tocar”, responde.
En cualquier caso, Tam Tam Go! es la prioridad de ambos a día de hoy y en meses venideros. O lo que es lo mismo: el seguir haciendo música en base a unos cánones del rock que podríamos llamar “tradicionales”, al margen de las tendencias del momento, en las que prima la superficialidad y los productos de usar y tirar (“No veo que en la música de ahora aparezca un Freddie Mercury”, dice Nacho) y grabando sus temas para solaz de quienes aún disfrutan, como ellos, del placer de pinchar un vinilo y sentarse a escucharlo con atención.
“Siempre he defendido la cultura del entendimiento: hay que oír a la gente joven. Pero muchos chavales ven ahora a una banda tocando sobre el escenario y les sorprende que eso suene. O que se haya hecho famosa sin redes sociales. Ya no sé para qué generación estamos haciendo canciones. Tal vez para que después de un apocalipsis alguien encuentre un disco nuestro y diga: ‘¡Anda, mira lo que hacía esta gente hace miles de años!”, bromea Javier.