La tumultuosa historia de la Sala Caracol, contada por su dueño: "Me quitó años de vida"
José Manuel Alonso, propietario del local de conciertos que funcionó de 1995 a 2022, repasa en un libro los obstáculos que encontró en su camino.
Según él, en las instituciones aún perdura la idea de que los locales de música en directo son “cosa de golfos, de denegerados. Que la gente seria no va a sitios así”.
“No soy un brasas”, explica, sobre su relación con los músicos. “Saludo con cordialidad, pero no soy de los que piden el teléfono a los artistas”.
Todo buen aficionado a la música en este país, aunque no viva en Madrid, conoce la sala Caracol, al igual que cualquier melómano madrileño conoce enclaves míticos de fuera de la capital como la sala Oasis de Zaragoza, la sala Repubblica de Valencia o Razzmatazz, en Barcelona. En el caso de “la Caracol”, como coloquialmente se la denominaba, lo más probable es que dicho conocimiento no se limite a lo que supuso a la música en directo de nuestro país; su nombre también aparecía con cierta frecuencia en informativos de televisión y páginas de Sucesos, por lo controvertido de su historia. Una historia que su dueño, José Manuel Alonso (70), ha plasmado ahora en el libro La Caracol, escrito a medias con el periodista Nacho Serrano, con jugosas fotografías del eminente Domingo J. Casas.
Como no son los intríngulis políticos lo que más interesa a los distinguidos lectores de Uppers, lo resumiremos así: en 1995 abrió sus puertas la sala Caracol, en la calle de Bernardino Obregón, céntrica y tranquila a la vez (cerca de Embajadores). Antes había sido un tablao flamenco. Ocupaba una nave industrial de planta rectangular, la cual Alonso renovó con excelente acústica y óptima visibilidad. Prácticamente hasta el inicio de la pandemia de covid, pero sobre todo en los noventa y primeros 2000, por su escenario pasaron muchos grandes de la música nacional e internacional; de los más diversos estilos. Su reputación alcanzó las cotas más altas. Pero durante ese tiempo las autoridades clausuraron la sala muchas veces por supuestas irregularidades. Alonso, considerando que tenía razón —los jueces se la daban—, plantó cara, por lo que la Caracol pasó a ser símbolo no solo de la pluralidad musical, sino de rebeldía. En junio de 2022 cerró sus puertas definitivamente.
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Dirigida por el fotógrafo Mario Larrode, la sala era muy apreciada en la industria de la música, además de por sus cualidades técnicas, por su talante amigable con el gremio. A los medios acreditados se les recibía con una cerveza. Cuando estrellas internacionales visitaban España para hacer propoción de algún lanzamiento, culminaban su estancia con un pequeño concierto en la Caracol para periodistas y fans. Celebraba eventos benéficos. El eclecticismo de su programación atraía a público variopinto: un jueves podía acoger una actuación de una bande de rock, el viernes recibía a un grupo de música africana y el sábado a un cantautor aflamencado.
El sueño hecho realidad de un adolescente
La Caracol fue el sueño cumplido de Alonso, quien ya en agosto de 1969, cuando tenía 16 años, vislumbró qué quería hacer de mayor. Aquella epifanía se produjo durante un concierto de Deep Purple en Ámsterdam, al que asistió invitado por un amigo de más edad. “Ahí me quedé embrujado”, recuerda. “No solo porque era mi grupo favorito. Vi la sala y pensé: ‘Esto hay que hacerlo en España’. Se me quedó grabado”. Ya en la edad adulta, Alonso abrió algunos pubs, y a mediados de los noventa pudo materialzar aquella temprana ilusión: “Un sitio donde los grandes artistas pudieran tocar”.
Encontrar el espacio adecuado le llevó años. “Teníamos un concepto muy claro: debía ser rectangular, con un escenario alto, una acústica muy buena… El caso es que nos pateamos todo Madrid y no había locales así. El que era rectangular tenía una acústica pésima, y el que sonaba bien tenía una estructura extraña”. Encontraron este tablao flamenco alojado en una nave industrial. Lo alquiló, lo reformó casi desde sus cimientos y lo inauguró conservando el nombre de reminiscencias flamencas en honor a su pasado cañí.
La Caracol acogió memorables conciertos: Enrique Morente, Radiohead, Bryan Adams, The Black Crowes, Manolo García, Paco de Lucía, Miguel Ríos, Andrés Calamaro, Amaral, Loquillo, Pereza, Julieta Venegas, Manolo Tena, Los Piratas, Estopa, Dover, Texas o el actor estadounidense Tim Robbins, también músico. Alonso nos habla de aquellos que más le marcaron. “Me gustaron mucho Placebo, Radiohead… Lo de Bryan Adams [el 22 de febrero de 1999] fue… Había venido a España a hacer promoción de un disco y nos avisaron casi de un día para otro de su compañía de que quería hacer un concierto para medios y fans. Se presentó en formato de trío de rock, guitarra, bajo y batería, y dio un concierto bestial. La palabra más repetida en la audiencia era: ‘Impresionante”. También fue escenario de momentos que quedaron para la posteridad, como la breve reunión de Leño en febrero de 2010, 27 años después de su separación.
Tampoco olvidará Alonso a espectadores ilustres, como Javier Bardem, asiduo cliente. “Es muy melómano”, dice. “La primera vez se presentó con un grupo de amigos cuando ya no había entradas. Yo estaba en la puerta y le pregunté: ‘¿Cuántos sois? No hay problema, os pongo en la lista”. Cuando en 2003 Bardem ganó el Goya al Mejor Actor por Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002), uno de los cinco premios que el filme obtuvo en aquella edición, el actor lo celebró con una fiesta en la Caracol. Sin embargo, Alonso, hombre discreto, procuró siempre mostrarse afable con músicos e invitados evitando tomarse excesivas confianzas. “No soy un brasas”, explica. “Saludo con cordialidad, pero no soy de los que piden el teléfono a los artistas”.
“Lo ven como algo subversivo”
Cuando la Caracol inició su actividad, funcionaban en Madrid otras salas (Revólver, La Riviera) con normalidad; o, por lo menos, si tenían problemas no trascendían como lo hicieron los recurrentes contratiempos de la Caracol. El mismo día de su inauguración, un dispositivo policial impidió que se llevase a cabo el concierto previsto. “Se presentaron diez coches patrulla, hicieron una barrera en la puerta y no dejaban entrar a la gente. Después de tantos esfuerzos, me sentí como si me hubiera arrollado un tren”, dice. ¿Por qué encontró su sala tantos obstáculos, y por qué solo ella? Alonso dice que no lo sabe, aunque luego alude a lo variado de su agenda. “Quizá porque admitíamos todo tipo de música —expone—, todo tipo de tendencias, y eso no gustaba. Dimos cancha a todo el mundo. La única barrera que poníamos era la calidad: no podía venir aquí cualquiera a hacer cualquier cosa. Nos dijeron que irían a por nosotros. Y fue una guerra constante”.
Asegura que pensó en tirar la toalla “muchísimas veces”. Y añade: “La gente de la cultura, de la noche, estaba muy machacada. Lo que pasa es que no hubo nadie que tuviera la osadía de plantar cara. Aparecimos nosotros, y aplicamos eso de: ‘Tengo la razón y con la razón voy al fin del mundo’. Entonces todos nos apoyaron, eso sí lo puedo decir. La prensa, las salas, los músicos… Pero estuve a punto de tirar la toalla muchas veces. Pensaba: ‘Ya no puedo más’. A mí me quitó años de vida”.
En general, y en base a su experiencia, José Manuel Alonso juzga que la música en directo sigue careciendo de apoyo institucional. Según él, muchos gobernantes siguen asociándola a la noche, a las drogas… “Lo ven como algo subversivo”, señala. “Como algo de gente de mal vivir. Opinan que la gente seria no va a sitios así. La música es cosa de golfos, de degenerados”.
Lamenta que no se potencie incluso para crear una industria que sea lucrativa para el país, como sí ocurre en Reino Unido. “Para los ingleses, la música es una de las industrias más potentes. Eso lo entendieron a la primera, cosa que no pasa en este país, que podría ser una potencia en música, porque hay mucho talento. Aquí no estamos a la altura. Da la impresión de que a los que nos gobiernan no les interesa; prefieren criar ignorantes”. Pero Alonso aún no se ha rendido: planea poner en marcha un proyecto más global, que implique salas y a músicos, con presencia en diferentes ciudades. Le seguiremos la pista.