El Pirata no conoce la dualidad del yin y el yang. La calma y la inquietud. El frío y el calor. Le basta una misma corriente poderosa, el yang, que hace que sea puro fuego, vitalidad y energía. Es así desde que la polio y el rock and roll tomaron su cuerpo y se lo disputaron con una fuerza desbocada. Con 65 años se permitió un momento de sosiego para reflexionar sobre su vida y empezó a escribir sus memorias más personales en un libro que presenta ahora, dos años después, con el título 'El Pirata: Más de medio siglo de radio y rock'. La calma no duraría mucho. En octubre de 2022, a punto de poner punto final a la obra, sufrió un infarto. Otros por mucho menos se mueren, pero él consuma esa leyenda que dice que los viejos rockeros nunca lo hacen.
Aunque su nombre real es Juan Pablo Ordúñez de la Fuente, en el mundo del rock es El Pirata, uno de los locutores y productores musicales más carismáticos que ha conocido la radio. Él y su banda saludan cada mañana desde RockFm, una cadena de radio especializada en música rock que empezó sus emisiones en 2004. Llega a la entrevista con puntualidad británica. Igual que a la radio. "Mi récord lo tengo en llegar al estudio solo ocho segundos antes de salir al aire. A veces, cuando empiezo a hablar todavía me estoy quitando la chupa", advierte antes de empezar.
Nos cuenta que, además de locutor, ha promovido y presentado festivales, conciertos y fiestas. Ha conocido a todas las leyendas y bandas míticas del rock. AC/DC, Metallica, Guns'n Roses, Iron Maiden, Bon Jovi, Aerosmith, Status Quo, Mago de Oz, Obús, Barricada… Todos le han abierto o le abren paso al verle. "Es un hombre imprescindible para la historia del rock", según Vicente Romero 'Mariscal', pionero en la radio y prensa musical y tan imprescindible como él. "Le conocí cuando llegué a Madrid, en 1980. Yo tenía 24 años y llevaba haciendo radio desde los 15, en la emisora Radio Juventud. Mi olfato me dijo que algo se estaba cociendo y no me falló".
El Pirata mantiene esa proverbial imagen de estrella del rock and roll: vaqueros, melena larga (ahora canosa y con parte de la cabeza despejada) y chupa de cuero. Como los viejos rockeros, ha sabido mantener su torrente de voz sin que se le rompa. Si su voz es característica, lo es más su forma tan singular de entender la radio, su costumbre de trabajar siempre de pie. "Eso -explica- me lo da el propio rock. No puedes hablar de una música tan potente apoltronado en una silla. De pie, te sale ese empuje que necesita el oyente".
Nació en Talavera de la Reina (Toledo) en 1956, en un entorno humilde, aunque su padre se encargó de que en casa no faltasen nunca revistas musicales, tocadiscos y un transistor. "Un día, hace ya años, estábamos mi madre y yo viendo la tele y pusieron unas imágenes de Jimi Hendrix en Monterrey. A los dos nos pareció que era un genio". Ahí empezó esta apasionante aventura, pasando, como canta U2, del tres al catorce y "haciendo del rock y la diversión una sola cosa".
Con 'El Pirata: Más de medio siglo de radio y rock', cierra una trilogía que inició con 'Siempre rock' y 'Las mejores anécdotas del rock&roll'. Aunque garantiza que aún le quedan muchas historias que contar y llenar varias vidas. Una por cada disco, entrevista, revista, entrada de concierto u objeto que guarda. Nadie conoce la historia y la cultura del rock mejor que él.
Ha llegado a los 67 con el rostro, el alma y el cuerpo lleno de marcas, pero con una gran sonrisa y el fuego siempre ardiendo. "Si todos empezásemos el día escuchando rock, en lugar de malas noticias, el mundo sería más amable y nos quitaríamos muchos quebraderos, sobre todo mentales", declara. Confiesa que la escritura de estas memorias ha sido un proceso muy duro, casi una forma de hacer catarsis. "Me lo advirtió un colega. Poner ideas y sentimientos por escrito puede provocar mucho dolor".
Al recoger la antena de oro con la que fue premiado, la primera en el rock radiofónico, aprovechó para transmitir fuerza a quienes como él sufren las secuelas de la polio u otro tipo de minusvalía. Detalla la enfermedad en el libro, especialmente la operación a la que fue sometido en enero del 69. "Como no había presupuesto para pagar las 12 o 15 pesetas que costaba la televisión de la habitación del hospital, me conformé con un transistor que escuchaba debajo de la almohada para no dar el coñazo a mi madre con los deportes".
Uno de aquellos días, dándole vueltas al dial, escuchó un programa de música, 'La incubadora', en el que hablaba una niña, Cuchi Cuchi, fan de los Beatles. Entonces empezó a escuchar su música y la de Los Bravos. "La radio aliviaba en parte aquel trance que no era fácil. No solo estaba encerrado en una habitación en la que no se veía la calle —las interiores eran más baratas—, literalmente estaba atado a una cama. Las vueltas de tuerca diarias eran un suplicio y cuando me hacían curas de los puntos de la operación aquello se convertía en una tortura que duraba una hora".
Recuerda con humor que, una semana y un día antes de nacer, John Lennon y Paul McCartney tuvieron su primer encuentro. Y fue curioso que, sin saberlo, sus padres eligiesen para él la combinación de sus nombres, Juan y Pablo. Estaba claro que, si ellos iban a cambiar el mundo, él estaba destinado a emprender su propia revolución, la de la música radiofónica. La cosa no queda ahí. Sus padres añadieron como tercer nombre Epifanio, por su abuelo, fusilado tras la Guerra Civil en las orillas del río Alberche.
Leyó a Herman Hesse, Alan Gisbert o Mao desde muy jovencito. También escuchó a Bob Dylan. "Entre todos me ayudaron a entender mejor la necesidad de comprometerme para cambiar el mundo". Pasó de yeyé a hippie rockero y activista. "Fueron meses de vértigo en los que se juntaban maravillosamente los discos de Hot Tuna, la soledad profunda y cósmica de El lobo estepario, Radio Pirenaica y los porros. Sí, tengo claro que todo aquello aprendido en la calle, en las bibliotecas, en las portadas de los discos, en las revistas de fotografía, en la prensa ilegal del Partido Comunista, todo aquello formó una gran parte de la persona que ahora soy".
Antes de estrenar el programa que ahora conduce en Rock Fm, se acostumbró a poner el despertador a las 4.30 h. de la madrugada. Se duchaba y recorría Madrid y su periferia escuchando lo que hacía la competencia. Observó las caras de la gente en un semáforo de la Castellana o conduciendo por la M-50. "Me impregnaba así de cómo se vivía a esas horas de la mañana, unas horas que solo conocía de cuando volvía de juerga a casa y, claro, la perspectiva es muy distinta. Me reafirmé en que a esas horas no se pueden contar milongas a la peña".
Decidió que les daría rock y diversión. Sabía que funcionaría. El miércoles 1 de septiembre de 2010, a las seis de la mañana se abrió el micro y dijo: "Buenos días. Saludos de El Pirata". Ahí empezó la fascinante aventura que sigue viviendo trece años después.
El Pirata entiende que el rock es un amor para toda la vida y, a sus 67 años, no quiere ni mencionar la palabra jubilación. "Mientras me dejen, seguiré aquí con la mejor música del mundo y mi banda maravillosa". Es un hombre de palabra. Prometió no hablar ni de fútbol ni de política en su radio y lo ha cumplido. "El rock -dice- no tiene ideología. Ni de derechas ni de izquierdas. Conocí a un alcalde del PP de un municipio de León, José Estanga, muy rockero. Con sus botas altas, pelo largo y cazadora de cuero. Gobernó tres décadas sin dejar de cantar rock y promoviéndolo".
De sus días de hospital conserva una costumbre que le proporciona mucha paz. "Cuando ya estaba harto de todo, me tumbaba, miraba al techo con la vista perdida y saboreaba el confort que las mantas me daban, sin pensar en nada, solo dejándome envolver por el calor de la cama. Es una sensación que busco desde entonces casi a diario, con la mente derivando por donde le da la gana. Es algo que necesita cada ser humano de vez en cuando para no explotar".