Parece increíble que en estos días en que la música se escucha sobre todo en plataformas digitales, las casetes no hayan desaparecido. Pero es que no solo no han desaparecido: mientras otros formatos de audio y vídeo (como el minidisc, el DAT o el betamax) cayeron en combate, en los últimos años ha aumentado el número de personas que compran, coleccionan o fabrican casetes; sí, aquellas cintas con las que los adolescentes de hoy alucinarían, que se rebobinaban con un bolígrafo y con las que más de una generación empezamos a disfrutar de la música.
Hay un componente sentimental en ese apego a estas carcasas de plástico con cinta enrollada dentro. Fuimos muchos los que de críos grabábamos canciones directamente de la radio en casetes —rogando por que el locutor no pisara la música—, creando así nuestras propias recopilaciones caseras. El otro día una amiga me contaba que había encontrado una vieja caja en su trastero con casetes de canciones variadas que le grababa un antiguo y amoroso novio. Anotar los títulos en la carátula no era suficiente: había que esmerarse en la caligrafía, el diseño, los colores; los más creativos hacían en apenas 10 cm x 6,5 cm auténticas obras de arte.
“Las casetes han vuelto por nostalgia”, dice Luis González, propietario de La Cassettería, en Madrid. “Mucha gente escuchó sus primeras canciones en este formato. Fue el primero que permitió hacer regalos, declaraciones de amor… Recuerdo que mis amigos, como no tenían pasta, me regalaban por mi cumpleaños un mix. O lo regalabas tú. Las casetes nos recuerdan una época feliz de nuestras vidas”.
La Cassettería es la pequeña fábrica de casetes que González abrió en 2020, en plena pandemia. Sus clientes son particulares que quieren plasmar en un soporte físico la música que componen o sellos discográficos que encargan pequeñas tiradas. En 2021 fabricó la reedición en casete del disco Devil came to me, de Dover (de 1997). Además de fabricarlas, las vende en ediciones originales (algunas de mitos como John Lennon o Billy Joel) a coleccionistas ávidos por reunir todo lo que ha publicado un artista. Las ofrece en expositores como los de las gasolineras. Vende, alquila y repara radiocasetes vintage. En fin, es entrar en el pequeño establecimiento y transportarse directamente a 1982.
Luis González, físico de formación, trabajó en empresas relacionadas con las energías renovables hasta que la última de ellas quebró y se quedó sin empleo. Simultáneamente, como afición, tenía un sello independiente. Hizo un máster en industria musical, se dedicó a la gestión cultural y finalmente profesionalizó aquel hobby. Montó en este espacio próximo a Plaza de España su oficina. Se interesó luego por la fabricación de vinilos, pero la elevada inversión que requería le hizo desistir. Al mismo tiempo, se dio cuenta de que había una creciente demanda de casetes.
“Mucha gente de mi entorno me llamaba loco”, explica. “Pero vi que determinados artistas, especialmente en el mercado anglosajón, editaban su música en casete. Percibí que algo se estaba cociendo. Como nadie fabricaba casetes en España, empecé a buscar las máquinas con que se producen y las compré”. Actualmente dos de ellas, que adquirió en Reino Unido, se apretujan en una esquina del local. Dice que ya le ha echado el ojo a una tercera.
“Nunca ha llegado a desaparecer”, prosigue. “Grupos y sellos underground han seguido grabando sus discos de forma artesanal y editándolos en casete, haciendo la portada a mano… Es un formato muy cómodo. Hay gente que se lo piensa a la hora de comprar un vinilo en un concierto, porque luego tiene que cargar con él toda la noche. La casete te la metes en el bolsillo”.
Considera que series como Stranger things o Guardianes de la galaxia, donde se rescatan las casetes, han contribuido a una especie de revival de los ochenta que ha devuelto el interés de parte del público por el formato. “De repente, era tendencia”, dice. Para averiguar qué hay de cierto en ello, realizo un pequeño experimento: le pregunto a mi hija de trece años si sabe lo que es una casete. “¿Una casete?”, responde apartando la vista de la tableta que la tiene absorta y haciendo un gesto con las manos como si abarcara las modestas dimensiones de una cinta. “Claro”, añade. “¿Y cómo lo sabes?”, indago. Me responde con dos palabras: “Stranger things”.
Aparte de la nostalgia ochentera, otro factor ha influido en la inusitada capacidad de resistencia de las casetes: la pandemia de covid. En 2021, The Conversation publicó que la venta de estas cintas, durante tantos años denostadas, se había duplicado en el confinamiento. Según la industria fonográfica británica, en 2020 se vendieron en Reino Unido 156.542 casetes, la cifra más alta desde 2003 (y un 94% más que en 2019).
En aquellos días de incertidumbre muchos nos aferramos al pasado, lo único seguro que teníamos, a través de cualquier objeto o pasatiempo que nos hiciera evocar tiempos mejores. Desde entonces, las ventas, aun siendo escasas, se han mantenido al alza. Como declaró Joe Seaward, batería de Glass Animals, a la revista musica NME el pasado abril, “la gente ve programas de televisión y películas antiguos y escucha música antigua. Creo que eso podría tener que ver en parte con el motivo por el que el casete está resurgiendo”.
Pero también hay quien mantiene su apego por las casetes al margen de tendencias. Es el caso de José Antonio (59), melómano sevillano que posee una amplia colección de vinilos y cintas de audio. “Las casetes cumplían una función”, explica. “Allá donde el vinilo no llegaba, la casete era la alternativa. Podías escuchar un disco caminando por la calle, en un walkman, o en el radiocasete del coche. Por eso se vendían en las gasolineras. Tengo muy gratos recuerdos de viajes con mi familia cuando era niño, en los que íbamos oyendo mi música. Solía grabarme mis vinilos favoritos en casete para poder escucharlos en el coche. Eran una maravilla”.
No ha contabilizado José Antonio las unidades que guarda en su casa; afirma que pueden ser más de quinientas. Las sigue comprando; de los discos que más le gustan, entre los que hay obras de los Beatles, los Kinks o Pink Floyd, trata de conseguir todos los formatos, incluidas reediciones en vinilo —en algunos casos posee dos o tres copias, de diferentes ediciones—, cajas conmemorativas y, desde luego, casetes. “¿Que si las escucho? Claro que sí. Conservo un estupendo equipo de alta fidelidad de los antiguos, y a veces me da por desempolvar una casete y escucharla; me encanta tenerla en las manos, introducirla en el magnetofón y apretar el botón de play. Es una especie de ritual. Aunque no puedes ponerla todos los días, porque al final la cinta se desgasta y los carretes empiezan a hacer ruido al girar, lo que resulta molesto”.
“Es romanticismo puro y duro”, dice Jaume Ivars. Desde su oficina en Benissa (Alicante), Ivars dirige el sello discográfico Polze de la Mort, especializado en música punk nacional que publica en formato casete. “Es el formato por excelencia del punk”, explica. “En los ochenta, los grupos grababan sus maquetas y las difundían en cassette. El hacer copias caseras, el moverlas de mano en mano, tenía mucho que ver con lo artesanal y con el ‘hazlo tú mismo’, que es la filosofía punk”. Polze de la Mort publica entre diez y doce referencias al año, en tiradas de cien ejemplares o, como mucho, de doscientos. Encarga sus tiradas a una fábrica portuguesa, la única de las grandes que se mantiene en activo en la península ibérica.
Incluso el sonido de las casetes, “más apagado, más sucio”, dice Ivars, va en consonancia con la esencia del punk. Si la portabilidad y el precio son sus mayores ventajas, el hecho de que las cintas no sean eternas constituye su gran debilidad. “Con el tiempo, o se desintegra la cinta o pierde calidad”.
Luis González defiende la calidad del sonido de las casetes. “Es un formato muy demonizado”, alega. “Una casete bien grabada, con un máster bien hecho, no tiene nada que envidiar a un CD o un vinilo. Pero se han hecho muchas perrerías con ella. Muchos grabábamos casetes directamente de la radio, se compraban cintas de muy baja calidad en ultramarinos, se grababan en aparatos sin mantenimiento, se hacían copias de copias de copias… Esa imperfección hacía que se perdiera calidad”.
Pero las novedades que se lanzan en casete no se limitan a la esfera del punk. Discos de grupos indies como Viva Suecia, Fangoria, Niña Polaca, La La Love You o recopilaciones de música electrónica también se publican en este formato. En 2018, Björk reeditó toda su discografía en casetes de colores. En definitiva, si el vinilo está viviendo una segunda juventud (en 2022 sus ventas superaron a las del CD), ¿por qué no habría de vivirla el casete? Como apunta Jaume Ivars, “se está volviendo a los formatos analógicos, y el casete es uno de ellos, el hermano underground del vinilo”.