Amparanoia: "De mi generación quedamos Rosenvinge, Amaral y Luz y yo; al resto las han quitado de en medio"
Publica 'Fan fan fanfarria', un disco festivo con temas nuevos y antiguos en el que hay lugar para reivindicaciones sociales.
Sufrió malos tratos durante una década, desde los 14 hasta los 24 años, por parte de la persona que entonces era su pareja. Tuvo al primero de sus dos hijos, Yeyo, a los 16 años; lo crió sola
"Alguno de mis hermanos piensa diferente a mí; y hemos estado juntos en Nochebuena jugando al Party"
Hubo un tiempo, a finales de los noventa, en que la palabra “mestizaje” cobró inusitado protagonismo en la música. Designaba propuestas de lo más variado que compartían la mezcla de ritmos y estéticas de remota procedencia: desde el folk canalla, con visos latinos, de Manu Chao y el flamenco hip hopero de Ojos de Brujo a los discos en solitario, insuflados de rock con raíces, de Juan Perro, Kiko Veneno o Manolo García. En muchos casos, tenía una connotación política: ese revoltijo de sonidos de aquí y de allá no era sino reflejo de una ideología que, entre otras cosas, rechazaba las fronteras. En esa colorida amalgama, por otra parte de rebosante testosterona, una mujer logró hacerse hueco: Amparo Sánchez.
Si bien para encontrar hoy vestigios del término “mestizaje” aplicado a la música hay que tirar, armados de paciencia, de hemeroteca, Amparo Sánchez (al igual que algunos coetáneos suyos), a la que conocimos en Amparo & the Gang (Haces bien, 1993) y, con mayor gloria, al frente de Amparanoia, sigue muy activa en lo suyo. Tras deshacer Amparanoia en 2008, publicar tres discos en solitario con su nombre real y resucitar la banda (Himnopsis colectiva, 2021), acaba de lanzar Fan fan fanfarria junto a la charanga zaragozana Artistas del Gremio.
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Conoció a este combo a finales de 2022 y por casualidad: el algoritmo de su teléfono móvil le llevó a un vídeo de Artistas del Gremio que la dejó impactada. “Estaban en la calle haciendo una versión de Rage Against the Machine, 'Killing on the name'. Entre el público había niños, mayores… y estaba todo el mundo bailando. Lo vi y pensé: 'Esta gente es especial”.
Tan especial le parecieron que los invitó a grabar con ella una nueva versión de “Mi genética” y participar en el cierre de su anterior gira en Granada. Entonces el líder de Artistas del Gremio le propuso realizar juntos algunos conciertos. Para embarcarse en esa nueva gira, Amparo necesitaba un material que presentar en directo: nació así el proyecto de Fan fan fanfarria, en el que Amparanoia y Artistas del Gremio revisan temas ya conocidos de Amparo y estrenan cuatro nuevos.
Ya entonces le rondaba por la cabeza la idea de actualizar parte de su cancionero con un componente electrónico, lo que ha marcado el rumbo del disco, que no es sino una colección de temas festivos, optimistas unas veces, reivindicativos otras, donde conviven en feliz orgía la rumba, la electrónica, el hip hop, la música mexicana, trompetas balcánicas y charanga callejera. Un matalotaje sónico que hasta finales de marzo va a estar presentando en escenarios de Zaragoza, Vitoria, Bilbao, Madrid y Barcelona.
Amparo al margen de Amparanoia
A sus 54 años, y desde que abrió y cerró paréntesis en la carrera de su banda, Amparo ha logrado disociarse de Amparanoia. “Necesitaba sacarlo del centro de mi vida”, explica. Ahora el grupo no es el “todo”, sino una parte de su realidad cotidiana, en la que hay espacio para otras facetas como la producción musical, la gestión de su propio sello discográfico (Mamita Records), la publicación de libros, la coordinación del festival Granada 100% Mujer o la dirección de la plataforma Revivir la Azucarera, que busca revitalizar una antigua azucarera San Isidro, actualmente propiedad de la Universidad de Granada.
La retahíla de quehaceres habla de una mujer empoderada y comprometida con el entorno que la rodea. Las guerras acaparan, a su pesar, otra gran parte de su atención. “El que, como humanidad, en el siglo XXI estemos tratando de solucionar conflictos a través de guerras, con pérdidas de vidas inocentes de por medio, es el tema más doloroso ahora mismo para mí a nivel mundial”, explica.
“Estamos rodeados de violencia. Ayer anunciaban en televisión un especial de películas violentas. Estamos haciendo mucha propaganda de la violencia; los políticos entre ellos son violentos. La fomentamos en vez de hacerla desaparecer. Creo que al sistema le interesa que estemos polarizados, enfadados, violentos y sintiendo al otro diferente. Nos quieren divididos. Hay un lema muy famoso que dice: 'El pueblo unido, jamás será vencido'. Con esa base, ¿qué hacen? Desunirnos. ¿Y cómo? Si tú eres de ese equipo de fútbol, yo soy del otro, si tú eres de ese partido que es lo peor, yo soy del otro que es aún peor… Intentan que estemos totalmente en el polo puesto, y no es real, porque todos queremos lo mismo”.
Su cóctel musical simboliza esa ausencia de barreras que predica. “Las fronteras se las ha inventado el hombre: no existen. Aparte, las fronteras son clasistas porque para quien tiene dinero o el pasaporte adecuado, no existen. A menudo se odia a los que las cruzan para establecerse en otro sitio, pero no nos preguntamos qué les ha llevado a dejarlo todo (familia, amigos) para migrar. Lo que habría que hacer son políticas para que la gente esté a gusto en su lugar. Nosotros hemos tenido la suerte de nacer aquí, pero el que venga de fuera, bienvenido sea. Es nuestra obligación ser buenos huéspedes”.
“Todos estamos en el mismo barco, que es el planeta Tierra”, añade. “Queremos una vida digna, sentirnos queridos; dar, compartir. No catalogo a las personas por sus ideas políticas. Si tengo conexión con alguna es por su capacidad de compartir, por una reflexión, por una sonrisa, aunque lleve la bandera de España puesta en el cuello. Si se produce esa sonrisa, ese gesto, se rompen las barreras del odio. Yo no quiero odiar a nadie. Estudié en un colegio de monjas. Las odiaba porque me tenían enfilada: yo era la rebelde, la punk. Con el paso de los años soy capaz de ver que hay monjas que realmente entregan su vida y están haciendo una labor importante cuidando a personas enfermas. Soy capaz de ver esa convicción, esa fe y ese amor”.
“Todos somos hermanos y hermanas; seres humanos. En mi propia familia, sé que alguno de mis hermanos piensa completamente diferente a mí; y hemos estado juntos en Nochebuena jugando al Party, y no hablamos de temas políticos. Tampoco quiero convencer a nadie de que piense igual que yo, porque sería muy aburrido. Para mí no hay diferencia ni por el sexo, ni por la raza, ni por la ideología: somos todos la misma esencia”. Sus continuos viajes (por trabajo o placer ha visitado México, Cuba, Marruecos, Congo, Mauritania, Etiopía, Argelia, Argentina, Uruguay y Chile, entre otros muchos países) han acentuado esa visión.
Del maltrato al coraje
En el terreno social, lo que más la preocupa sigue siendo la violencia contra las mujeres. “No hemos conseguido erradicarla”, dice. “Es más, todas las semanas tenemos noticias terribles. ¿Qué nos está pasando como humanidad? ¿Por qué estamos tan perdidos? Eso a veces me desespera. Cada uno debe poner su granito de arena para el cambio. Yo, desde la música, intento transmitir alegría y esperanza, y la idea de centrarnos en ser felices nosotros para hacer felices a los demás. Ahora hay una sensibilidad, pero hace falta mucho más. No es fácil hacer un plan para erradicar la violencia hacia las mujeres, porque algo que está instaurado en nuestra sociedad, lamentablemente. Hasta hace muy poco, se llamaban crímenes pasionales, no lo podemos olvidar. No hay justificación posible”.
Como saben sus seguidores y los lectores de su libro La niña y el lobo (2014), en el que relata su amarga experiencia, Amparo sufrió malos tratos durante una década, desde los 14 hasta los 24 años, por parte de la persona que entonces era su pareja. “Entonces no había un sitio donde denunciar más que irte al policía que tenía la edad de tu padre, que estaba fumando un Ducados y que te miraba como diciendo: 'Algo habrá hecho”. Porque te miraban así”.
Tuvo su primer hijo, Yeyo, a los 16 años; lo crió sola. También sola se encargó de sacar adelante al segundo, Mario (Mayito). A lo largo de su carrera, incluso desde su temprano éxito “Que te den” (1997), se ha comprometido con hacer llegar a los demás un mensaje de igualdad.
Su faceta de productora
Como mujer que escribe y produce sus discos, ha percibido el rechazo de muchos hombres en la industria de la música. “Poca gente me ha dado la enhorabuena por este disco como productora”, se queja. “Decían que Manu Chao producía mis discos, o Calexico; no es cierto. Incluso he tenido discusiones con mi equipo. Me decían: '¿Por qué no te lo puede producir alguien?' Porque es mi disco. Es igual que si estoy haciendo una comida: no quiero que vengas tú a cambiarme las medidas porque la comida la estoy haciendo yo. Es mi obra, y yo controlo desde los textos a los vídeos”.
Un desprecio que se ha acrecentado a medida que Amparo ha ido entrando en la edad madura. “Cuando cumplí 40, un directivo de una compañía me dijo que ya era muy mayor para la música, que ya a nadie le iba a interesar mi mensaje. En cambio, los hombres de mi generación ¡son todos maestros! ¿Cuántas mujeres quedan de mi generación? Christina Rosenvinge, Eva Amaral, Luz Casal y yo. No hay más: las han quitado a todas de en medio”.
Amparo ha llegado a tocar con Calexico en el Royal Albert Hall de Londres o el Hollywood Bowl de Los Ángeles; la BBC la premió en 2005 como Mejor Artista Europea de World Music. “Cosas que apenas han tenido repercusión; si hubiera sido un hombre, te digo yo que disfrutaría ahora de un contrato millonario”, espeta.
Sus dos hijos la acompañan como músicos en los conciertos. Yeyo, que ahora tiene 37 años, y Mayito, de 25, han heredado su pasión por la música. “El haber sido una familia de tres (porque los padres han estado ausentes en ambos casos) ha influido. No he tenido el planteamiento de: 'Yo soy la madre y vosotros los hijos', sino que hemos compartido un proyecto de vida. Además, en mi casa se oye música todo el día. Venía Manu Chao con la guitarra, venía el otro y se tiraba no sé cuántos días… Mis hijos no se han dejado llevar por las modas, sino que tienen una educación musical increíble. Han viajado conmigo, han estado en conciertos, han visto lo que provoca en el público la música… El mayor lleva trabajando conmigo muchos años; el pequeño estaba más enfocado en el estudio y el año pasado le dije que creía que había llegado el momento de que compartiéramos también escenario. Imagínate el orgullo que siento como madre. Se ha materializado un sueño”.