La noche en que se hizo magia: cómo se gestionaron 40 egos difíciles para grabar 'We are the world'
La confusión de Bob Dylan, el swahili de Stevie Wonder, los ruidosos collares de Cindy Lauper o las copas de más de Al Jarreau fueron algunas de las anécdotas más memorables de la jornada
El documental 'La gran noche del pop' explora los desafíos logísticos que se produjeron en la sesión en la que se grabó el gran himno benéfico de los 80
Quincy Jones se encargó de producir, organizar y hacer de psicólogo de un brillante 'all-star' de la música estadounidense en el que solo faltaron Prince y Madonna
Es la madre de todas las canciones benéficas. El himno solidario por excelencia del star-system de los años 80. Un monumento a la grandilocuencia más desatada con la coartada buenista de salvar vidas que hoy, más que nada, es carne de parodia. A 'We Are the World', que sigue siendo uno de los singles más vendidos de todos los tiempos, se le recuerda más por haber reunido en una sola habitación a 40 de las más grandes estrellas de la música que por su trascendencia musical o por sus logros en la lucha contra la hambruna en Etiopía. El flamante documental de Netflix 'La gran noche del pop' indaga precisamente en el aspecto más interesante de aquel evento, en cómo se gestionó aquel difícil equilibrio de talentos, egos y personalidades dispares en la grabación del tema en un estudio de los Ángeles durante una única noche, la del 28 de enero de 1985.
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La idea partió de Ken Kramer, uno de los managers más importantes de la época, y de Harry Belafonte, toda una institución en la defensa de los derechos civiles, inspirados por el gran precursor de la ola solidaria de los ochenta, el rockero Bob Geldof, quien unos meses antes había reunido a la aristocracia del pop-rock británico en 'Do They Know It's Christmas'. El plan era darle su contrapartida norteamericana, y para ello involucraron en primer lugar al productor Quincy Jones y a dos de las más grandes estrellas pop del momento, Lionel Ritchie y Michael Jackson, quienes se encargaron de componer el tema a contrarreloj.
Después, tirando de agenda consiguieron un espectacular 'all-star' que incluía a Stevie Wonder, Bruce Springsteen, Bob Dylan, Tina Turner, Cindy Lauper, Billy Joel, Diana Ross, Paul Simon, Ray Charles, Kenny Rogers, Willie Nelson, Huey Lewis y un largo etcétera. Entre los artistas estadounidenses más populares de los 80 solo quedaron fuera de USA for Africa Madonna, que estaba inmersa en una gira, y un Prince que fue duda hasta el último momento.
La grabación tendría lugar en una única sesión en los estudios de A&M Records de Beverly Hills al término de la gala de la American Music Awards, aprovechando que la plana mayor de los convocados iba a estar allí. Después de los premios, todos irían a grabar. Sería una noche en la que todo tenía que salir perfecto porque no habría otra ocasión ni posibilidad de retoques. Quincy Jones, que además de productor se convertiría también en organizador, consejero y terapeuta de la velada, hizo poner en la puerta un cartel que decía: “Por favor, dejen el ego fuera”.
La fascinante historia de los desafíos logísticos, exigencias artísticas y problemas inesperados que desviaban una y otra vez el plan original de una grabación rápida y eficiente supone en sí misma toda una crónica de una época y de la industria del entretenimiento justo en su momento de máximo esplendor. Repasemos algunas de las anécdotas más memorables que dejó una noche para el recuerdo.
¿Qué hace un chico como yo en un lugar como este?
Es el gran meme de 'We Are the World'. La imagen de un Bob Dylan aturdido, balbuceante, con la mirada perdida del que no sabe dónde demonios se encuentra ni qué ha ido a hacer ahí. De hecho, la escena representa un poco también la gran confusión creativa por la que pasaba el de Duluth en los años 80. Cuando le llega su turno de cantar su verso solista Dylan se atranca, no sabe cómo afrontarlo. Se le ve preocupado. Quincy Jones ejerce ahí de psicólogo, pero el autor de 'Blowin' in the wind' no acierta con el tono, visiblemente incómodo también con tanta gente pululando alrededor. Es entonces cuando pide ayuda a Stevie Wonder y este acude al rescate. En una esquina, toca las notas al piano junto a él y le enseña, imitando su tono, cómo debe acometer la melodía. Finalmente Dylan lo consigue, aunque no está seguro. "No ha salido bien", dice con una sonrisa, pero Quincy le da un abrazo y zanja: "Es magnífico". Bob claudica: "Está bien, si tú lo dices...".
Stevie Wonder y su ocurrencia de cantar en swahili
Son más de la dos de la mañana, la tensión empieza a hacer mella y Stevie Wonder, ocurrente, empieza a improvisar unos versos en el dialecto swahili que no están en el guion. Se viene arriba y se empeña en que eso debe ir a la canción. Es Stevie Wonder, un genio, y nadie quiere contradecirle abiertamente, pero eso va a suponer más demoras. La leyenda del country Waylon Jennings, harto de todo, se levanta y sale del estudio. Según el documental de Netflix, ya no regresará. Michael Jackson propone una especie de cánticos étnicos que tampoco convencen a nadie y finalmente el problema con el swahili se resuelve cuando alguien dice desde el fondo que en Etiopía no se habla esa lengua.
Al Jarreau, si bebes no conduzcas
Uno de los momentos más emocionantes de la sesión se produce cuando un Al Jarreau claramente achispado improvisa la letra del mítico 'Banana Boat' de Belafonte, quien integraba el multitudinario coro. Le sigue Lionel Ritchie y Smokey Robinson arenga a los demás para que se vayan sumando en una entusiasta versión que también sirve como cálido homenaje al legendario activista. Hasta ahí bien, pero el problema es que Al Jarreau sigue dándole a la botella y cuando le toca lidiar con su parte solista tiene auténticos problemas para entrar a tiempo y se ve obligado a repetir toma una y otra vez, para fastidio del resto. Wonder destensa la situación con una de sus bromas: "Miren que si beben mucho, los conductores designados somos Ray Charles y yo”.
Cindy Lauper y el extraño ruido de sus abalorios
De entre los invitados al evento, hay algunos que Quincy Jones y Lionel Ritchie tienen marcados en rojo como potencialmente conflictivos, problemáticos, folloneros. Cindy Lauper es una de ellas. Durante la gala de los American Awards advierte a Ritchie de que no va ir a después a la sesión porque su novio no piensa que la canción valga la pena. En el último momento decide que se une a la causa, pero durante la grabación de los coros multitudinarios le susurra al oído a Billy Joel que aquello parece "un comercial de Pepsi". Y en el fondo razón no le falta. En su parte vocal Cindy se desborda dándolo todo, pero Quincy Jones escucha un extraño ruido como de gente cuchicheando que se repite en todas las tomas que hacen. La artista, a su peculiar manera, pide al resto que se callen cuando ella vaya a cantar. Cuando finalmente se dan cuenta de que se trata del ruido de las pulseras, collares y demás abalorios que porta, la artista no duda en quitárselos dócilmente y bordar la toma buena.
Prince, la gran ausencia (sin justificar)
El de Minneapolis es el hombre del momento gracias a 'Purple Rain' y sale como uno de los grandes ganadores de la gala de los American Awards, pero ha dejado en el aire su asistencia a la sesión. En el plan original hay un verso reservado para él y algunos confían en que Sheila E, integrante de su banda e interés romántico del ídolo, termine convenciéndole. De hecho, ella asegura en el documental de Netflix que sintió que simplemente la habían utilizado como cebo. En un momento de la noche le llaman por teléfono y le insisten en que se pase. Prince, que en ese momento está en un restaurante mexicano cercano, se ofrece a tocar un solo de guitarra en una habitación aparte. Jones rechaza el ofrecimiento diciéndole que la gracia aquí es cantar todos juntos. ¿Por qué Prince no quiso ir? Hay múltiples versiones. Desde que su fobia a las aglomeraciones no le permitía estar en el estudio con tanta gente hasta que la canción le parecía muy mala, y además llevaba la firma de su archienemigo, Michael Jackson. El mayor beneficiado por la ausencia de Prince fue Huey Lewis, que heredó la línea vocal que le correspondía (y que, ejem, iba justo después de una de las intervenciones de Jacko).
Bruce Springsteen, del estadio al estudio en menos de 24 horas
La implicación del 'Boss', en aquel momento el artista blanco más popular de EEUU, fue una de las claves que hizo posible que muchas estrellas se apuntaran también a la cita. Springsteen había ofrecido la noche anterior en New York el último concierto de la mastodóntica gira de 'Born in the U.S.A' y se presenta en el estudio con lo puesto, sus vaqueros y su chaqueta de cuero, conduciendo él mismo un Pontiac GTO. Pero está visiblemente cansado y su voz no pasa por su mejor momento. De hecho, Quincy teme que no le aguante. Sin embargo, cuando le llega el turno de acometer su parte vocal lo hace con la rasposidad e intensidad (vena en el cuello marcada, mandíbula tensa, ojos entrecerrados) que le caracterizan, y cuando concluye sus compañeros irrumpen en aplausos. "Dadas las circunstancias, lo hice lo mejor que pude", reconoce Bruce en el documental.
A las ocho de la mañana del día siguiente se dio por concluida la grabación de la parte vocal. El single se lanzaría el 7 de marzo y solo en sus primeros tres días vendería 800.000 copias. Se convertiría en un número uno global y con los años llegaría a despachar 20 millones de ejemplares. Además, se llevaría cuatro premios Grammy (entre ellos canción y grabación del año). En cuanto a si cumplió sus objetivos benéficos, es fácil pensar que no sirvió de gran cosa, pero en un año recaudó más de 40 millones de dólares que se destinaron a proyectos de ayuda a los países africanos y, sobre todo, sirvió para llamar la atención de la opinión pública sobre una situación alarmante. Tampoco es poca cosa para una simple canción pop.