En abril de 2023, Liam Gallagher, excantante de Oasis, “cantó” las ocho canciones de un disco (The lost tapes, vol. 1) de un grupo llamado Aisis —nótese el guiño—, sin que el excéntrico vocalista tuviera noticia de su propia participación hasta que se topó con el resultado en Internet (y dijo que sonaba “mega”). En julio, la voz de Johnny Cash se escuchó interpretando una versión country de “Barbie girl”, de Aqua; en este caso, es seguro que el Hombre de Negro no ha podido oírla, pues lleva muerto desde 2003 (y de haberla oído, se habría removido en su tumba). Y en noviembre, The Beatles lanzaron su última canción, “Now and then”, grabada a partir de una maqueta de John Lennon de los setenta, cuyo sonido se mejoró mediante Inteligencia Artificial.
El empleo de IA en la música es ya una realidad; productos que han sido creados con esta novedosa herramienta, hasta hace poco circunscrita al ámbito de los laboratorios, empiezan a ser consumidos por el público. Sus aplicaciones son múltiples, y una de las más interesantes es la de recrear la voz de un cantante a partir de cientos de muestras de sus grabaciones previas. No importa que el cantante esté muerto; la IA puede “resucitar” su voz. De hecho, y dado que los vocalistas vivos están en disposición de seguir grabando discos, la posibilidad de aplicarla en difuntos se antoja incluso más coherente.
Otra revolucionaria tecnología, si bien no guarda relación con la IA, anima a predecir esta opción. Artistas que ya no están entre nosotros como Frank Zappa (muerto en 1993), Roy Orbison (en 1988), Buddy Holly (en 1959) o Ronnie James Dio (en 2010) están “realizando” giras en forma de hologramas. Cantan, se pasean por el escenario, interactúan con los músicos (de carne y hueso)… Ojo: son giras oficiales, aprobadas por sus herederos legales. Y el público paga una pasta por ver a sus ídolos como apariciones fantasmales: hasta 125 dólares abonó en 2019 por asistir a la gira Bizarre world of Frank Zappa, que constó de diecisiete fechas en Estados Unidos y Europa.
Por todo ello, no es descabellado pensar que en un breve espacio de tiempo el mercado de la música dé cabida a discos nuevos —con canciones nuevas— de Michael Jackson, Elvis Presley, Amy Winehouse, Janis Joplin, John Lennon, George Michael o (pon aquí el nombre de tu estrella del rock muerta favorita), con sus voces generadas mediante IA. No hablamos de grabaciones que cualquier aficionado friqui pueda hacer circular de tapadillo; nos referimos a discos oficiales, con el visto bueno de herederos y hasta fabricados y distribuidos por compañías multinacionales. Imagina una nueva remesa de canciones de Michael Jackson, modernas, con sonido actual, a la última moda, quizá producidas por colaboradores de Rihanna o Beyoncé…, pero con la voz, los giros y los grititos típicos del Rey del Pop. ¿No despierta tu curiosidad?
Si la idea aún te produce rechazo, considera una cosa: esa voz no sería una imitación, ni estaría diseñada por un programa informático que la hubiera emulado con mayor o menor precisión. Sería la voz de Michael Jackson. O lo que es lo mismo: esas nuevas canciones sonarían tal y como Jacko las hubiera cantado.
En cualquier caso, tus posibles reticencias sobre esta fascinante metodología no van a frenar a nadie a la hora de ponerla en práctica. Para la industria discográfica, que a día de hoy ve limitada la posibilidad de seguir amortizando el legado de artistas fallecidos a través de reediciones, puede suponer una lluvia de ingresos inesperados. También para los beneficiarios de esos artistas, muchos de los cuales no harán ascos a seguir inflando sus cuentas corrientes a costa de la admirada y cotizada voz de su familiar.
Se dice que la Inteligencia Artificial tendrá un impacto en nuestras vidas comparable al de Internet o la imprenta. En la música, va a cambiarla tal y como la conocemos. “No hay ninguna duda de que es una irrupción con consecuencias increíbles”, dice Xavier Serra, director del Grupo de investigación en Tecnolología Musical (MTG) de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) y uno de los mayores expertos nacionales en la materia. De hecho, la IA ya se aplica en muchos aspectos de la música al margen de la creación: para hacer recomendaciones en plataformas digitales, separar pistas en una grabación (aislando la voz o un determinado instrumento, por ejemplo), convertir un audio en partitura o identificar la música que suena para el correcto reparto de derechos de autor.
En cuanto a la creación en sí, la facultad de reproducir una voz, por más que resulte asombroso y sea fruto de décadas de esfuerzo por parte de los investigadores, parte de un concepto bastante simple. “Este sistema no hace música”, añade Serra. “Hace una manipulación de sonido existente y convierte una voz de una persona en otra voz, con resultados espectaculares. A partir de alguien que canta muy bien, la IA modifica aspectos de bastante bajo nivel y los pone encima de una grabación muy buena hecha por alguien que sabe mucho de música. Por tanto, el resultado está al nivel de crear una pieza musical como Michael Jackson lo haría si él la cantara”.
Sin embargo, los científicos de IA están ya en otro punto: el de lograr que los ordenadores inventen música. “Acualmente existen técnicas que consiguen, con muchos datos, definir maneras de optimización automática con las que llegan a aprender las características de cosas. Se le dice a la máquina: ‘Vale, te escondo una parte de la información (la siguiente nota); ahora intenta generarla”. La máquina puede aprender a encontrar la siguiente nota más común en un estilo determinado, igual que un niño aprende un idioma solo escuchándolo, sin saber sintaxis. La gente no se esperaba que estos sistemas fueran capaces no solo de reproducir datos, sino de proponer cosas nuevas”, añade Xavier Serra.
Importantes discográficas ya han realizado experimentos parecidos. En noviembre de 2023, Warner Music Group y la productora Seriously Happy anunciaron que usarán la voz de Edith Piaff, clonada mediante IA, para narrar el biopic sobre la legendaria cantante francesa, cuya fecha de estreno aún no se ha comunicado. Para ello, se han tomado como referencia cientos de clips de voz, extraídos, sobre todo, de viejas entrevistas. Y si se ha hecho para una película, es razonable sospechar que tarde o temprano pueda ponerse en práctica en discos.
Si la industria no se ha lanzado todavía con voraz apetito sobre estos productos es por el dilema ético que implican. Sus ejecutivos saben que para los fans de los artistas fallecidos, su memoria es sagrada. Dar un mal paso en este sentido —hacer cantar a la estrella el tema equivocado o de un estilo impropio— podría comtemplarse como un abuso imperdonable y una atrocidad.
Aunque el derecho a la imagen se extingue con la muerte de las personas, existe el derecho a defender su memoria; en España, pueden defenderla personas que el fallecido designara en su testamento o, en ausencia de este, su cónyuge, ascendientes, descendientes y hermanos que estuvieran vivos en el momento del fallecimiento de la persona afectada. Por ello, cualquier iniciativa de esta índole debe contar en nuestro país con la aprobación de los legatarios. Es lo que sucedió con Lola Flores y el famoso anuncio de una cerveza a principios de 2021, ejemplo de la técnica del deep fake.
En Estados Unidos, hasta ahora la legislación era más laxa. Quien realizara estas representaciones podía alegar que se trataba de una parodia. La única forma de bloquearla era impedir que utilizara el nombre (la marca) del artista “homenajeado” para publicitarla. Actualmente, tanto la Unión Europea como Estados Unidos (en enero se presentó allí la ley No AI FRAUD Act a la Cámara de Representantes) están estrechando el cerco para que, además de los permisos pertinentes, “estas obras lleven una etiqueta que informe de que es un contenido generado por IA”, indica Manuel Ángel López, experto en Derecho Musical y CEO del bufete Sympathy for the Lawyer. Un disco nuevo de Freddie Mercury, por tanto, deberá publicitar que su voz se ha obtenido a través de esta tecnología. No sería raro, pues, que nos encontráramos con trabajos firmados por “AI Freddie Mercury” o “AI Whitney Houston” (con las siglas en inglés de Artificial Intelligence).
Este abogado está seguro de que los discos póstumos generados por IA terminarán viendo la luz. “Sí, sí, sí. La nostalgia en la música es muy potente. Siempre se ha explotado en forma de recopilaciones, donde no hay tanta tecnología, pero sí que suponen cierto paralelismo”, afirma. Y pone el foco en el aspecto moral de la cuestión: “¿Quién decide si esa nueva colaboración de Michael Jackson la hace con este u otro artista? ¿Por qué esa canción? Le estás dando los mandos de la creación a los herederos, a alguien que no es el artista. No estamos solo ante el uso de la voz y la imagen, sino de tomar una decisión para seguir creando”.
Empresas que gestionan el legado de artistas fallecidos como WME Legends (que vela el patrimonio de la cantante de jazz Eartha Kitt y el icono del reggae Pete Tosh), no niegan que esta clase de proyectos puedan llevarse a cabo y ya estén sobre la mesa. “¿Queremos utilizar tecnologías de clonación de voz para crear nuevos trabajos y hacer que Eartha Kitt cante con su voz única una canción nueva que nunca antes había cantado? ¿Quién sabe? Cada familia, cada legado es diferente”, declaró Phil Sandhaus, jefe de la división WME Legends, a Billboard en noviembre de 2023.
No menos relevante es el punto de vista emocional. Jackson, Marley, Bowie, Prince… fueron seres humanos que experimentaron emociones; vivieron alegrías, desengaños, se conmovieron viendo un atardecer, se emborracharon. Ese bagaje sentimental se plasmaba en su forma de interpretar una canción. Cuando cantaban un tema de desamor, su voz transmitía el desgarro de quien ha pasado por ello. Por muy bien que unas máquinas repliquen sus voces, jamás sabrán lo que es despertar una mañana de resaca o estar locamente enamorado. La voz resultante podrá ser idéntica a la de su poseedor genuino, e imitará el sentimiento que el cantante original puso en grabaciones del mismo cariz; pero, seguramente, la estrella fallecida habría volcado en esa nueva canción matices extraídos de lo más recóndito del alma que los ordenadores ni siquiera sabe que existen. De momento, la IA no es capaz de fusilar almas.