Ni Txus ni Mohamed (Moha), únicos miembros originales que permanecen en Mägo de Oz, tienen redes sociales. Sin embargo, Moha (Carlos Prieto, violinista; 54 años) se animó hace unos meses, por sugerencia de su pareja, a crear una cuenta en Instagram para subir inofensivos vídeos de horticultura y cocina, otras de sus pasiones. “De repente, empezaron a lloverme insultos”, dice. “Que si ‘hijo de puta’, que si tal… Cerré la cuenta. Nadie viene a mi casa a insultarme”.
Los miembros de Mägo de Oz, un grupo que no deja a nadie indiferente, están acostumbrados a este tipo de reacciones. Incluso entre los seguidores del rock duro cuentan con fanáticos admiradores y furibundos detractores, que basan su inquina, quizá, en la enorme repercusión de la banda madrileña de folk metal, que le ha llevado a triunfar incluso en canales comerciales. En 2004 fueron número uno de Los 40 Principales con su tema “La costa del silencio”. Arrasan en nuestro país, donde algunas de sus canciones se han convertido en repertorio obligado de verbenas populares, y también en América Latina. Los aficionados más extremistas, que presumen del carácter minoritario del heavy, cortocircuitan ante el éxito de Mägo de Oz.
“Por eso somos muy queridos y muy odiados: nos salimos del típico esquema de banda de rock”, concede Txus de Fellatio (Jesús Hernández, 54 años), batería, principal compositor y líder de la numerosa formación. “Gustamos a mucha gente que no suele escuchar este tipo de música. Somos los Steven Spielberg del rock: la parte más amable”.
Txus suele ser, de hecho, el centro de la diana de los haters. Tan carismático como arrogante (aunque en la entrevista se muestra muy afable), pertenece a ese grupo de personas que recolectan simpatías y antipatías a partes iguales. “Muchísima gente no me conoce, no se ha tomado un café conmigo”, alega. “Odian al personaje. Como los que odian a José Mourinho, a Cristiano Ronaldo… Se desahogan. Hay mucho frustrado con tiempo libre. Pero lo llevo bien. También es parte de mi personalidad. Prefiero eso a que no hablen de nosotros”.
El odio en las redes sociales constituye precisamente una de las líneas argumentales del nuevo disco de Mägo de Oz, Alicia en el metalverso, que presenta como cantante a Rafa Blas, ganador de la primera edición (2012) del concurso La voz, de Telecinco (“Es un fan de la banda”, dice Moha. “Si a eso le unes su técnica, la capacidad que tiene de expresarla y la ilusión, el resultado es un enorme vocalista”). Se trata de otro álbum conceptual, que en esta ocasión, y sobre la clásica base de afilado rock, aborda problemas sociales de nuestro tiempo. “Hemos adaptado la historia de Lewis Carroll al siglo XXI”, explica Txus. “Pensamos: ‘¿Y si Alicia fuera una chica transgénero que va al psicólogo?’. Tocamos temas muy actuales: el bullying, la identidad sexual, los problemas que puede tener una chica con anorexia… Quisimos hacer una adaptación con la que una chica de trece o catorce años pudiera sentirse identificada”.
Apostilla Moha que las letras del grupo siempre han ido un poco más allá de la superficial invitación a la fiesta. “Lo que nos gusta es hacer pensar a la gente, para que se dé cuenta de en qué mundo estamos viviendo y actúe en consecuencia”, dice. En la elección de estas nuevas problemáticas ha influido la madurez de Txus y compañía: “Ahora que soy padre, me doy cuenta de que hay asuntos, como el acoso o el bullying, a los que a lo mejor antes no prestaba la debida atención. En eso ha influido la paternidad y, sobre todo, el hacernos mayores. Cuando empiezas, eres rebelde y quieres comerte el mundo; ahora ves el mundo de otra forma, con la perspectiva que aporta la experiencia”, apunta Txus.
Aunque iniciaron su andadura en 1988, Mägo de Oz publicó su primer disco, homónimo, en 1994, hace ahora treinta años. Desde entonces han publicado catorce álbumes, varios de los cuales han sido número uno de ventas en nuestro país (Ira Dei, de 2019, también lo fue en México). Y si bien la fama de sus espectaculares montajes en directo, que recrean imponentes barcos pirata o recargadas catedrales medievales, y su sonido demoledor les precede, menos atención se presta a ese cariz literario, discretamente culto, que destilan sus discos.
“Ojalá sirva —dice Moha— para que el gran público se dé cuenta de que no todo el rock es igual. Que en Mägo de Oz hay una preocupación y una cultura que se reflejan en las letras. Hablamos de Don Quijote (La leyenda de La Mancha, 1998), de la Madre Tierra (la trilogía Gaia), de Alicia en el País de las Maravillas…”. Ciertamente, cuesta imaginar al indómito Txus sentado plácidamente en un sillón leyendo un libro (aunque ha escrito dos). “Lo mismo nos ponemos a leer la última novela de Arturo Pérez Reverte que a Bukovski. Es como la música: hay un momento para cada cosa. Leer es como tomarte un café contigo mismo”, señala el batería.
Y añade: “A mí no me define el rock. El rock es una parte de mi vida, pero no soy un rockero: soy un padre, un amigo… y por la mañana me pongo a pasar el aspirador como cualquiera. Soy Txus. Hay una parte del día en que soy rockero y otra en que soy padre de familia. Como cualquier otra persona”.
La faceta más personal de Txus es la de padre de Leia, de cinco años. Aún es pequeña para que se genere en casa un conflicto entre el rock y el reggaetón que seduce a los más jóvenes (“ahora estoy con El pollito Pío”), aunque según el músico, “es una lucha perdida. Cuanto más le pongas rock, menos le va a gustar. Son rebeldes por naturaleza”. Moha tiene tres hijos, dos mellizos de 14 años y un bebé de un mes. “En casa les puedes poner AC/DC, pero cuando van al colegio escuchan otra cosa. Es la música que hay, pero nunca hay que dejar de enseñarles lo que es la buena música, porque el reggaetón pasará, pero el rock seguirá ahí”.
El rock sigue ahí, de momento, como demuestran los macrofestivales que se organizan en toda España (y el resto del mundo) o el tirón que provocan los propios conciertos de Mägo de Oz, que actuarán gratis y en horario matinal el 14 de abril en la sala La Riviera de Madrid, como agradecimiento a sus fans por su apoyo de tres décadas. Cuando terminen de recorrer España, tocarán en Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Colombia, Chile y México. Y aunque de forma anecdótica, el rock también está presente en la moda, pues no es raro encontrar a gente que viste camisetas de bandas de heavy que nunca han escuchado. “No me molesta”, dice Txus, comprensivo pero disimulando una sonrisa. “Cada uno se puede poner lo que le dé la gana. No soy muy talibán en ese sentido. Son cosas que me dan un poco lo mismo”.
También acompaña a los miembros Mägo de Oz su fama de impenitentes fiesteros, que no solo no desmienten sino que de buen grado confirman. “Un grupo de rock ha de ser así, rebelde e irreverente”, justifica Txus. Aclaran que ahora solo se exceden de vez en cuando. “Antes era fiesta todos los días; ahora es un trabajo”, dice Moha. “Pero hemos sido todo lo salvajes que hemos podido”.
En su historial de desenfreno consta una noche en el calabozo, aunque no tanto por haber llegado demasiado lejos en sus excesos como por haber suspendido un concierto; han experimentado todos los tópicos de juerga del rock and roll. “Hemos roto todo lo que hemos podido, hemos tocado cuatro noches seguidas de empalmada, sin dormir. Muchas veces. Estamos vetados en varios lugares. A Monterrey no podemos volver. Hemos hecho todo lo que se puede imaginar”, afirma Moha. En algunos hoteles ya no son bienvenidos. “Rompimos un baño, todo el pasillo inundado de agua…”, relata Txus. “Fue un accidente. Vas pedo, haces la fiesta y se rompe el baño”.
Aseguran estar disfrutando al máximo esta avanzada etapa de su carrera. “Cuando empezamos —dice Moha—, no pensábamos que pudiéramos seguir con Mägo de Oz en 2024. Era inimaginable. Pero hace veinte años, sí sabíamos que íbamos a estar ahora aquí. Somos músicos, es lo que hacemos y, por suerte, seguimos viviendo del cariño de la gente. Hasta que la gente quiera, estaremos dando guerra”.