Hace algún tiempo, Jairo Zavala probó a afeitarse las patillas. Cuando salió del baño, rasurado el rostro, recibió el severo escrutinio de sus hijos. “¿Quién es este?”, exclamaron confundidos. Así que no le quedó más remedio que dejarse crecer de nuevo el vello facial, seña de identidad de su imagen y símbolo de hombre que va por libre, que no se deja influir por modas que vienen y van y refractario a los cambios. Sus canciones también lo reflejan: son atemporales, impermeables a moderneces y poco propensas a innecesarias mutaciones. “Ya me gustaría crear vanguardia y modificar el curso de la música”, bromea. “Lo más grande es que se haga popular: pasar por un parque y escuchar a unos chavales con una guitarra que estén cantando una canción tuya. Eso es maravilloso”.
Lo popular y tradicional vuelve a estar presente en su último lanzamiento, Un lugar perfecto, un disco que te gustará si te gustaron los anteriores de Depedro, el alias tras el que se escuda, desde el inicio de su carrera en solitario, el madrileño Jairo Zavala. Un compendio de sonoridades acústicas que por momentos se acerca al bolero, a la música peruana o al rock fronterizo, aproximaciones que desmontan la idea de inmovilismo.
“Tenía claro que, en lo estético, quería hacer un homenaje al folclore latinoamericano”, dice. “Por sangre y por historia y por curiosidad, siempre me ha acompañado. No voy a hacer un disco de trash metal. No porque no quiera, sino porque no me sale. Quiero pensar que tengo margen para aprender. Aprender es uno de los motores de mi día a día artístico”.
La música de Depedro habla con dos voces: la suya, grave, serena, y la de su guitarra. “Mi profesión es guitarrista”, define. “Ahora menos de las que quisiera, pero le he dedicado muchas horas. Gracias a la guitarra estamos hablando tú y yo”. En su voz humana pone letras que hablan de amor en el sentido más amplio (“amor a la cordura, a la vida”) o que invitan a reflexionar ante determinadas situaciones, no siempre positivas. Por eso dice que el título del disco “tiene un poco de enjundia: se refiere a un estado emocional, llegar a un sitio mental más amable, que nos cuesta alcanzar porque solemos ponernos obstáculos”.
Así, por ejemplo, en “La gloria” expresa que el orgullo no es más que inseguridad y soberbia. “Me gusta que las letras sean directas”, declara “Es la reflexión de un señor que ve que a veces nos agarramos a grandes palabras sin contenido, como ‘gloria’, ‘formidable’… Musicalmente ese tema es un festejo peruano, aunque la letra esté influida por el estilo de Dylan de narrar imágenes”. En general, añade, “hay que ser consciente de lo que dices y haces para ponerlo en valor y disfrutarlo, sobre todo porque todo es pasajero. Lo cercano es lo más importante. A veces miramos a lo lejos, pensamos en futuribles, y no nos damos cuenta de que lo que tenemos cerca es lo más interesante”.
Hay en la forma de hacer música de Depedro algo de concienzudo y artesanal; todo lo contrario del proceder actual, cuando se hacen canciones por ordenador y la publicidad de Spotify te anima a descargarte alguna aplicación para crear tu tema “en cuestión de minutos”. “Tengo la sensación —opina— de que igual que se acabaron ciertos oficios, la manera de hacer música como la hacíamos nosotros se está perdiendo para una nueva generación”. Aun así, reclama su derecho a seguir cultivando la antigua usanza. “Me quedan veinte años de salud; que nos dejen vivir y consumir discos, libros, películas… Que nos perdonen la vida y nos dejen carreteras secundarias para que podamos circular. Que no nos echen al arcén”.
“Prima la inmediatez”, prosigue. “El rock ya es música de género. Estamos en un momento artístico muy hedonista, no existe la rebelión. Pero es que: ¿quién va a ser más macarra, mi hijo o yo, que nací en Aluche y he tenido que sobrevivir en circunstancias complicadas? Ahora no hay ese desencuentro ideológico. El punto de rebeldía del rock ya no existe. Quedan pocos jóvenes que quieran aprender a tocar la guitarra: supone mucho esfuerzo. Es más fácil apretar un botón del ordenador”.
Pese a todo, Jairo, fuertemente conectado a la música latinoamericana, se muestra indulgente con las nuevas tendencias que vienen de ultramar. “Que genera emociones es innegable”, concede. “Y por eso tiene tanto poder. En España se ha relacionado la música latinoamericana con la tele en blanco y negro; no nos sentíamos identificados. Pero te vas a São Paulo, asistes a un concierto de Demônios de Garoa, que son como Los Panchos, y ves entre el público a punks, heavies, electros… Los jóvenes de México se saben los corridos de José Alfredo Jiménez de memoria. Eso es transversal”.
Su reticencia a los cambios bruscos empapa también su vida personal. Jairo Zavala lleva treinta años unido sentimentalmente a Mónica (“Llámalo suerte. Tampoco lo veo algo extraordinario”, afirma; no rehúye hablar de su intimidad, aunque se muestra algo incómodo), con quien ha tenido tres hijos, todos varones, de 20, 17 y 12 años. La familia, la estabilidad hogareña, son fundamentales para él, hasta el extremo que le inspiraron en 2019 un disco con canciones infantiles, Érase una vez.
Lamenta que los rigores de su trabajo le hayan impedido estar presente como hubiera deseado durante el crecimiento de los chicos. “Me habría gustado dedicar más tiempo a mi familia, pero era imprescindible para salir adelante en la música. Lo importante es dedicarles tiempo de calidad, aunque sea poco”, sostiene.
Mantiene con sus hijos una rica comunicación bidireccional en lo que a música se refiere. “Gracias a ellos estoy al tanto de todo lo que pasa en la actualidad. No todo es malo. Es la música que les emociona. La viven con la misma pasión que tenía yo cuando empezaba a escuchar música. El vínculo es el mismo: me pongo esta canción cuando me siento romántico, cuando me siento feliz… Es normal que la música haya cambiado. No les digo que es una mierda. ¡Cómo les voy a decir eso! Es su música. Es lo mismo que decía mi abuelo, que le encantaba la ópera, cuando yo ponía a Led Zeppelin”.
El haber crecido en un vibrante ambiente musical ha ayudado, no obstante, a que sus hijos valoren música del pasado. “Por mi casa pasan músicos todas las semanas, mis hijos han escuchado de todo, pero ellos tienen sus preferencias porque son jóvenes de este momento. Es lo que les toca. Pero son conscientes de lo demás y empiezan poco a poco a mirar atrás y descubrir de dónde viene la música que escuchan”. En junio de 2023 Jairo cumplió 50 años. ¿Le ha influido cruzar esa barrera? “¡Por favor, que me influya! Me hace disfrutar de otra manera, más. Le doy más valor a las cosas. Cada etapa vital tiene su momento y hay que abrazarla”.
Fue en 2008, tras abandonar la banda en la que militaba (La Vacazul) y con el apoyo incondicional de Amparo Sánchez (Amparanoia), cuando Zavala publicó su primer disco, titulado con su nombre artístico. Desde entonces, sus logros, entre los que figuran giras internacionales y grabaciones y conciertos con el grupo estadounidense Calexico, se acumulan hasta formar una carrera sin parangón. Pese a todo, no ha alcanzado el estatus de estrella. “Me da mucho miedo la cima”, admite. “Es muy solitaria. No quiero llegar a ella. Quiero estar siempre escalando. Sé que se acabará en algún momento. Hoy todo el mundo quiere llegar, quiere inmediatez, ¿para qué? Cuando llegues, se acabó. Yo estoy holding the horses, como dicen los ingleses: aguantando los caballos, yendo no tan rápido”.
Muy apreciado por sus compañeros de oficio —ha grabado con Luz Casal, Santiago Auserón, Coque Malla, Leiva, Vetusta Morla, IZAL y muchos otros—, desdeña la fama en favor de la discreción, de mantenerse en un segundo plano, algo que refrenda la elección de un pseudónimo como blasón de su faceta profesional. “Ahora mismo tengo un momento dulce. En realidad, siempre lo he tenido, porque antes de los 20 años ya estaba viviendo de la música. De tiempo a esta parte viene más gente a los conciertos. Ojalá dure, pero sé que es algo pasajero. No es determinante a la hora de medir la gratificación que tengo por mi trabajo. El mío es un oficio como otro cualquiera”.
El 8 de junio inicia en Zaragoza la gira de presentación de Un lugar perfecto. Promete conciertos sin grandes florituras escénicas pero con fuerte carga emocional. “Quería sacar aviones a reacción y rayos láser —bromea—, pero me voy a quedar en una iluminación moderada, para que no me moleste. Proyectaremos fotos y vídeos relacionados con las canciones. He sacado del armario imágenes bonitas del momento en que se escribió cada canción. A lo mejor no es muy espectacular, pero tiene un significado muy profundo para mí”.