Víctor Manuel, sobre su matrimonio: “Veo a Ana y se me cae la baba"
El veterano cantautor publica ‘Sinfónico’, un disco con arreglos orquestales que repesca temas míticos de su amplia discografía
"Hemos sabido compartirlo todo: A los quince días de parir, Ana estaba en un festival y yo dando biberones", explica
“Julio Iglesias me dijo: ‘¡Con lo que has podido ser!’. Cuando conozco a Ana, ya solo estoy con ella. Nunca hemos tenido una relación abierta”.
Víctor Manuel, de 76 años, no piensa en la retirada. Hace unos días pasó una revisión médica, y el doctor, que debía de rondar los 90, le preguntó: “Usted no se ha retirado, ¿no?”. El músico le confirmó que no. Repuso el galeno: “Yo tampoco. ¡Si esto es lo que más me gusta!”. Lo mismo le sucede a Víctor Manuel San José. “Me encanta el contacto con el público”, explica. “Cuando trabajas en lo que te gusta, es como si estuvieras de vacaciones siempre. Esto no es un trabajo; tiene otros componentes lúdicos. Nunca he pensado en retirarme, y si un día decido hacerlo, seguramente no diré nada. Me quedaré en mi casa y ya está”.
La salud le acompaña. “Me siento muy bien físicamente. Hacer conciertos de dos horas tiene una exigencia, y si no estás bien, hay que pensárselo. La gente me dice: ‘¿No te cansas?’. Claro que me canso, y me duele todo cuando me levanto por la mañana, como a cualquier señor de mi edad. Pero llega el siguiente concierto, y lo espero con ganas”. Se cuida: come muy poca carne (“cada vez tengo menos hambre y como menos”), camina mucho, hace gimnasia a diario y nunca ha fumado: “Ni porros tampoco. No sabía tragar el humo. Creo que me fumé un par de Chester cuando era crío, detrás de la iglesia de Mieres, pero después vi que no me gustaba nada. No le he encontrado el atractivo”, señala.
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Resultado de esa tenaz dedicación a la música, acaba de publicar un nuevo disco, Sinfónico, doble y grabado en directo en 2022 con acompañamiento de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y el Coro de la Fundación Princesa en Asturias. Recoge el concierto que ofreció el 23 de septiembre de 2022 en Gijón para celebrar su 75 cumpleaños.
La idea se le ocurrió a su ingeniero de sonido de toda la vida, José Luis Crespo, cuando se dirigía a un concierto en su coche con otros miembros del equipo; amenizó el trayecto poniendo en el equipo el disco con arreglos orquestales que Víctor Manuel publicó en 1999. Los demás, que no lo conocían, exclamaron: “¿Y esto? ¡Hay que repetirlo!”. “Y cuando nos vimos en el almuerzo, me lo plantearon. Se fue calentando todo en muy poco tiempo, empezamos a llamar a gente, al arreglista Joan Albert Amargós, a la orquesta, y todo el mundo quería participar”.
Sinfónico tiene dos partes claramente diferenciadas; la primera, dedicada a sus canciones regionalistas sobre su amada tierra asturiana y la segunda con una docena de temas más románticos o cercanos al pop. Admite que el formato orquestal resta espontaneidad a la ejecución pero confiere nuevos matices a sus composiciones.
“Cuando estás con un orquestón detrás —señala—, hay un corsé en el que debes meterte. En ese sentido tiene esa esclavitud, pero al mismo tiempo le da otro aire a las canciones. Escucho ‘El abuelo Vítor’ y me dan ganas de llorar como cuando la grabé por primera vez. Me lleva a un sitio adonde no me lleva la versión convencional que hacemos habitualmente”.
Algo parecido ocurre con la experiencia, que, en su opinión, suma y resta a la vez en el proceso creativo. “Antes componía en el baño; agarraba la guitarra en cualquier sitio y escribía una canción. Eso lo perdí hace mucho tiempo. Hay canciones de mi primera época que apenas tienen elaboración. ‘Paxarinos’ [de 1969] la compuse borracho de sidra. Había estado en una sidrería, llegué a casa y me acordaba de Asturias. Arranqué y la hice en un ratín. Ahora eso es imposible. Te acostumbras a unas condiciones, te vuelves maniático…”.
Entre esas manías está el anotar frases en el móvil y enclaustrarse en algo parecido a un búnker para componer. “El móvil es una maravilla. Me gusta mucho caminar, y es cuando se me ocurren letras o melodías, que grabo en el móvil. Es lo único de nuevas tecnologías que uso. Lo demás es bastante rudimentario: una guitarra y una grabadora.
Pero para componer trato de recrear las condiciones que me han ayudado a escribir 400 canciones: me encierro en un sótano, sin luz natural (porque como estés mirando un paisaje estás jodido), sin distracciones y con concentración absoluta. Me molesta muchísimo que me distraigan. No compongo habitualmente, pero cuando me pongo, soy una fiera”.
En Sinfónico, como en otros trabajos recientes, su hijo David San José, que tiene ahora 47 años, desempeña papel crucial como arreglista y pianista. Habla de él con indisimulado orgullo. “Sabe muchísimo más que yo”, concede. “Si yo supiera lo que sabe él, me habría salido del mapa. Le he animado a que dé el paso de estar detrás a estar delante, porque canta y compone muy bien. Pero no hay manera. Prefiere estar en un segundo plano”.
Podría decirse que han cambiado las tornas y ahora es el hijo, formado en la prestigiosa Universidad de Música de Berklee, en Boston. quien enseña a su padre: “Yo hago el esquema básico de la canción; él aporta mucho más. Y cuando me atasco con algo, le pido ayuda. Tiene, además, un nivel de exigencia que me viene muy bien. Me cansa tanto el grabar en un estudio, que dejaría las cosas a medio hacer. Él no: hasta que no hago lo que él quiere que haga, no me suelta. En el escenario, si me equivoco en algo, procuro no mirarlo, porque seguro que se está descojonando de risa o poniendo mala cara. Es un estímulo. Tiene ese oído de la madre, oído de tísico, que no te pasa una”. Víctor y Ana Belén tienen otra hija, Marina, que se dedica a la interpretación.
La censura de los medios y las redes
En 1964, hace ahora sesenta años, Víctor Manuel dejó su Mieres natal, donde había ganado algún concurso de jóvenes talentos y actuaba al frente de una orquesta de feria, para estudiar música y darse a conocer a las compañías discográficas. Desde 1965 publica canciones, amables al principio, pero progresivamente críticas con la situación política y social de aquella España gris. Los cantautores eran incómodos para el poder, y la censura se cebó con varios de sus temas. Considera que hoy hay otro tipo de censura.
“Hemos pasado de la censura a la autocensura. Hace cincuenta años no se te ocurría autocensurarte. Ahora la censura es más sutil: tienes el filtro de los medios, que programan tu música o no en función de lo que estés contando, y de las redes, donde a cualquier chaval que esté empezando lo machacan si tiene opiniones propias. Entiendo que a la gente le angustie: se sienten juzgados sin haber hecho nada. Venimos de otro sitio. Yo tuve que quedarme fuera de España seis meses porque el diario Pueblo publicó que yo había pisado una bandera. Era una época mucho más difícil en algunos aspectos, pero tenías la complicidad de los medios. Sacabas un disco que estaba al límite de lo que podías contar y siempre había uno que estaba en Radio Gredos y lo ponía. Eso ahora es imposible. El aplastamiento de los medios no permite ninguna fisura”.
Quizá por ello la música ha perdido su función de denuncia. “El cantautor está estigmatizado: tiene fama de plomo, de contar cosas periclitadas… Cuando hicimos la gira Mucho más que dos, hace treinta años, los titulares de todos los periódicos eran: ‘Vuelven los cantautores’. ¡Pero si no nos hemos ido nunca! Eso ha pesado como una losa. Hay una frontera entre el cantautor y el músico que hace algo más elaborado, como Jorge Drexler. Desde Ismael Serrano, nadie se moja. La gente es realista y se da cuenta de que si tenemos dificultadas para hacer lo que hacemos, mejor no meterse en líos”, analiza.
Víctor Manuel se ha significado por mostrar abiertamente su ideología también fuera de los escenarios. “Es una opción personal. Algo que haces porque quieres. Descubrí muy joven que no se puede gustar a todo el mundo. En las primeras entrevistas ya veía que a la gente no le gustaba nada lo que decía. Ya, pero ¿y por qué me lo voy a callar? Aun así, había más manga ancha que ahora, que en el momento en que caes en desgracia te machacan, te ponen una cruz y te joden la vida. Eso antes no existía. Transigían con lo que pensabas”, explica.
No obstante, su posicionamiento le ha cerrado algunas puertas. “Hay sitios donde no he tocado nunca o solo una vez. En Ourense he cantado una vez en mi vida. En una ocasión quise actuar allí en el teatro Campoamor y desde el ayuntamiento me decían: ‘No hay fechas’. Nunca había fechas. Yo pensaba que el concejal encargado no quería que el alcalde se incomodase porque un rojo estaba allí cantando, cuando seguro que no le importaba. Un día se lo conté a un amigo común, y a los cinco minutos me habían dado el teatro. Siempre aparece un intermediario que dice: ‘En Jaén no se puede hacer Romeo y Julieta si es de Ana Belén’. A lo mejor en Jaén hay alguien que quiere ver a Ana Belén, ¿no? Son mediocres que no quieren incomodar al jefe. A mí no me contratan del ayuntamiento de Madrid desde 1982. Tampoco tienen obligación de contratarme, porque actúo en Madrid de vez en cuando, pero que alguna vez te caiga una pedrea…”.
52 años de amor
Pese a su condición de cantautor con letras sociales, Víctor Manuel formó parte de la primera hornada de estrellas de la música popular española. Él, y otros que recorrían el país de punta a punta dando conciertos, eran los rock stars de la época (antes de que el rock en España diera el estirón). Así lo confirma: “Eran giras infernales. A mí las chicas me rompían la ropa cuando entraba a un sitio, se volvían locas. Dura poco, pero lo he vivido. Había tumulto”. Fue precisamente en una gira conjunta con Julio Iglesias, en 1971, cuando conoció en A Coruña a Ana Belén, que actuaba allí. Asegura que fue comenzar a salir con ella —se casaron al año siguiente— y romper con su pasado de joven conquistador.
“Años después, Julio me dijo: ‘Joder, con lo que tú has podido ser…’. Me lo decía pesaroso, como: ‘Ibas como una bala y te perdiste por el camino’. Porque hay un momento que empiezo con Ana y ya solo estoy con Ana. Hay una frase que se decía antes en el gremio: ‘Follas menos que los músicos de Víctor Manuel’. Porque cuando entran las fans en los camerinos, una se la queda el cantante y los músicos se aprovechan del barullo. En mis camerinos no había barullo. No, no, Ana y yo nunca hemos tenido una relación abierta”, aclara.
El largo romance de Víctor Manuel y Ana Belén, en un mundillo donde abundan las relaciones superfluas o interesadas, y donde el propio funcionamiento del negocio fomenta la inestabilidad, es digno de estudio. Tan enamorado sigue Víctor de su esposa que acaba de componer una canción para el próximo disco de ella en la que se pregunta cómo sería su vida si no la hubiera conocido. “Tenemos estabilidad, capacidad de admiración… Veo a Ana cuando canta o hace teatro y se me cae la baba. El día a día es difícil siempre. Si ha habido algún enfado, ha sido por cosas pequeñas. Nunca nos ha pasado eso de tener que tomarnos un tiempo. Desde el verano de 1972 estamos juntos”.
“A eso ayuda una tía fuerte”, prosigue. “Es absolutamente estimulante. No puedes hacer según qué cosas. Es una historia que debes estar regando toda la vida. Sabes que no puedes hacer cosas que a ella no le gusten. Sé qué cosas no le gusta a Ana que yo haga, y trato de no hacerlas. La relación ha sido siempre así. Hay que ceder por ambas partes. Debe haber ausencia total de egoísmo: lo primero no es lo tuyo, sino lo de los dos o lo de ella. Debes ponerte en el lugar de la otra persona. Hemos sabido compartirlo todo: a los quince días de parir, Ana estaba en el festival de Teherán, y yo dando biberones. Es una mezcla de afecto, amistad, cariño profundo y atracción física que va evolucionando con el tiempo”.
Además de regar su relación con estos ingredientes, Víctor Manuel es un hombre detallista que mantiene viva la chispa del amor con continuas sorpresas. “Me trabajo mucho los cumpleaños”, revela. “Ella nunca se lo espera. Un día la meto en un avión y aparecemos en Petra, pues conocerla era la ilusión de su vida; por su 50 cumpleaños se encontró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con 250 amigos y una big band donde estaba cantando Miguel Ríos… No sabía nada. Me lo curro mucho”. Vamos, que el título de una de sus canciones más célebres le va que ni pintado: “Solo pienso en ti”.