Pablo Benegas, de La Oreja de Van Gogh: "Descubrí a Amaia en una cena familiar. Ella y mi padre se querían mucho"
Hijo del histórico político vasco Txiki Benegas, Pablo es también el guitarra de La Oreja de Van Gogh desde sus inicios
En su libro 'Memoria' narra desde cómo comenzó con la guitarra hasta cómo los escoltas de su padre parecían parte de su familia
"Salir de paseo con mi padre y sin escoltas no fue liberador sino extraño. Íbamos caminando rápido y alertas en todo momento", confiesa
Pablo Benegas nació en San Sebastián en 1976. Durante sus primeros años de vida fue el hijo de Txiki Benegas, reconocido abogado y político, histórico miembro del Partido Socialista de Euskadi y miembro de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE como secretario de Organización y como vocal a nivel nacional.
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Con el paso del tiempo, y sin, obviamente, dejar de ser 'el hijo de' pasó a convertirse en el guitarra de La Oreja de Van Gogh, una banda que nació a finales de los 90 y que desde principios de siglo conquistó el mundo entero con su música vendiendo millones de discos.
Ahora Pablo, el hijo de Txiki y el guitarra de 'La Oreja', ha puesto negro sobre blanco sus vivencias, esta vez sin música de por medio -como solía durante los últimos 25 años-, en 'Memoria' (Plaza & Janés). Ahí se abre en canal contando historias de vida y de muerte, de amor, de felicidad y de tristeza que incluso a su madre le han costado digerir, "aunque al final le ha gustado".
¿Ahora eres el hijo de Txiki, el guitarrista de La Oreja de Van Gogh, o sólo Pablo?
Todos, todos, por supuesto. Soy el hijo de mi padre y orgullosísimo de ello, de todo lo que hizo, no solo en la parte personal, sino también en lo profesional. Con los años, y viendo el país cómo está, le doy más valor a lo que hizo aquella generación de políticos o intelectuales que se encontraron con un país muy complicado y lo sacaron adelante. Estoy muy orgulloso de él y también de formar parte de una historia maravillosa con mis compañeros en La Oreja de Van Gogh. Es una historia increíble que seguimos disfrutando día a día.
¿Habría sido lo mismo si os hubierais llamado ‘Sabino y los Aranas’ -contemplaron esa posibilidad cuando el grupo aún no tenía nombre-?
Nunca se sabe. En el libro reflexiono sobre lo cerca que estamos muchas veces de que no pasen cosas extraordinarias. A veces, el nombre puede influir en algo, pero la clave es que me junté con unos amigos con mucho talento musical y creo que de una manera u otra hubiéramos salido adelante también.
¿Habrías llegado a ganarte la vida con la guitarra si no te hubieras juntado con ellos?
Sí, el talento lo tienen ellos. La vida quiso que nos juntáramos un grupo de personas con las mismas inquietudes y curiosidad musical. La guitarra siempre me habría acompañado porque disfruto tocándola, pero no creo que hubiera llegado a ganarme la vida con ella sin mis compañeros.
De hecho, la descubriste casi por casualidad.
Sí, así fue. Creo que las relaciones largas y profundas con los instrumentos surgen muchas veces de esa manera tan natural. Un adolescente aburrido y un instrumento abandonado en una casa se juntan y surge algo especial. Aprendí a tocar de forma autodidacta, como mis compañeros. Nos dotamos de un lenguaje propio para comunicarnos desde el punto de vista musical. Aquel desconocimiento incluso fue una ventaja. Esa frescura de no haber pasado por el conservatorio diez años daba algo diferente a la gente.
Aprendí a tocar de forma autodidacta, como mis compañeros. Aquel desconocimiento incluso fue una ventaja. Esa frescura de no haber pasado por el conservatorio diez años daba algo diferente a la gente
Nuestros primeros discos son imposibles de componer por gente que tuviera conocimientos de música porque tienen esa esencia, esa frescura, esa ignorancia, esa falta de prejuicios y ese no saber muy bien qué estás haciendo que los hacen naturales y distintos. Si hubiéramos llegado ahí teniendo conocimientos de música, nunca habríamos hecho esas canciones, seguro.
¿Os ha pasado alguna vez que os critiquen por ser ‘intrusos’ en la música, como algunos grupos de punk que presumen de no saber tocar?
No hemos sentido esa crítica. Nos da un poco igual porque somos un grupo de música que hace canciones y las defiende en directo. Muchas veces, la forma de tocar y ejecutar las canciones les da personalidad y carácter. El Viaje de Copperpot, por ejemplo, muestra que éramos un grupo que todavía estaba aprendiendo, pero con algo especial. El no saber casi de música, no ser ni mucho menos virtuosos, nos convertía en diferentes.
La primera vez que subiste a un escenario fue con siete años en un mitin de tu padre.
Sí, fui con mi abuela a un mitin de mi padre en el Velódromo de Anoeta en 1984. Me escapé de su lado y me subí al escenario. Me sorprendió ver a toda esa gente, unas 10.000 personas, atentas a todo lo que él decía. Esa fue la primera vez que recuerdo haberme subido a un escenario y aluciné.
¿Te acuerdas de esa experiencia cuando ahora subes a un escenario siendo tú el protagonista?
La verdad es que no. Me he topado con ella haciendo memoria y revisando mi vida para el libro. La siguiente vez que subí a un escenario en un sitio grande también me impresionó, pero tenía que salir a actuar y tocar, así que los nervios eran por otros motivos. Siempre hay nervios pero es una sensación maravillosa.
Dices que nunca baja de un escenario la misma persona que subió.
Subir a un escenario es una emoción impresionante. Sentir a la gente, ver a tus compañeros, tocar tus canciones, siempre es algo especial. Por eso creo que cuando uno sube a un escenario nunca baja siendo la misma persona. El escenario te transforma de un modo u otro.
Cambiemos de tercio. Volvamos al hijo de Txiki. En el libro cuentas que tu madre te protegía mucho de lo que sucedía alrededor. ¿Cómo viviste aquella época?
Sí, mi madre se preocupó de que en casa no entrara nada de la amenaza que existía fuera cuando mi hermana y yo éramos pequeños. Sin embargo, después del asesinato de Enrique Casas (él fue la persona con la que se encontró aquel día en el escenario a los siete años y días después fue asesinado por ETA), no pudo evitar transmitir tanto dolor. A medida que crecí y fui al colegio empecé a entender y sentir esa presión, esas miradas y esas amenazas que antes mis padres lograban evitar.
A medida que crecí y fui al colegio empecé a entender y sentir esa presión, esas miradas y esas amenazas que antes mis padres lograban evitar
¿Cómo ha vivido tu madre la lectura del libro? Cuentas muchas historias muy difíciles de digerir para una madre.
Ella no conocía muchos de los momentos que cuento en el libro y le ha costado mucho. Ha tenido muchas experiencias sin procesar y le ha costado leerlo, pero al final lo consiguió y le ha gustado mucho.
En el libro dices que durante aquella época sentías miedo y vergüenza, pero nunca odio. ¿Cómo se consigue eso?
Sentir odio no se elige y en casa nunca hubo odio. Sentí mucha rabia, tristeza, pero odio nunca. Creo que eso ha permitido una convivencia en Euskadi ahora. La mayoría de la sociedad no odió, lo que permite la reinserción de personas que sí odiaron y generaron dolor.
De esa parte de tu vida, ¿cuál crees que es el momento más duro? En el libro cuentas muchos. Desde tener que salir a la calle con escoltas con tu padre a sentirte mal por tener que mirar los bajos del coche o ver tu nombre en una diana en el instituto.
Para mí era algo normal y siempre conviví con esa situación. Supongo que inconscientemente lo conviertes en un tema de supervivencia. Hubo picos de más miedo, ansiedad o estrés, pero era dentro de una cierta normalidad. Mi situación no fue diferente a la de muchos hijos de cargos electos en Euskadi, especialmente en los pueblos.
Nunca decidiste ponerte de perfil. De hecho, formaste la plataforma ¡Basta Ya! durante tu juventud. ¿No tenías ganas de huir de todos esos temas?
No, al contrario. Sentía una necesidad de hacer cosas ante la injusticia y lo tremendo de lo que pasaba en nuestras calles. Había una anestesia general en la sociedad. Mis padres nunca me animaron a hacerlo, pero yo sentía esa necesidad de hacer cosas, de movilizar a la gente, especialmente después de un atentado. En esos momentos notaba que no salía a la calle a protestar toda la gente que debería salir y eso era injusto.
A nivel personal, tardaste 37 años en poder salir a la calle con tu padre sin escoltas.
Sí. Yo tenía 37 años y hacía dos que ETA había anunciado el cese definitivo de la violencia, así que un día decidimos ir a hacer un recado juntos sin escolta. Sólo teníamos que ir a mi casa, pero fue extraño. Teníamos la sensación de habernos dejado algo al salir.
No fue un momento, digamos, icónico.
Qué va. Eso sí. Fuimos sin escolta pero lo que no cambiamos fueron los hábitos. Íbamos rápido, siempre alertas y sin desconectar del todo. Hasta cierto punto estábamos algo incómodos. Fue una sensación extraña, ni liberadora, ni bonita. Ojalá hubiera sucedido 20 años antes porque habríamos disfrutado mucho el uno del otro con libertad y tranquilidad, sin sentir el miedo ni el odio de la gente.
¿Te servía la música para desconectar de todo lo demás?
Sí, el local de ensayo se convirtió en un refugio, un lugar de absoluta libertad y tranquilidad. Tocar con mis compañeros me llevaba a otro mundo donde olvidaba todo lo que pasaba fuera.
El local de ensayo se convirtió en un refugio, un lugar de absoluta libertad y tranquilidad. Tocar con mis compañeros me llevaba a otro mundo donde olvidaba todo lo que pasaba fuera
Ahora está de moda hablar de bulos y fake news, pero La Oreja de Van Gogh es la prueba de que eso ha existido siempre. A vosotros os llegaron a vincular con ETA en un mail que se convirtió en viral. ¿Cómo te afectó aquello?
Fue muy duro. A pesar de que no había redes sociales, la gente se acuerda todavía de aquello. Se difundió a través del mail. Nos hizo mucho daño en todos los sentidos. Incluso a nivel de contrataciones, ya que en algunos ayuntamientos que nos habían llamado surgían las dudas. Años después, cada vez que sacábamos un disco salía ese tema. Fue un disparate tremendo que afectó mucho a mi padre también.
Tu padre, por cierto, era uno de vuestros mayores críticos. ¿Cómo vivías eso?
Mi padre disfrutaba mucho con el grupo y le gustaba escuchar nuestras maquetas encerrado en su despacho y con los cascos. Tomaba notas y opinaba de las canciones. Era brillante a la hora de transmitir sus impresiones y disfrutó mucho de nuestra música. Además, tuvo una muy buena relación con Amaia. Se querían mucho los dos.
¿Tú también eras crítico con tu padre en temas políticos?
Sí, cuando yo ya era algo mayor teníamos conversaciones sobre ciertos temas. Mi padre tenía una capacidad increíble para escuchar y debatir, y me llenaba de orgullo que a veces me pedía leer algunos de sus artículos. Siempre tenía tiempo para escucharme aunque mis opiniones eran las de la barra del bar de un chaval joven.
En el libro cuentas una anécdota sobre cómo apareció Amaia Montero en vuestras vidas musicales. ¿Podemos considerarte el descubridor de Amaia?
Ni mucho menos. Sus amigas la animaron a cantar durante una cena, pero a ella le daba muchísima vergüenza e incluso pidió que apagaran las luces. A veces da más miedo cantar frente a una mesa de diez personas que ante un estadio lleno, pero fue increíble cómo cantó aquel día. Una pasada. Me emocionó mucho así que la invité a ensayar con nosotros y, aunque le daba vergüenza, se animó a venir. Conectamos de inmediato y ahí empezó todo.
Pero tuviste que insistir…
Sí. Me costó que se pusiera al teléfono, pero al final decidió venir y probar.
Cuentas que no hay un Grammy que se pueda equiparar al premio que os dieron en Los40 en 1997. ¿Cómo vivisteis aquello? ¿Imaginabais lo que vendría después?
Ni locos. Aquello fue increíble. Habíamos ensayado tanto y compuesto canciones para llegar a eso. Ganar el primer concurso fue inolvidable, todo era auténtico y verdad. Además, el año anterior no nos habían seleccionado, y con razón porque la maqueta era horrible, así que íbamos con ganas de revancha y de comernos el mundo.
Vaya ojo el que decidió dejaros fuera el año anterior…
Lo hizo con toda la lógica del mundo. La maqueta era malísima. Y además nos vino bien ese pasito atrás para volver con más fuerza. Tenemos que estarle agradecidos.