Hubo un tiempo en el que Phil Collins era omnipresente y omnipotente. Probablemente fue el artista británico más popular de los años 80, con cuatro discos superventas como solista y otros cuatro con Genesis. Componía temas para películas (incluso actuó en alguna), colaboraba con todo aquel que requiriera sus servicios y participaba en todos los saraos benéficos de la época. Estaba a la vez en todas partes, literalmente. En el Live Aid se las arregló para tocar tanto en en el concierto de Londres como en el de Filadelfia vía Concorde. Y sin embargo, aquel éxito tan descomunal terminaría volviéndose en su contra.
Desacreditar a Collins, despreciarle y ponerle a parir se puso de moda a partir de los 90. Su nombre se convirtió en perfecta síntesis de lo 'anticool'. Jimmy Page le culpó (injustamente) del desastre que fue la reunión de Led Zeppelin en el mentado Live Aid con él a las baquetas; David Bowie justificó su bajón creativo en la segunda mitad de los 80 calificando esa etapa como sus "años Phil Collins", y Noel Gallagher, en el momento de mayor auge de Oasis, proclamó que si no tenía "la cabeza cercenada" del batería en su nevera antes de que terminara la década se consideraría fracasado. Hasta Paul McCartney le ninguneó en un encuentro en el palacio de Buckingham refiriéndose a él como "nuestro pequeño Phil".
Pero el 'pequeño Phil' siempre prefirió guardar silencio ante todas las provocaciones. Al fin y al cabo tenía mayores problemas en su vida privada. Cayó en el alcoholismo cuando tenía más de 50 años, lo que derivó en una pancreatitis aguda que casi le mata. Además, su accidentada vida sentimental era carne de tabloides muy a pesar suyo, con acusaciones sobre su higiene personal incluidas.
Para colmo, los problemas de salud no dejaron de acumularse con el tiempo. Primero perdió la audición del oído izquierdo, después una lesión en la columna vertebral le provocó un daño neuronal severo, afectando su movilidad y su capacidad para tocar la batería, y otro problema en un pie le obliga a utilizar bastón o silla de ruedas. De provocar mofa, Collins pasó a ser digno de lástima. "Siento que he gastado todas mis millas aéreas", confiesa el músico, de 73 años, en el documental 'Phil Collins: drummer first', que acaba de publicar el canal Drumeo en Youtube.
Precisamente este trabajo trata de impartir un poco de justicia sobre su olvidada faceta como el gigantesco músico que fue. Aunque muchos hayan querido olvidarlo, Collins es uno de los mejores bateristas rock de todos los tiempos. En los 70 con Genesis amplió el lenguaje rítmico y lo llevó más allá, inspirando a legiones de músicos, incluyendo a numerosos fans del heavy metal. En los 80 aplicó elementos de electrónica y programación para definir el sonido de toda una época, resumida en el absolutamente mítico quiebre descendente de 'In the Air Tonight'.
Reputados colegas como Matt Cameron (Soundgarden), Tommy Aldridge (Ozzy Osbourne), Chad Smith (RHCP) y Mike Portnoy (Dream Theater) se pasan por el documental para reivindicar el estilo y sonido inconfundible de un músico que si no figura en el panteón de los más grandes baterías del rock, junto a Keith Moon, John Bonham, Stewart Copeland o Ginger Baker, es simplemente por haberse convertido en cantante estrella. Su mayor pecado fue pasar impúdicamente del virtuosismo artístico para el disfrute de una minoría intelectual a facturar pop para todos los públicos. Quizás el psicópata Patrick Bateman de 'American Psycho', que defendía a capa y espada la comercial etapa ochentera de Collins, no estuviera tan desencaminado, después de todo.