De concierto con tus hijos: el mayor orgullo para los amantes de la música
La música cobra una dimensión mágica cuando la escuchas en directo y más si la compartes con un ser querido. Si tú vibras, él también vibra.
Dos uppers, Martín y Marién, nos describen esa emoción de vivir un concierto con sus respectivos hijos y de permitirles que crezcan con canciones que se han convertido en auténticos himnos.
"Que mi hijo haya podido escuchar en directo a estos grandes artistas es un gran privilegio porque difícilmente tendrán relevo", cuenta Marién.
Los hijos crecen y forman su carácter, sus gustos y ocupaciones. Su ritmo se aleja del nuestro y uno corre el riesgo de quedarse fuera de su universo. De repente, un concierto, una misma música, un único contexto… como por arte de magia se abre un puente y algo hace que los dos se maravillen con una sola nota, un mismo músico, una canción. Y ese espíritu se apodera también del resto del estadio o de toda la sala. Sentir esto es algo grande e inolvidable que, según nuestros dos protagonistas, Martín y Marién, no deberíamos dejar escapar. Uno desde Mallorca y la segunda en Madrid nos cuentan cómo se vive un concierto cuando es tu hijo quien te acompaña.
Martín Martínez, maestro (47 años)
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A Martín el gusto por los conciertos le llegó por vínculo familiar. El hermano mayor se lo transmitió al segundo y este al siguiente. Así hasta llegar a él, el más pequeño de seis. Su primer concierto fue en 1985. Aquel verano la revista La Luna de Madrid dedicaba un especial a la movida en Palma de Mallorca con Peor Imposible y Furnish Time como protagonistas. Loquillo ya había formado banda con Los Trogloditas y la expectación por su llegada a Mallorca era máxima. Para Martín aquello fue "auténtica dinamita para el cerebro". Ahora que es padre, quiere que sus hijos sientan eso mismo.
Desde aquella primera vez hasta el último concierto al que ha asistido, el pasado 2 de julio en el Wizink Center de Madrid, donde un incombustible Loquillo protagonizó el primer gran concierto tras el confinamiento abriendo las puertas a la llamada nueva normalidad, el recorrido de este hombre, maestro de Primaria, es interminable. "Podría contar andanzas, correrías y aventuras hasta aburrir, pero ninguna sería tan impresionante como el disfrute de un concierto con mis dos hijos. Sobrecoge observar que palpitan al mismo ritmo que tú y se apasionan por una misma cosa, a pesar de la distancia generacional. Ahí sientes de verdad que la música es un lenguaje universal".
Sus hijos tienen 18 y 15 años, pero ya están bregados en esto de la música. El pequeño da sus pasos con el contrabajo y la mayor es bailarina de flamenco. "La casa -añade Martín- está repleta de instrumentos y referencias musicales. Lógicamente, me he quedado lejos de algunas de sus listas en Spotify, pero me emociona ver cómo vibran cuando escuchamos alguno de mis clásicos, como Loquillo, Miguel Ríos o Radio Futura, bien en directo o a través de alguna plataforma", explica orgulloso de haber acercado a sus hijos a toda esta gente que ha marcado huella en el rock español. Los chicos, gracias al padre, son conscientes del enorme bagaje musical de un Loquillo o un Springsteen. Son iconos irrepetibles y en directo, disfrutan de su carisma y de lo que supone poner en pie y subir el estado de ánimo de todo un público.
Una locura que empieza en el instante en que escogen el próximo concierto. "Son los nervios de saber si hay entradas, de buscar la puerta exacta una vez que llegamos, el alboroto, la espera expectante de la primera nota, las ganas de escuchar y de que aquello no acabe nunca… Puedo asegurar que no hay un modo mejor de cargarse de optimismo. Veo en ellos entrega absoluta y supongo que es algo que llega a los músicos que están sobre el escenario. El más pequeño tuvo la suerte de que Loquillo le acercase el micrófono en uno de sus conciertos. Y la mayor pudo saludarle personalmente al final de la actuación". Son detalles que a Martín le hacen pensar que la presencia familiar de los Martínez en los conciertos está garantizada por muchos años más.
Marién Ladrón de Guevara, consultora de comunicación
Autora del blog Te Veo en Madrid, Marién es la cicerone perfecta para vivir lo mejor de la capital: restaurantes, picoteo, terrazas, exposiciones, compras y, por supuesto, música. Su hijo Fernando, de 25 años, tuvo su bautismo de fuego en esto de los conciertos en junio de 2012. "La gira promocional de Bruce Springsteen y The E. Street Band, Wrecking Ball World Tour, recalaba en Madrid, en el estadio Santiago Bernabéu. Asistir era, más que un capricho, casi una obligación, y mi hermana, con la que solía acudir a los conciertos, esta vez no podía acompañarme, por lo que la entrada pasó de inmediato a Fernando, que entonces tenía 16 años". Dice que aquel momento fue soberbio.
"La sensación de estar con cientos o miles de personas gozando con una misma cosa, y que entre ellas esté tu propio hijo, es indescriptible, puro disfrute estético para los sentidos. Lo primero que percibes es el contagio emocional. Todas las sensaciones que te llegan desde el escenario se multiplican cuando observas que él está tan entusiasmado como tú. Cualquier emoción se exacerba. Nos desinhibimos, bailamos y cantamos sin ningún tipo de vergüenza. Son horas de puro deleite que te carga las pilas de energía, bienestar, emociones y mil cosas positivas. Es un placer que se fija en tu memoria de por vida".
Después de Bruce Springsteen, vinieron más. Joan Manuel Serrat, Sabina. "Le he cantado sus canciones, igual que mi madre lo hizo conmigo, y hoy conoce todas sus letras. Que mi hijo haya podido escuchar en directo a estos grandes artistas es un gran privilegio porque difícilmente tendrán relevo. Por otra parte, la presencia de gente tan joven en el público rejuvenece los temas más clásicos".
Con sus recuerdos, casi lejanos a causa del covid-19, Marién nos traslada a El Penta, el mítico bar de la movida madrileña en el barrio de Malasaña con más de 44 años de historia. Es el local de la chica de ayer, el de la movida madrileña. Uno de los templos donde se ha fraguado buena parte de la música de nuestro país y ella ha querido que su hijo forme parte del público que ha pasado por aquí. "Supongo que para el propio músico es un orgullo saber que sigue vigente y que puede desempolvar cualquiera de sus himnos clásicos o lanzar los mensajes de siempre a través de sus letras".
La música les hace vivir a madre e hijo momentos muy emotivos. El público de sus conciertos suele rondar esa mediana edad difícil de cifrar. Frente a la nostalgia de los veteranos y la emoción de descubrir que hay canciones por las que no ha pasado el tiempo y músicos que no entienden de edades, se impone el orgullo y la satisfacción de reunir a varias generaciones. Fernando las escucha desde la cuna y enseguida aprendió las letras que le cantaba Marién.
"Su oído musical se ha formado con diferentes géneros y él lo ha ido asimilando de forma muy natural, pero nadie puede negar que los temas de la movida tienen un ritmo muy divertido y bailable. Enseguida nos animamos a cantar y a bailar. En casa hemos celebrado siempre con música, forma parte de nuestra idiosincrasia familiar. Se escuchan canciones para todos los gustos y esto nos sirve como lazo de unión a varias generaciones".
En general, ir a conciertos nos llena de felicidad y quien necesite coartada puede alegar el estudio realizado por Melissa K. Weinberg y Burwood Highway en la Universidad de Deakin (Australia) con el que concluyen que los amantes del directo tienen niveles de satisfacción vital superiores al resto. Aseguran además que no hay mejor modo de aprovechar sus beneficios que en un directo. Mucho mejor que en casa, en el coche, en Spotify o en cualquier otro soporte. El motivo es que en concierto las emociones se comparten colectivamente y esa sensación de bienestar que se desprende acaba siendo contagiosa. La música es un facilitador social y también familiar. "La conexión aumenta cuando es entre dos y más si ese otro es tu propio hijo. Me hace aún más feliz", confirma esta empresaria