Fui a ver a Billie Eilish porque me gusta. Aviso porque aunque había más adultos en el concierto, la mayoría estaban ahí porque tenían que acompañar a sus hijos. La descubrí gracias a mi compañera Marta, millennial con espíritu Z, que conoce mis gustos musicales y pensó que aunque Billie tiene solo 17 años su música me podía gustar. Y me flipó. Me recordó a Lorde pero en mejor y me pareció increíble que cantara así con 17 años. Parece que ha vivido 50.
Suelo ir a bastantes conciertos pero la mayoría son de rockeros, más bien VIEJOS rockeros y aunque algunas veces se me cuelan nuevos artistas nunca había ido a ver a alguien tan joven, ni siquiera cuando yo era así de joven. Compré las entradas hace meses sin preguntar a mi marido que en aquel momento solo se lo apuntó en la agenda sin mucho interés. Este fin de semana le entraron las dudas… ¿Y si se me había ido la olla y le estaba metiendo en un espectáculo del nuevo Parchís? Menos mal que El País vino al rescate el martes con toda una página dedicada al concierto. Para un upper tener tanto espacio dedicado en el papel legitimaba mi plan. Y a mí también me reconfortó un poco el texto de Fernando Navarro que decía “para muchos adolescentes y un buen puñado de melómanos”. Bien. ¿A quién no le gusta que le llamen melómano?
Llegamos a los alrededores del recinto y primera grata sorpresa: los bares estaban casi vacíos. Solo algunos padres tomaban algo mientras sus hijos entraban y salían nerviosos. Creo que es la primera vez que he podido comer tranquilamente sin empujones antes de entrar a un concierto en el Wizink.
Nos acercamos a la entrada. “¿Carnés?” pide un vigilante de seguridad a un grupo de niñas. “¡Vienen conmigo!” clama detrás de ellas una madre levantando la mano. “Ah, pues pasad” y cuando le toca pasar a la madre le dice MUY sonriente al vigilante “¿Y a mí no me pides el carné?”…
Ya dentro vamos a una barra a por una cerveza, no hay colas, no hay casi nadie pidiendo cerveza. Es que casi no hay adultos. El “grupo de melómanos” estamos diluidos entre la multitud y no nos vemos entre nosotros. Vamos a nuestro sitio. Está entre dos grupos de chicas de unos 16 años. Bien. Así ya en lugar de unos raros parecemos unos padres acompañantes.
Chillidos. Queremos taparnos los oídos pero nos cortamos para no parecer abuelos tan pronto. Un tono y un volumen que inexplicablemente no provocan el estallido de todos los cristales del Wizink. Billie Eilish, que podría interpretar la canción de la última peli de James Bond, ha aparecido en el escenario.
No defrauda. Va vestida con pantalones y camiseta de baloncesto (Con dibujo de Betty Boop, no esperaba encontrarme esta muñeca del siglo pasado con pestañas infinitas y minivestido ajustado en el cuerpo de Billie Eilish, la verdad) y lleva dos coletas mal hechas. Entra con una energía bestial y supuestamente cantando aunque no oímos nada porque los chillidos de nuestras compañeras tapan todo lo demás.
A partir del segundo tema empezamos a distinguir su voz en algunos momentos. Tiene dos esguinces y pide disculpas por no poder moverse como le gustaría pero lleva el ritmo bastante mejor que muchos artistas con los tobillos sanos. Confirmado, verla es también algo muy especial.
Nuestras compañeras se saben todas las canciones enteras. Se las saben bien, no en plan de oído sino con las palabras bien pronunciadas y las frases con sentido. Qué bien que cada vez hablamos mejor inglés.
A veces parecía como cuando vas a la boda de alguien a quien quieres mucho y te alegras. Estás contento pero no dominas nada la liturgia de la iglesia y te sientes un poco fuera de lugar. Billie nos pidió a todos agacharnos para luego saltar. Y nos agachamos, claro. Porque cuando nos quedamos de pie nos empezaron a mirar como cuando toda la iglesia se ha sentado tras una señal para ti imperceptible y tú sigues erguido. Lo que no hicimos es saltar que tampoco hay que excederse en lo de ir de 'teenager'. Otro momento litúrgico vino cuando anunció que teníamos que darnos fraternalmente la mano todos, también entre desconocidos. Sudores fríos ¿Cómo gestionar esto? Pero nuestras compañeras fueron mucho más listas y espontáneas y nos ignoraron totalmente dando la mano a un chico muy mono que estaba solo en la fila de delante.
Ella domina el escenario de manera natural. Como si no se lo propusiera. Como si no tuviera solo 17 años. Al fondo, el batería y su hermano, que cobra algo de protagonismo cuando se tumba en una cama con ella a tocar ‘I love you’, recreando cómo compusieron la canción en su casa de madrugada. Debe de haber un fisio horrorizado tras el escenario porque le sacan una banqueta y se sienta un rato.
Se despide. Un bis. De nuevo el hitazo Bad guy. ¿Para que jugártela en la despedida? Se despide de nuevo y ya todo el mundo empieza a salir. Antes incluso de que se enciendan las luces. Todos saben que ahí termina el concierto porque así han terminado los anteriores.
Nosotros no hemos chillado ni hemos hecho tantos stories como ellas pero no por eso hemos disfrutado menos. Espero no ver nunca un documental en el que cuenten que Billie Eilish en realidad lo pasaba fatal con esta presión siendo tan joven, espero que no pierda la naturalidad que transmite y espero, sobre todo, que siga creando temazos.