John Lennon no fue nunca uno de esos niños que cabalgan a lomos de la madre como si fuesen bonobos. Sin embargo, la unión de Julia con su hijo, aunque singular, resultó algo mágico, tanto que el primer acorde de la banda musical más carismática de la historia sonó en sus manos mucho antes de que naciesen los Beatles. Julia era extravagante, imprudente, libre, desenfrenada, caótica… pero mantenía una serenidad a prueba de bomba cuando se sentaba junto al pequeño John para revelarle el universo de la música.
"La primera melodía que aprendí a tocar fue 'That’ll Be The Day'. Mi madre me lo enseñó en el banjo, sentada allí con una paciencia infinita hasta que logré trabajar todos los acordes", recordaba años después el artista. Hay pocas imágenes de aquella época. La más conocida, aquella del vestido estampado en la que se advierten sus ojos insondables y una sonrisa ingenua. La imaginamos junto a su hijo tratando de emular el clásico de Buddy Holly rasgando, una por una, las cuerdas de ese banjo elevado a leyenda por ser el primer instrumento de la estrella más grande del rock and roll. Era un regalo de su padre, abuelo de John, y con él el artista tuvo la fortuna de descubrir su inconfundible sonido.
Julia era distinta a cualquier mujer de la época. Alegre, activa y con un característico sentido del humor. Nació también con unas extraordinarias dotes para la música malogradas, sin embargo, por sus circunstancias biográficas. Su trayectoria se define bien con una expresión muy británica: 'what my guts say', que podría ser algo así como lo que le dictan las tripas. Es decir, puro impulso. Amaba la vida y amaba sus sueños.
Había nacido el 12 de marzo de 1914 en un barrio popular de Liverpool. Era la cuarta de cinco hermanas que Lennon definió "fantásticas, fuertes, bellas e inteligentes". Las niñas adoraban a su madre y temían al padre, casi siempre ausente debido a su oficio de marino mercante. Este sentía verdadera debilidad por Julia, miope, igual que John, y aficionada a bailar y cantar. Aprendió a tocar el banjo, el ukelele y el piano. Con 15 años se enamoriscó de Alf Lennon, marino mercante, frustrando así las expectativas del padre, que habría deseado algo mejor para su hija.
Julia dio a luz a John el 9 de octubre de 1940, en el segundo piso del Hospital Maternal Oxford Street de Liverpool. Esa noche, las bombas de la aviación alemana caían sobre la ciudad y no había más luz que los destellos de las explosiones. Para salvar la vida del bebé, las mujeres de la casa le cubrieron con sus cuerpos. Se llamó John, por su abuelo paterno, y Winston por puro patriotismo, en honor al primer ministro Winston Churchill.
El matrimonio de Julia y Alf enseguida hizo aguas y en 1944 ella inició un romance con un soldado llamado Taffy Williams de quien quedó de nuevo embarazada de una niña, Victoria Elizabeth, que acabó dando en adopción por falta de recursos. Hubo más amores y otras dos hijas. Imprevisible y liberada de los prejuicios de su tiempo, quiso vivir la vida con la máxima intensidad. Terminó cediendo la crianza de John a su hermana mayor Mimi, una mujer disciplinada y de carácter estricto que chocaba con la rebeldía de su hermana y de su propio sobrino.
A pesar de esa distancia prudencial, Julia y John se veían a menudo y compartían su amor por el rock and roll, un amor que desaprobaba Mimi. En esos ratos catárticos cantaban, escuchaban a Elvis y daban rienda suelta a su personalidad anárquica y estrambótica. Su tía Mimi, por el contrario, era pura sensatez. Le obligaba a estudiar y rompía aquellas poesías del muchacho que ya preconizaban su genialidad, pero no pudo impedir que en 1956 formase su primera banda de skiffle y rock, The Quarrymen, de armonías sencillas que ejecutaban sin muchos recursos, pero con una destreza sorprendente.
Ahí fue donde se produjo el encuentro decisivo considerado el germen de Los Beatles: Lennon y Paul McCartney. Fue el 6 de julio de 1957, un día de verano como cualquier otro en la animada ciudad de Liverpool. The Quarrymen actuaba en el jardín de la iglesia de San Pedro de Woolton y McCartney aparcó su bicicleta para escuchar 'Come Go With Me', de Del Vikings. Una vez terminada la actuación, Ivan Vaughan, un amigo común, hizo las presentaciones oportunas. A McCartney le deslumbró Lennon y este, impresionado a su vez por el virtuosismo de Paul a la guitarra, le invitó a formar parte del grupo.
Fue de esos hallazgos que suceden cuando uno lo está buscando, esa pieza que le faltaba para cumplir su destino. McCartney no dudó en unirse a la banda. En esa época, Julia le había comprado a su hijo su primera guitarra, una acústica Gallotone Champion. Barata, pero "con garantía de que no se partiría". Cuando la vida parecía ponerse en orden, Julia fue arrollada por un policía fuera de servicio y sin permiso de conducir frente a la casa de su hermana mayor. Se fracturó el cráneo y murió al instante. Ese día, 15 de julio de 1958, convulsionó la vida de Lennon para siempre y apuntaló su relación con McCartney.
Ambos tenían ya el alma clavada con un mismo alfiler. McCartney también había perdido a su madre, Mary, a causa de un cáncer de mama en octubre de 1956, cuando él tenía 14 años. Esto hizo que formara con él un lazo indisoluble marcado por la tragedia. "Se convirtió en un vínculo muy grande entre John y yo, porque él también perdió a su madre al principio. Ambos sufríamos esa confusión emocional con la que había que lidiar y, siendo adolescentes, tuvimos que enfrentarnos a todo ello muy rápidamente", recordaba McCartney en septiembre de 2019 durante una entrevista con Stephen Colbert en la que desgranó algunos detalles de esta amistad. "John y yo -continuó- éramos solo unos niños que crecíamos juntos bajo unas mismas circunstancias e influencias".
El sentimiento era recíproco, a pesar de sus conocidas desavenencias: "Es como un hermano. Le amo", dijo Lennon en una de sus últimas entrevistas. Como en cualquier familia, pudo haber sus más y sus menos, sus peleas fraternales, "pero al final del día, cuando está todo dicho y hecho, haría cualquier cosa por él y él haría cualquier cosa por mí". Inevitablemente, la pérdida marcó su música, aunque no lo supieron hasta varios años después. El legado de The Beatles está indisolublemente unido al influjo de sus madres, dos mujeres diferentes, pero significativas en el éxito de la banda. El dolor aparecía en su música. Era su forma de llorar y lo hacían juntos.
De algún modo, somatizaban el dolor en sus composiciones. En otoño de 1968, cuando The Beatles pasaba una época complicada y con muchas tensiones, McCartney compuso 'Let It Be', un éxito que, aunque los fans interpretaron durante mucho tiempo como un símbolo religioso, estaba dedicada a su madre. Se inspiró en un sueño que sirvió para calmar su perturbada mente: "Allí estaba su rostro, completamente claro, particularmente sus ojos, y me dijo muy gentilmente, muy tranquilizadoramente: 'Déjalo ser'". La letra empezaba con Madre María, que era su nombre y se convirtió en uno de los mayores iconos musicales de la época.
Para Lennon, Julia fue su gran musa, según su biógrafo Ian MacDonald. Hubo tres canciones, 'Julia', 'Mother' y 'My Mummy’Dead', desgarradoras. Estas dos últimas las compuso en plena terapia de grito primal, un tratamiento bastante heterodoxo creado por Arthur Janov que anima a los pacientes a proferir gritos desquiciantes hasta liberarles de sus traumas. En el dolor, y también en el duelo de estos dos colosos, se forjó una de las fuerzas culturales más poderosas del siglo XX. La banda se disolvió en 1970, pero a McCartney le superó siempre la nostalgia. A menudo, confiesa que todavía sueña con quien fuera su mejor compañero de vida y de profesión. "Son sueños locos, pero siempre buenos".