El Fary, más allá de su símbolo: de aprender a leer en la mili a su noche falsa con Ava Gardner
Fue aparcacoches, jardinero, repartidor de fruta, camarero y taxista, pero no logró ser torero, su pasión
Repasamos la biografía de Luis Cantero Rada más allá del símbolo cañí de la España oscura que representó
Le descubrió Antonio Molina en un concurso radiofónico y se lo llevó de gira en 1968
La pasión española de Ava Gardner tuvo indiscutiblemente nombre de torero, Luis Miguel Dominguín. Pero hubo otro hombre, menos galán, menos divo y sin el pedigree del matador, que en 1961 consiguió pasar una noche con ella: Luis Cantero Rada, más conocido como El Fary. No hablamos de una relación explosiva y de escándalo como acostumbraba la estrella. Por no ser, no fue ni siquiera carnal.
Lo que ocurrió (y que él se hartó a contar) fue que la actriz paró el taxi que conducía el cantante, que en esa época ejercía este oficio, y le pidió que la llevase por los garitos flamencos de Madrid en busca de Falico, un bailaor gitano de quien andaba enamoriscada. Hacia las seis de la mañana se dio por vencida y El Fary la llevó de vuelta al Hotel Ritz en el que se alojaba. Ebria como estaba, el cantante no pudo cobrar el servicio hasta un día después.
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La actriz se permitía gozar de una vida orgiástica y alegre vedada a la mayoría de las españolas de la época. Con El Fary no hubo nada más; sin embargo, la aventura con el animal más bello del mundo le dio para toda una vida de regocijo contándolo. Hoy la anécdota no tendría ni pizca de gracia, pero debemos situarla, igual que el resto de su crónica biográfica, en esa España franquista rubricada por una masculinidad trasnochada y el mandato de vestirse por los pies.
Coqueteo con el mundo del toreo
El Fary es parte esencial del imaginario popular de un periodo que aún se prolongaría dos décadas más. Fue un luchador nato hecho a sí mismo. Nació en 1937 y se crió en un Madrid de posguerra animado por chatarreros, traperos o aguadoras que vendían el agua en botijos.
Su infancia es la de tantos otros niños marcados por una miseria que no dejaba cabida a la inocencia. Cuando le preguntaban, el cantante no tenía más recuerdos de su niñez que los que alcanzaba una memoria sin fotos, pero en blanco y negro. Mucho miedo y poco pan, guerras a pedradas entre barrios y algún que otro hurto en los mercados callejeros.
Empezó a trabajar a los 13 años
Le duró bien poco, ya que con 13 años tuvo que arrimar el hombro. Como aparcacoches, jardinero, repartidor de fruta, camarero y taxista. Los estudios, impensables. No aprendió a leer y a escribir hasta recién acaba la mili. Desde muy jovencito destacó por ser hombre de grandes amigos, como el matador Antonio Chenel, Antoñete, que vivía en su mismo barrio de Ventas.
Su admiración por él hizo que, al menos durante un tiempo, proyectase sus sueños hacia el mundo el toreo. Tanteó más de una verónica y algún que otro lance en tientas organizadas por Antoñete para probar la bravura de los becerros. Enseguida reconocería que le faltaba valor y cerró capítulo dedicándole un pasodoble al matador.
Explosión como cantante
La tauromaquia pasó a ser puro coqueteo. Lo suyo era el cante y llegó dispuesto a no darse por vencido, a pesar de las dificultades. Imitaba a Caracol, Valderrama, Marchena y Rafael Farina, de quien tomó el nombre. En los años 60 participaba en cualquier concurso radiofónico que llegase a sus oídos y no había sarao o fiesta patronal que se le resistiese.
La suerte le llegó el día en que le descubrió Antonio Molina y le contrató para una gira. Pero su ambición iba más lejos. En 1969, consiguió grabar su primer disco, 'Tres muletillas', con la ayuda de cuatro amigos que reunieron 80.000 pesetas, suficientes para hacer 500 copias. Las repartieron entre el Rastro, tascas y calles. Seis años después, celebraba su primer contrato con la discográfica Belter.
El Fary triunfó cuando la canción española vivía su declive debido a la eclosión de nuevos estilos que configurarían la nueva vanguardia musical. Era representante de un tipo de canción poco exportable, pero exultante para una audiencia multitudinaria. ¿Cómo explicar su éxito? Los críticos aclamaban su autenticidad artística. Es verdad que su canon estético le alejaba del eterno galán Arturo Fernández, pero El Fary era uno de esos feos guapos que consiguen un hueco en el top ten de hombres envidiables.
Revitalizador de una copla
La copla había conocido su esplendor entre los años 40 y 60, pero inició su decadencia con la llegada de la democracia cuando muchos artistas renegaron de un género que consideraban demasiado pegado a la España franquista. El Fary revitalizó la copla y no fue el único. También Martirio, Carlos Cano o Joan Manuel Serrat la reivindicaron como parte de la identidad cultural del país. Se hizo popular derrochando cercanía y espontaneidad y con un rostro amable que no tardaría en conquistar la pantalla.
Consagrado como cantante, probó suerte como actor en la televisión con series como 'Menudo es mi padre', con un papel muy de su agrado. Santiago Segura le pidió que pusiese banda sonora a 'Torrente, el brazo tonto de la ley' con su tema 'Apatrullando la ciudad'.
El mito de don Juan seductor lo tenía reservado para su toro guapo y, de nuevo, la prisa por desprendernos de ciertos símbolos contrasta con el triunfo de un semental con botines que se lleva de calle a todas las hembras. Se convirtió en el himno de una España ya agónica. El toro nacido para sementar que rebosa testosterona es el paradigma de una época de machos dominantes que se miden por su valor y hombría.
Época de machismos
Rubricó su mensaje en 1984 en la televisión pública con unas declaraciones que sonaron pura dinamita: "Siempre he detestado al hombre blandengue. Ese hombre de la bolsa de la compra y… Qué te voy a decir yo, el carrito del niño con el coche. La mujer abusa mucho de la debilidad del hombre". No deja de ser curioso que arrasase cuando los tópicos de una masculinidad hegemónica empezaban a tambalearse. El Fary lo cantaba y contaba ingenioso y con tono divertido, invirtiendo el estereotipo. Con sencillez y conjugando frescura y talento.
Tres amores y cinco hijos
Amó hasta el final. Primero a Juana Rodríguez Abad, con quien tuvo a su primogénito, Luis, aunque tardó toda una vida en reconocerle. Con Pilar de Miguel mantuvo una relación de diez años que dio como fruto otros dos hijos, Adela y Luis. Su amor definitivo fue Concha Olmedillo, madre de Javier y Raúl. Tardaron 23 años en pasar por el altar, pero fue su gran amor.
Ella fue quien presintió su muerte cuando notó que el tratamiento oncológico le había robado el apetito y hasta las ganas de su Real Madrid. Murió el 19 de junio de 2007, con 69 años, víctima de un cáncer de pulmón que avanzó galopante.