La maravillosa historia detrás de 'Vamos a la cama' de la Familia Telerín, los dibujos que mandaron a dormir a toda una generación

  • Los célebres vídeos de animación, que comenzaron a emitirse en 1964, fueron resultado del trabajo de los hermanos Moro, maestros de la animación, y los compositores Antonio Areta y Máximo Baratas

  • Los hijos de estos dos últimos participaron en la grabación de la canción, así como de otras que se publicaron en los años sesenta con los personajes de la familia Telerín

  • Se comercializaron relojes, muñecos, cuentos, pañuelos, cromos, estuches… En 2018, empezó a emitirse un ‘spin off’, ‘Cleo & Cuquín’, entre cuyos creadores está el hijo del dibujante original

En la segunda mitad de los años sesenta, cuando no había Netflix, ni TikTok, ni teléfonos móviles, y los ordenadores eran un artilugio misterioso que aparecía en películas de ciencia ficción —cuando, de hecho, en España solo había dos canales de televisión que emitían en blanco y negro—, una pegadiza cancioncilla y unos simpáticos dibujos animados aparecían todas las noches en las abombadas pantallas de los Grundig o Telefunken para decir a millones de niños que era hora de acostarse. Obedientes (¡cómo no hacer caso a tan agradable prole!), entre grandes bostezos y aún con el sabor del vaso de leche en la boca, nos retirábamos a nuestras habitaciones. Para muchos adultos de hoy, la Familia Telerín figura entre sus primeros recuerdos audiovisuales, como los programas de Félix Rodríguez de la Fuente o los Payasos de la Tele.

Corría 1964 (hace casi sesenta años) cuando a Jesús Aparicio-Bernal Sánchez, a la sazón director de Televisión Española, se le ocurrió crear una pieza que separase la programación vespertina de la nocturna, a partir de la cual empezaban emitirse los contenidos de “dos rombos”: originalísimo signo que aparecía en la esquina superior derecha de la imagen y que identificaba películas, series y otros espacios dirigidos al público adulto.

Que hubiese niños delante del televisor cuando este mostraba los dos rombos era algo impensable en la sociedad de estricta moralidad de la época. Además, estaba en el ánimo del responsable de TVE difundir el saludable mensaje de que los niños debían descansar sus horas de rigor. Por tanto, el separador audiovisual, pensó, debía estar dirigido a los pequeños y emitirse a las 20.30 en invierno y a las 21.00 en verano.

Nadie mejor que los hermanos Moro para poner en práctica la idea. Santiago (1929-2007), creativo y gestor, y José Luis Moro (1926-2015), dibujante, al frente del estudio madrileño que llevaba su apellido, atesoraban ya entonces un brillante historial en el terreno de la animación. En 1959 habían ganado la Palma de Oro en el Festival de Cine Publicitario de Venecia con el spot “Burlesque”, realizado para Avecrem, y que mostraba a una gallina haciendo striptease para anunciar “Avecrem pechuga”.

De su imaginación y sus lápices habían salido el zapateado de las botellas de Tío Pepe (“Sol de Andalucía embotellado”) y la campaña de los discos-sorpresa de Fundador (“Está como nunca”). En 1972 crearían la icónica calabaza Ruperta para el concurso “Un, dos, tres” y en 1977 la cabecera del magacín “300 millones”.

Sin embargo, el proyecto que el directivo de la cadena pública trasladó a los hermanos Moro distaba mucho de lo que luego verían los espectadores. “La idea inicial era presentar una señora con aspecto de sargento, de imagen real, y con una fusta, que amenazaba a los niños: ‘¡Pero qué hacéis viendo la tele!’, de modo que los niños se asustasen muchísimo y se fueran a dormir”, dice Fernando Moro, hijo de José Luis.

Al célebre dibujante la propuesta le pareció inapropiada. “Pensó: ‘¿Y por qué tienen que irse asustados a la cama? Que se vayan contentos’. Los niños debían percibir que el irse a la cama era algo bueno, no un castigo”, explica Fernando. Llevaron el planteamiento al terreno de la animación, su fuerte, y se inventaron un concepto mucho más amigable: una familia que era como las demás, en la que los niños se iban felices a la cama.

Una familia numerosa de los años sesenta

“Reflejaba una familia estándar de los años sesenta, cuando había muchas familias numerosas”, dice Fernando Moro. El clan que pergeñó su padre incluía a nada menos que seis hermanitos: Cleo, Teté, Maripí, Pelusín, Coletas y Cuquín. Cleo, la mayor, desempeñaba el papel principal y anunciaba antes de que empezasen a cantar: “Tengo un recado de parte de la tele: ya va siendo hora de que los peques se vayan a la cama”. A continuación, el sexteto desfilaba en dirección a su dormitorio, se acostaba, rezaba —aparecía con las manos juntas en actitud de oración— y se dormía. Como la televisión era en blanco y negro, los celuloides se pintaron en tonos grises, para ahorrar en color.

Todo ello con el estilo característico de José Luis Moro. “Era único e inimitable”, dice su hijo Fernando. “Estaba muy influido por Disney. En unos días en que no había Internet, se estrenaba Los tres caballeros y él iba al cine, veía la película dos o tres veces y tomaba apuntes. Aunque desde joven tenía una tendencia muy definida, le marcó aquel Disney de los años cuarenta y cincuenta. Viajó a los estudios, también tenía contactos con Hannah-Barbera… Esa línea gráfica estilizada la hizo suya. Aun así, era muy versátil. De repente hacía cosas realistas e incluso pintaba al óleo. Mi madre también pintaba y entre ambos hacían cuadros increíbles”.

Con esos genes no es raro que el propio Fernando Moro sea hoy un reputado profesional de la animación, además de profesor de esa disciplina en U-Tad.

Mientras los hermanos Moro diseñaban la primera pieza (que se abría con una introducción de niños en imagen real), otro equipo componía la memorable melodía. Lo integraban los compositores Máximo Baratas (1927-1994) y Antonio Areta (1926-2012), este último colaborador habitual en los jingles publicitarios de los Estudios Moro. Aunque ambos desarrollaban su labor en Madrid —antes de establecerse en la capital en 1961, Areta había crecido en Zaragoza y vivido en París—, compartían su origen vitoriano, coincidencia que forjó entre ellos sólida amistad.

Músico polifacético, Antonio Areta desarrolló buena parte de su carrera como autodidacta, pues no completó sus estudios de conservatorio hasta los 46 años. Antes del “Vamos a la cama” había publicado sencillos como cantante —firmados como Tonio Areta— en el sello Hispavox, e incluso participado en el Festival de Benidorm en 1962. Ese año fue preseleccionado para representar a España en Eurovisión, aunque para aquel certamen, el segundo al que concurrió nuestro país, finalmente el elegido fue Víctor Balaguer con “Llámame”. Areta había compuesto también música para películas como Su alteza la niña (Mariano Ozores, 1962) y Las gemelas (Antonio del Amo, 1962).

Por su parte, en el currículum de Máximo Baratas descollaban canciones para el Festival de Benidorm (interpretadas por Torrebruno, Monna Bell, Los Brujos o Arturo Millán), jingles publicitarios (Anís del Mono) y películas como Las nieves del Pirineo (Joaquín Hualde, 1959). En 1974 escribiría la música de la serie Curro Jiménez. Su instrumento era el acordeón: se decantó por él después de que un accidente de juventud en un cuartel de Vitoria le privase de la facultad de la visión. Fue dueño de una famosa tienda de instrumentos musicales en la calle Leganitos de Madrid (hoy conocida como Radical Music y regentada por su hijo José Juan). Otro de los trabajos más recordados de Areta y Baratas a dúo es la sintonía de la distribuidora de publicidad para cine Movierecord.

Los hijos de los compositores, cantantes de la melodía

Según Susana Rodríguez Escudero, profesora de Arte que dedicó su tesis doctoral a la historia del dibujo animado en España, la música del “Vamos a la cama” proviene de la melodía que Antonio Areta tocaba a su hijo para que se durmiera. Al parecer, Antonio la interpretó al resto del equipo y, con aportaciones de Baratas, la canción derivó en la que todos conocemos. La letra, que se reduce a dos versos (“Vamos a la cama que hay que descansar, para que mañana podamos madrugar”), la escribió Santiago Moro.

Dado que las voces de Cleo y los demás personajes debían ser infantiles, los artífices de la pieza resolvieron que fuesen sus propios hijos quienes cantasen la canción. Así, se reunieron en el estudio José Ramón Areta, hijo de Antonio; José Juan Baratas, hijo de Máximo Baratas; y dos hijos de José Torregrosa Alcaraz (1927-2005), compositor y director artístico de Philips. “Lo recuerdo perfectamente”, dice José Juan Baratas. “Lo grabé con anginas y cuarenta de fiebre. Y aun así, tiramos para delante. No tardamos mucho: en un día o dos lo terminamos”. Al cuarteto se le bautizó con el nombre de Los Chavalitos TV.

La acogida de los niños españoles fue entusiasta e inmediata. “No era consciente del impacto que iba a tener”, admite José Juan Baratas. “Años después, cuando la gente hablaba del ‘Vamos a la cama’, yo decía: ‘Pues esa canción la hizo mi padre y la canté yo”, presume. Los vídeos —se realizaron varios— se exportaron a casi toda Latinoamérica, encontrando efusivo aplauso en México, donde fue tal el furor que siguió emitiéndose incluso después de que en España se retirase de las pantallas en 1972. Máximo Baratas “lo consideraba un trabajo muy importante en su carrera. Le dio mucha satisfacción, más por haber tomado parte en su creación que por la envergadura que alcanzó”, dice su hijo.

El impacto de “Vamos a la cama” trascendió el ámbito televisivo. En 1964 los sellos Sonoplay y Zafiro se unieron para editar un EP de cuatro canciones de Los Chavalitos TV, con la famosa melodía, además de “El burrito”, “El mago” y “Prometo volver”. Todas compuestas por Antonio Areta (Tonio) y Máximo Baratas (Maxi). En 1965 hubo continuación con otro EP (“Vamos al colegio”, “Pelusín, maquinista”, “El cohete” y “El twist de los ositos”) y un disco navideño (“Vamos a cantar”, “Noël, Noël”, “El Rey negro” y “Navidad para todos”). Ese mismo año, la breve carrera de Los Chavalitos TV —en realidad, alter ego musical de la Familia Telerín, pues las imágenes de Cleo y sus hermanos ilustraban las portadas— culminó, y concluyó, con la publicación de un LP que recopilaba todos esos temas.

Ni mucho menos quedó ahí la historia de los angelicales personajes. Como apunta Susana Rodríguez, además de discos se comercializó “una inmensa cantidad de merchandising: relojes, juguetes, cuentos, álbumes de cromos, estuches, bolsas de agua caliente, postales, calcomanías y un larguísimo etcétera”. En 1966 protagonizaron el largometraje de animación El mago de los sueños, dirigido por Francisco Macián (1929-1976), otro prestigioso animador que colaboraba habitualmente con los hermanos Moro (a cambio de ceder sus personajes, los Moro recibieron un 25% de la copropiedad del filme). En la cinta, cada niño de la familia Telerín tenía un sueño inspirado en alguno de los cuentos de Hans Christian Andersen, todos con moraleja final. Aunque su banda sonora incluía canciones de Andy Russell, Chicho Gordillo, Los 3 Sudamericanos y otros, recogía, como no podía ser de otra manera, el ya eximio “Vamos a la cama”.

Más recientemente, en 2018, varias cadenas de televisión del mundo y plataformas digitales comenzaron a emitir la serie Cleo & Cuquín, spin off de los primeros vídeos de la Familia Telerín en animación 3D. Aunque aparecían los seis personajes, la mayor y el benjamín de la saga eran los protagonistas de una sucesión de aventuras en las que Cuquín, con sus travesuras, ponía en divertidos aprietos a sus hermanos. Como coproductor de la serie, que pudo verse en España, Estados Unidos, México, Paraguay y Argentina, estaba Fernando Moro, hijo del dibujante original. Su éxito propició de nuevo el lanzamiento de libros, material escolar, muñecos y otros productos de merchandising, ahora fabricados por Mattel.

A partir de 1972, la cadena pública pasó el testigo a otros protagonistas, los Televicentes, ya a todo color. Con el tiempo, otros dibujos animados se encargaron de la misma función. Pero ninguno caló en aquella generación de críos como los Telerín. Si fuesen personas de verdad, Cleo y compañía estarían hoy en edad de jubilación, pero la magia de la televisión los mantendrá eternamente niños; su legado sigue vigente (y siendo rentable) y su recuerdo muy vivo entre aquellos que crecimos con ellos.

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