Los videojuegos son cada vez más populares en nuestro país, no solo entre jóvenes sino también entre adultos. Casi 16 millones de personas los eligen para pasar su tiempo de ocio, según destaca la Asociación Española del Videojuegos en su anuario de 2021, aunque la OMS advierte de que su uso descontrolado puede derivar en una peligrosa adición. Sin embargo, los videojuegos, bien utilizados y supervisados, también tienen unos importantes beneficios que, como padres responsables, conviene conocer.
Jugar con la Playstation, la Xbox o el móvil supone una mejora de las 'soft skills' o habilidades blandas, es decir, aquellas competencias sociales, atributos personales, cualidades y actitudes que permiten a las personas desenvolverse correctamente. 'The Good Gamer', una iniciativa nacida para reivindicar los valores positivos de los videojuegos, explica qué habilidades se potencian con el uso responsable de estas nuevas tecnologías.
Jugar fomenta la creatividad del menor, su capacidad de encontrar soluciones inteligentes y novedosas para los problemas que se le plantean, y el razonamiento lógico. Además mejoran la capacidad para tomar decisiones rápidas y ágiles y la velocidad para realizar con fluidez tareas fáciles o aprendidas.
Algunos videojuegos ayudan a perfeccionar la capacidad lectora y de atención visual, dado que exigen centrar la atención en la pantalla, potenciando el escaneo espacial, es decir, la capacidad de examinar de forma rápida y precisa un campo o patrón espacial.
Generalmente se ha relacionado al jugador de videojuegos con un adolescente encerrado durante horas en su habitación. Pero la tecnología ha facilitado que los videojuegos potencien la habilidad para hablar en situaciones de la vida real de una forma que se transmitan mejor ideas, pensamientos o sentimientos, en resumen, mejoran las habilidades sociales. Además, usados de manera responsable y eficiente, sirven para dotar al jugador de herramientas organizativas que le permiten optimizar su tiempo, recursos y energía.
Los videojuegos también ayudan a encontrar soluciones eficientes a problemas mal definidos y/o complejos del mundo real, así como facilitan el aprendizaje de la gestión del tiempo para ejecutar tareas así como los tiempos de otras personas que pudieran estar a nuestro cargo.
Por otra parte, en los videojuegos cooperativos todos tienen un mismo objetivo y se organizan para lograrlo, fijando estrategias, intercambiando ideas y tomando decisiones en función de las acciones y planes de los demás.
Por último, los videojuegos aumentan la autoconfianza, la autodisciplina y la automotivación. Jugar puede mejorar la autoestima y eso permite a los jóvenes afrontar otros retos, como un examen en el colegio, de forma positiva. También generan una mayor tolerancia a la frustración. Es decir, el jugador aprende a convivir con el fallo continuo tratando de cumplir un objetivo.
Además, suponen una herramienta de gestión del estrés provocado por el día a día, y crea dopamina, una substancia generada por el cerebro que hace sentir placer y por tanto hace que la vida sea más feliz.
Por supuesto, es conveniente controlar el tiempo de exposición a las pantallas y ejercer una supervisión parental sobre los videojuegos que consumen los hijos. Algunos pueden contener material delicado, por lo que es importante informarse primero de sus características.