Ante la más que probable recesión económica que nos amenaza, los inversores más avezados tratan de añadir a sus carteras productos y servicios que puedan resistir las perspectivas más sombrías, valores resistentes a los ciclos económicos y, a ser posible, que no sean los típicos a los que recurre todo el mundo. Por ello, más que invertir en ladrillo hoy resulta más atractivo apostar por el legado de los grandes músicos. Según calcula Bloomberg, se pueden ofrecer rendimientos de entre el 10 y el 14% en este campo, informa El Confidencial.
Un estudio realizado por Rede Partners tras encuestar a más de 50 inversores británicos considera las finanzas especializadas como el campo más interesante para los inversores de renta variable. Así, en un contexto marcado por el fantasma de la recesión, cobran fuerza activos que no 'siguen al rebaño', como poseer efectivamente los derechos de las canciones y beneficiarse de las ventas o la cantidad de veces que las canciones se transmiten online. Cuanto más sólido e importante es el autor de esas canciones, más valiosa es la inversión.
Los inversores conocen el valor de los catálogos que compran. Saben que la música no pierde valor, ya que todos la oímos, nos vayan las cosas bien o mal. Las canciones más escuchadas de todos los tiempos son atemporales. Una canción que ha vendido millones de copias durante décadas seguirá escuchándose en el futuro y generará retornos correspondientes y equivalentes, si no mayores. Son, por tanto, activos concretos con una trayectoria y solidez contrastadas.
Además, cuando un sello, fondo de inversión u otras entidades compran el catálogo musical de un artista se quedan con el porcentaje de royalties que le pertenece a en todas las plataformas donde se distribuye su música, el derecho de uso de la canción, ofertas de sync (venderlas para uso comercial) y el merchandising asociado con la marca del artista.
Comerciar y vender propiedades relacionadas con los derechos de autor no es nada nuevo en la industria musical, pero cada vez son más estrellas mundialmente conocidas las que venden sus derechos musicales. En una época en la que las ventas de discos ya no generan ingresos significativos y casi todo depende de las giras, una solución viable, al menos para los artistas que pueden permitírselo, está sido vender sus catálogos de música y asegurarse una vida tranquila. Eso sí, vender sus derechos supone renunciar a la explotación directa de su discografía.
David Bowie fue de los primeros en ver la oportunidad de negocio y ya hace 25 años emitió valores de sus composiciones. Sin embargo, la hecatombe de las tiendas de discos y la llegada de Internet y de la piratería musical hizo que el valor de sus canciones cayera en picado. Pero con la irrupción de plataformas de streaming, como Spotify, se está revalorizando y alcanzando cotas de mercado deseables para los inversores. De hecho, los ingresos por reproducción de música superaron los 8.814 millones de euros en 2019, un 21% más con respecto al año anterior.
En diciembre diciembre de 2021 Bruce Springsteen vendió todo su catálogo de música a Sony Music por la friolera de 500 millones de dólares. Bob Dylan vendió también recientemente los derechos de más de 600 canciones y los herederos de Bowie vendieron sus derechos de publicación por 250 millones.
Pink Floyd parecen ser los próximos en hacer caja con los derechos de sus canciones. El fondo Blackstone ha decidido apostar por el mercado apostando por la histórica banda británica. De hecho, aunque las negociaciones se encuentran en fase preliminar, el grupo musical ha admitido que el fondo ya ha puesto una cantidad sobre la mesa para su catálogo valorado en más de 500 millones de dólares. El interés de Blackstone se materializa en colaboración con los estudios Hipgnosis Song Management, que juntos han establecido una estrategia para invertir hasta 1.000 millones de dólares en este tipo de activos culturales, y ya han llegado a acuerdos con Neil Young, Blondie, Rick James o Shakira.
Los inversores quieren comprar y los músicos veteranos desean vender, puesto que es más sencillo tomar el dinero y repartirlo entre sus herederos que dejarles complicados asuntos de derechos de autor, que siempre pueden acarrear problemas legales o incluso disputas entre quienes reciban dicha herencia. Un negocio redondo para todos.