La percepción de lo que es clase media en estos tiempos es un concepto difuso, aunque en su origen sus rasgos estuvieran bien claros. Un miembro de la primera clase media española, aquella que se fraguó en los años sesenta y los setenta del siglo pasado, se caracterizaba por tener ingresos estables y suficientes para mantener él solo a una familia de cinco o más miembros, un piso de dos o tres dormitorios, un coche y un apartamento en la sierra o la playa. Hablamos de la generación de nuestros padres, la que votó a Felipe González en el 82, la del trabajo para toda la vida, las vacaciones en agosto, los hijos a la Universidad, la de la cultura del esfuerzo y el ahorro. Poco que ver la clase media de hace 40 años con la actual, pero ¿estamos seguros de que somos clase media? ¿A qué qué clase social pertenecemos hoy realmente?
La mayoría de las personas se autodenominan como clase media sin saber si lo son de facto. Según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), correspondiente al mes de noviembre de 2023, el 44,6% de los encuestados diría que pertenece a la clase media-media, mientras que solo menos del 4% se considera dentro de la clases media-alta y alta.
En los primeros 80, en plena Transición democrática, se alcanzó un empate técnico entre los que se consideraban de clase media (casi el 40% de los españoles) y la clase trabajadora (el 48%). Esa autopercepción de clase, tuvo sus altos y bajos a lo largo de los años siguientes, pero llegó a su momento álgido en 2007, durante el pico del crecimiento económico y en pleno boom de la construcción, cuando más del 63% de la población se consideraba a sí misma clase media, según el CIS. A partir de la crisis de 2008 se vuelve a a una línea descendente hasta llegar al panorama actual.
Pero, exactamente, ¿qué define a cada clase social? Uno de los criterios más empleados es el que establece la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que observa los ingresos de cada país y, conforme a ellos, realiza un cálculo para ver en qué segmento encaja cada salario. Así, la clase baja es aquella cuyos ingresos se encuentran por debajo del 75% de la mediana de la renta nacional; la clase media es la que se encuentra comprendida entre el 75% y el 200% de la mediana, mientras que la clase alta sería aquella que excede el 200% de la mediana.
Según el último cálculo de la OCDE, elaborado en 2019, la mediana se situaba entonces en 15.193 euros al año. Con lo cual las rentas por debajo de los 11.395 euros anuales se enmarcarían en la clase baja. La clase media quedaría entre esa cifra y los 30.386 euros, mientras que por encima se encontraría la clase alta. Traducido al ámbito mensual, la renta mediana es de 1.790 euros al mes. En consecuencia, las rentas por debajo de los 1.343 euros mensuales se enmarcarían en la clase baja. Entre esa cifra y los 3.581 euros al mes se situaría la clase media, mientras que por encima se encontraría la clase alta. Estas cifras pueden variar en función del número de personas que vivan en el hogar, incrementando la mediana (y las horquillas) a medida que aumentaba el número de habitantes.
¿Por qué existe ese sesgo de percepción de uno mismo que magnifica la presencia de la clase media? Muchas veces se trata de una cuestión de consideración social. El profesor de la UNED Luis Ayala Cañón explicaba a Newtral que "pertenecer a la clase media te da unos niveles de integración elevados y pertenecer a grupos de rentas más bajas te genera una serie de barreras". Las expectativas y la valoración “subjetiva” que hace la gente de su propia situación dependen de los contextos económicos. Es decir, en un momento de crisis, “la gente es menos exigente con su propio nivel de vida”. También entran en juego otros factores, como el prestigio y la autoestima. Además, considerarse parte de una "categoría colchón" parece generar una especie de protección social.
Pero lo cierto es que no todos los que se consideran clase media realmente lo son. Más allá de las frías cifras de los ingresos, habría que tener en cuenta parámetros como gastos, ahorros, inversiones, deudas o calidad de vida. La OCDE, en su libro How’s Life? 2020: Measuring Well-Being, indica que el 33% de los españoles correría el riesgo de caer en la pobreza si tuviera que renunciar a tres meses de sus ingresos. Y si nos fijamos en el ahorro de los hogares, constatamos que las familias españolas ahorraron en 2022 un 7,6% de su renta, frente al 12,7% de media en el conjunto de la UE. Es decir, con respecto a 2020, la tasa de ahorro se hundió en 2022 en España un 56,4%.
La dificultad de acceso al trabajo y a la vivienda provoca que cada vez haya relativamente menos gente joven en la clase media. Tenemos un claro envejecimiento de la misma. De hecho, gran parte de quienes se consideran clase media en realidad serían clase 'vulnerable'', tal y como la define el Banco Mundial, para la que el futuro es oscuro e incierto. Según la última encuesta de calidad de vida del INE, el 24,5% de los españoles con educación superior no pueden permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año. El 22,3% no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos. Y un preocupante 6,5% ha tenido retrasos en pagos relacionados con la vivienda principal, como la hipoteca, el agua, la luz o el gas).
El modelo imperante de clase media en el siglo XX -casa de tamaño razonable, educación para los hijos, sanidad pública y pensión asegurada- no es de fácil aplicación para el conjunto de mileuristas, individuos empobrecidos cuyo poder adquisitivo va poco más allá de los bienes de primera necesidad, carece de estabilidad y corre el riesgo de perderse en el laberinto de la globalización.
Además, empleos tradicionalmente asociados a la clase media, como administrativos, secretarias o pasantes, están siendo sustituidos por la tecnología. Son profesionales cada vez menos necesarias. Y si no hay un trabajo permanente tampoco se pueden hacer planes de futuro. Viven al día. Sobreviven como pueden. Es la primera generación en la que los hijos no vivirán mejor que los padres.