George Washington, Houdini y el Titanic: tres lecciones atemporales que te servirán en un mundo cambiante
El experto financiero Morgan Housel mira al pasado para discernir el futuro en 'Lo que nunca cambia en un mundo cambiante'
La historia está llena de sorpresas que nadie vio venir, pero también de muchas lecciones imperecederas
El prestigioso analista considera que la historia de la humanidad no ha cambiado a lo largo de los años, y probablemente nunca cambiará
Predecir qué nos deparará el futuro es complicado. El día menos pensado esas certezas que uno da por sentado se desmoronan. Como los hechos se empeñan en demostrar, los cambios son siempre imprevisibles. En un mundo tan volátil el prestigioso inversor Morgan Housel, también conocido como el 'Mark Twain de las finanzas', anima a preguntarnos qué cosas seguirán igual dentro de diez años. O cien. Porque prestando tan solo un poco de atención al pasado uno puede llegar a vivir más tranquilo en el futuro. Sí, la historia está llena de sorpresas que nadie vio venir, pero también de muchas lecciones imperecederas. A veces la clave está en detectar lo que siempre sigue igual.
Housel recopila los principios fundamentales que conviene tener en cuenta para separar la señal del ruido en 'Lo que nunca cambia en un mundo cambiante' (Planeta). La tesis del que fuera durante años uno de los columnistas estrella del Wall Street Journal es que la historia de la humanidad no ha cambiado a lo largo de los años, y probablemente nunca cambiará. Seleccionamos tres lecciones atemporales que pueden servirnos en nuestra vida personal.
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Colgando de un hilo
En opinión de Housel, una de las grandes lecciones que podemos extraer de la historia es ser conscientes de la gran cantidad de cosas que penden de un hilo. Algunos de los cambios más importantes y con mayores consecuencias de la historia ocurrieron por un encuentro inesperado o una decisión aleatoria que desembocó en algo imprevisto. La existencia de EEUU dependió de hacia dónde sopló el viento un 28 de agosto de 1776. Los británicos habían aplastado al ejército de George Washington en la batalla de Long Island y solo tenían que remontar el East River para rematar la contienda. Pero no lo hicieron, porque el viento no soplaba en la dirección adecuada y les fue imposible navegar río arriba.
El riesgo es lo que no ves venir
Se nos da muy bien predecir el futuro, salvo cuando hay sorpresas, que suelen ser lo único que importa. El mayor riesgo es siempre lo que nadie ve venir, porque nadie está preparado para ello. Y si nadie está preparado, los daños que provoque se verán amplificados cuando llegue. Houdini, por ejemplo, fue un gran mago, el mejor de todos los tiempos. En uno de sus números solía invitar a alguien del público a que le diera en el estómago el puñetazo más fuerte que pudiera. Lo que no esperaba es que, cuando invitó a un grupo de estudiantes a su camerino, uno de ellos le diera unos cuantos golpes en el estómago sin previo aviso. Y entonces Houdini murió. Por una rotura de apéndice. Su perdición fue que no lo vio venir y no pudo tensar el plexo solar y aguantar la respiración como solía hacer en el escenario.
La mejor historia gana
Ni la mejor idea, ni la correcta, ni la más racional. Solo la historia que capta la atención de los demás es la que se lleva el gato al agua. Grandes ideas mal explicadas no llegan a ninguna parte, mientras que una idea anticuada o errónea contada de forma convincente puede desatar una revolución. La gente anda atareada y tiene emociones, y una buena historia siempre es más poderosa que las frías estadísticas. Todo el mundo conoce la historia del hundimiento del Titanic, en el que fallecieron 1.500 personas. Sin embargo, nadie menciona nunca el naufragio en 1948 del ferri de vapor chino 'Kiangya', en el que murieron 4.000. O el hundimiento del ferri 'Doña Paz' en 1987, que se cobró 4.345 víctimas. El Titanic sobresale por el potencial de su relato: los pasajeros ricos y famosos, las crónicas de primera mano de los supervivientes y, claro está, el éxito de la película de James Cameron.