Cábalas y lotería: por qué tu cerebro necesita comprar todos los años el mismo número
Este año la venta de lotería de Navidad ha caído a causa de la pandemia, pero el desánimo no ha debilitado la ilusión. Los mayores de 60 son los que más gastan y también los menos supersticiosos.
Hablamos de cuáles son los amuletos, rituales y creencias más frecuentes y por qué este sorteo nos vuelve tan fetichistas.
Ni siquiera una pandemia ha conseguido doblegar nuestra ilusión por la lotería de Navidad. Parecía que los ánimos no estarían para celebraciones y que el contexto tampoco favorecería: restricciones de movilidad, el saldo de la cuenta titilante, cierre de bares, teletrabajo, desconexión con las peñas y asociaciones. Pero, tratándose de esta costumbre, nuestro cerebro da un respingo con la vuelta del mítico anuncio y, como siempre por estas fechas, recobramos la ilusión y las ganas de compartir.
Las ventas han bajado un 30%, de acuerdo con los datos de la agrupación de administradores de lotería ANAPAL, y el Estado ingresará 1.200 millones menos. Aun así, cada español gastará este año una media de 65,66 euros en el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad que se celebrará el próximo 22 de diciembre. Serán 2,82 euros menos que en 2019, según la previsión de la Sociedad Estatal de Loterías y Apuestas del Estado (SELAE). No obstante, las cuentas definitivas se verán cuando se devuelvan los boletos no vendidos.
MÁS
Del cuidado de tu vecina al reencuentro de dos hermanos: el anuncio de la lotería de Navidad se centra en los mayores
En pandemia, menos Lotería: las ventas de décimos para el Gordo de Navidad caen considerablemente
La reinvención forzosa de los videoclubs: lotería, snacks y un grupo de WhatsApp para sobrevivir
Los uppers lo toman como un compromiso con la Navidad
Quienes ponen mayor entusiasmo en este sorteo son los mayores. Uno de cada tres españoles regala lotería, aunque esta costumbre deja fuera a los más jóvenes, según la OCU. Ellos ni regalan, ni compran, pero sí esperan que, en caso de que toque en la familia, al menos un pedacito de la buena suerte vaya a su cuenta. A partir de los 60 años, la media de gasto sube por encima de los 60 euros. Para un upper la lotería es casi un compromiso con la Navidad. Según se desprende de una investigación publicada en European Sociological Review, "compartir un boleto está lleno de simbolismo y contribuye a la unión de individuos en grupos de iguales o más estructurados". Nos hace sentir bien y nos envuelve en ilusión y alegría colectiva.
En ese momento de compra y de espera planeamos una vida mejor y tendemos a considerar como muy valioso todo aquello que nos gustaría conseguir, haciendo caso omiso a la cantinela de que debemos ser felices con lo que tenemos. De sobra sabemos que, aunque el dinero no da la felicidad, ayuda a que la vida sea más fácil y bastante más agradable. Con la expectativa del sorteo de Navidad, queremos constatarlo nosotros mismos.
Con las supersticiones creemos tomar el control de los resultados
Y si la pandemia no ha podido con la emoción por la lotería, menos aún con su dimensión mágica. Un año más, repetiremos cábalas, algoritmos, supersticiones, llamadores de la buena suerte y amuletos, pitonisas, tradiciones e interpretaciones oníricas. Finalmente, se impondrá el azar, pero lo sobrenatural habrá conseguido que lo vivamos aún con más fascinación. El psicólogo Kevin Bennett, de Pensilvania, dice que las supersticiones nos transmiten sensación de control sobre los resultados.
Burrhus F. Skinner, célebre investigador de la conducta humana, descubrió que muchas personas tienen supersticiones sin ser consciente de ello, simplemente porque absorben una determinada actitud, como ocurre con el número 13. Incluso cuando existe un elevado nivel cultural e intelectual. En general, lo que nos mueve es la búsqueda de alguna regla que nos aporte seguridad y confianza. La edad nos devuelve sensatez, por eso este tipo de supersticiones se van perdiendo a medida que cumplimos años. En cualquier caso, son creencias perfectamente compatibles con nuestra vida normal y forman parte de nuestra idiosincrasia más pintoresca.
Mil maneras de echar el anzuelo
Juguemos por ambición o por envidia preventiva, tengamos mejor o peor perder, lo que parece claro es que la superchería sigue presente. Veamos algunas de las creencias y ritos más comunes. No siguen ninguna lógica y a veces ni siquiera tienen un origen conocido. Lo único cierto es que, si toca, al afortunado le cambia la vida:
- Comprar el boleto en luna creciente. Los aficionados a la astrología dicen que esta fase favorece los asuntos económicos y es, por tanto, la idónea para cualquier inversión o plantearse un programa de ahorro.
- Interpretación de los sueños. Según el libro 'Talismán Precioso de los Sueños', soñar con la caída de alguna pieza dental es buen augurio. Aconseja en este caso apostar al 24 y al 35. Otro viejo libro impreso en Milán en 1604, bajo el título 'La Borsa d’Oro', dice que un abanico en los sueños es una señal para hacerse con un décimo que en su numeración lleve 2 seguido de 5 o 3 seguido de 7. Si aparece un abogado, la suerte caerá en la terminación 281 u 82. Hay quien sueña con una terminación determinada y lo toma como una revelación.
- Jugar siempre el mismo número. Las posibilidades son idénticas que cambiar cada año. Es decir, una entre 100.000. En esta costumbre hay dos razones. La primera es que, como en cualquier juego de azar, nuestra lógica nos lleva a pensar que, después de varias partidas seguidas, saldrá por fin el número por el que hemos apostado. La suerte no funciona así. Los números no se ponen a la cola a la espera de que les llegue el turno. Saldrán o no en un tiempo infinito. La otra razón es la fidelidad a un boleto. Si uno ha repetido más de un año, se vuelve casi obligación, sobre todo por miedo a que justo toque cuando no lo compró.
- Comprar donde tocó el año anterior. O descartarlo por pensar que la suerte no se repite. Decimos lo mismo que en el apartado anterior. Todos los números entran en el bombo y ninguno recibe privilegios.
- Números bonitos y números feos. Insistimos: todos los números cuentan con las mismas probabilidades de salir agraciados. Es verdad que el Gordo ha acabado en 5 en más ocasiones. También el 4 y el 6. El 1 y el 2 han sido menos afortunados. Puro azar.
- Creer en la suerte de Doña Manolita. En nuestro país hay más de 4.000 administraciones, pero en ninguna se forman las colas para comprar los décimos de la suerte que se ven en la madrileña Doña Manolita, incluso varios meses antes del sorteo. Ni siquiera el miedo al Covid ha frenado la costumbre de dirigirse hasta allí. El único secreto de la cantidad de premios que reparte cada año está en el número de décimos que vende, muy por encima del resto.
- Cábalas con fechas, aniversarios, copas de fútbol ganadas… Es un recurso muy común, agradable y cómodo.
- Fe en San Pancracio. Que el santo pueda tener mano con el sorteo es un pensamiento muy arraigado. Sus devotos aconsejan que la imagen sea regalada y que junto a ella se coloque un poco de dinero y un ramito de perejil. La creencia pudo nacer en el convento sevillano de las monjas clarisas de Santa María de Jesús por una gitana que ofrecía perejil a cambio de limosna, según escribió el sacerdote Carlos Ros Carballar en ‘San Pancracio, salud y trabajo’. En Aragón es el manto rojo de su Virgen del Pilar la que atrae la buena suerte si se pasa el billete sobre él o se guarda junto a una medallita.
- Pasar el décimo por la tripa de una mujer embarazada, una chepa o una calva. Lo del vientre gestante viene de una tradición antiquísima que vincula fortuna y fertilidad.
- Amuletos variados. Los más frecuentes son las hojas de laurel o muérdago, una llave vieja de hierro, herraduras y velas blancas y doradas.
- Muchos entran en la administración de lotería con el pie derecho e incluso piden que se le entregue el boleto con la mano derecha.