El infierno. Eso puede ser, según quienes lo conocen, Terranova, uno de los caladeros más duros del mundo. Los barcos gallegos que frecuentan este mar en Canadá desde hace décadas, en busca de fletán negro y bacalao, sufren sus temperaturas gélidas, oscuridad, tormentas y un mar montañoso. Cualquier percance puede ser fatal. El hundimiento del pesquero Villa de Pitanxo, el pasado 15 de febrero a unos 450 kilómetros de Terranova, en Canadá, hace aún más patente esa dureza de la vida en el mar. Una repentina parada del motor principal dejó al barco expuesto al viento y las olas, sufriendo los golpes de mar que lo escoraron y hundieron de forma muy rápida. De los 24 tripulantes, solo tres fueron rescatados con vida.
Es una tragedia más, la más dura desde el accidente en el archipiélago de las Cíes en 1978, con 27 hombres muertos, y nos devuelve a la actualidad un serio problema: la falta de relevo generacional en el mar. Las razones son muchas, según nos cuenta Javier Touza, presidente de la Cooperativa de Armadores de Pesca. "Tradicionalmente -dice-, el oficio de la pesca se ha transmitido de padres a hijos. Hoy los jóvenes se forman en instituciones, pero en la mente de los jóvenes hay una lista larga de naufragios, vidas perdidas, viudas y huérfanos".
Es verdad que la mayoría de esos grandes pesqueros son nuevos, seguros, con la última tecnología y con buena habitabilidad, pero eso no alivia sus condiciones. "También la legislación -añade Touza- ha ido mejorando, aunque hay que seguir peleando para que se aceleren los trámites burocráticos cuando ocurren accidentes. Antes del año 2000, cuando los cuerpos no se recuperaban, suponían un grave problema para los familiares y una doble tragedia. A la pérdida del ser querido había que sumar la exigencia de al menos cinco años para tener derecho a una prestación por viudedad u orfandad". Desde ese año, la Ley 4/2000 de 7 de enero permite que las personas desaparecidas en el mar se consideren fallecidas a todos los efectos. Es decir, el derecho a la pensión de viudedad y orfandad es inmediato.
"Exponerse a la fuerza del mar es impagable -asegura Touza-. Es un trabajo muy duro y cada expedición dura entre dos meses y medio y tres y medio. Esto significa renuncias muy graves en la vida personal y familiar de estos profesionales". Para suplir la falta de personal, en los buques españoles se están contratando trabajadores comunitarios o extranjeros con permiso de trabajo y de residencia a los que se les exige idénticas condiciones que al resto. Embarcar exige unos reconocimientos médicos, unas actitudes físicas y mentales, cualificación y formación.
Al hablar de la falta de atractivo que presentan algunas flotas para los jóvenes que se forman, la Asociación Española de Titulados Náutico Pesquera (AETINAPE) menciona la escasa habitabilidad de una parte de la flota y también las condiciones sociolaborales en los barcos, la intensa dedicación horaria, la falta de vacaciones o las dificultades de conciliación de la vida familiar y social. "Los jóvenes prefieren irse a trabajar a ámbitos laborales que no ofrecen muchas de nuestras empresas marítimo-pesqueras". Uno de los principales escollos es la incomunicación.
"A veces volvemos con la sensación de que ni nuestros propios hijos nos conocen", declara un joven marinero de esta asociación. Tampoco los salarios permiten mejorar esta situación. "Mi padre se compró su primer coche con una sola salida y con dos años de trabajo de trabajo pagó su casa. Hoy las cosas son muy diferentes".
José Manuel Muñiz, presidente de AETINAPE, conoce bien el mar de Terranova y asegura que el mar siempre es peligroso, pero hay zonas que permiten cierta capacidad de maniobra. "Otras, como esta, son auténticas ratoneras con difícil escapatoria si hay un contratiempo. Las posibilidades son muy escasas y hay que ser auténticos héroes para faenar en esos infiernos".
La asociación añade otra falta de relevo, "no menos clamorosa": la escasa implicación de gran parte de los más jóvenes en proyectos asociativos profesionales. "Muchas conquistas que logró la profesión durante nuestros casi cuarenta años de existencia se han conseguido gracias al poder colectivo, gracias a la implicación y el esfuerzo de tantas personas a bordo de esta nave".
Con unos 20.000 afiliados al régimen especial del mar, Galicia es la comunidad con más marineros en España. Sin embargo, su descenso progresivo, el 13,82% en los últimos años, es muy preocupante. Los jóvenes no quieren ser pescadores y alrededor del 65% de los marineros activos ronda la edad de jubilación.
No hay relevo. Las escuelas están llenas, pero el porcentaje que se dedica a la pesca es mínimo. Prefieren la rama mercante o la de recreo. Cada vez quedan menos manos expertas que conozcan tareas como la de armar y remendar redes. Dos de cada diez tripulantes no son españoles.
La falta de relevo generacional no es solo un problema gallego, sino nacional. En Andalucía, la Federación Nacional de Peca Artesanal ha impulsado algunos proyectos para formar a jóvenes tripulantes a bordo de los pesqueros y dotar de algunos beneficios a los armadores por llevar alumnos a bordo y asumir la responsabilidad de su formación.
"La sostenibilidad económica de las pesqueras artesanales está bastante comprometida, por lo que es de vital importancia garantizar la continuidad de nuestra profesión", dicen. Organizaciones de armadores, cofradías y otras entidades redoblan sus esfuerzos en busca de un modo eficaz de atraer a los jóvenes a la pesca para garantizar la supervivencia de un sector que es esencial en la economía y en la sociedad española.
Ni siquiera han dado el resultado esperado los intentos de captar jóvenes con los ciclos de formación profesional dual, las bolsas de empleo u otras iniciativas, como la campaña divulgativa 'Hazte del mar' en centros de enseñanza y redes sociales. Hay trabajo, pero no tripulantes. El problema viene de largo y en algunos lugares el desánimo empieza a ser aún más visible con el número creciente de peticiones de desguaces de los barcos. El sector reclama políticas más ágiles y mayores recursos que impulsen un empleo de calidad en la pesca, tanto en las flotas de bajura como de altura, con sueldos suficientes y adecuados a sus condiciones.