El dinero y el aspecto físico son, probablemente, dos de los temas que más preocupan e interesan a la población. Y es natural, considerando que vivimos en una sociedad capitalista en la que solo podemos vivir con verdadera libertad cuando tenemos unos ingresos grandes y fijos y en la que, pese a todos los movimientos body positive que han surgido en los últimos años, el canon de belleza sigue dominándolo todo.
Según una reciente investigación elaborada por el periódico estadounidense The Wall Street Journal en base a unos informes internos centrados en la toxicidad de Instagram que Facebook realizó en los últimos tres años, un 32% de las chicas adolescentes que ya se sentían mal con su cuerpo se sienten mucho peor cuando navegan por Instagram.
Este dato, además de chocar con las declaraciones públicas tanto de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, como de Adam Mosseri, el jefe ejecutivo de Instagram, quienes tienen a minimizar el impacto negativo de la app, coincide con otras investigaciones realizadas en los últimos años, que ya han alertado del efecto nocivo que las redes sociales tienen sobre nuestra imagen corporal.
De igual manera, varios estudios a lo largo de los años han puesto de manifiesto que el dinero o, mejor dicho, su ausencia, afecta a nuestra salud mental. Y es que el dinero tal vez no dé, necesariamente, la felicidad, pero sí es razón de infidelidad.
Tal y como señala el artículo “Pobreza, depresión y ansiedad: evidencias causales y mecanismos”, realizado por investigadores de la Universidad de Harvard y el MIT y publicado en la revista Science en 2020, las personas con ingresos bajos tienen entre 1,5 y 3 probabilidades más que las personas ricas de sufrir problemas de depresión o ansiedad, una conclusión que coincide con lo expuesto en el plan de acción para la salud mental publicado por la Organización Mundial de la Salud en 2004, en el que se establece un vínculo entre la pobreza y la salud mental y se afirma que la depresión afecta entre 1,5 y 2 veces más a aquellas personas con pocos ingresos.
Pero ¿y si te dijéramos que estos dos aspectos que tanto nos preocupan guardan una relación? Según el estudio When It Comes to Pay, Do the Thin Win?, elaborado por los investigadores Timothy Judge, de la Universidad de Florida, y Daniel Cable, del London Business School, el aspecto físico y, más concretamente, el peso afecta al salario que percibimos, aunque de forma distinta para los hombres y las mujeres.
Según esta investigación, los hombres más delgados ganan menos que los hombres con un peso más promedio. En concreto, unos 8.000 euros menos. En cambio, las mujeres delgadas ganan más que aquellas que pesan más, siendo la diferencia de aproximadamente 16.000 dólares.
Los empleados, de acuerdo al estudio, no son conscientes de esta desigualdad, que puede surgir por muchos factores, como, por ejemplo, la representación que aparece en los medios de comunicación, las películas y las series, donde las mujeres de éxito suelen ser delgadas y los hombres, más anchos que delgados.
Esta investigación no es la única que habla de las desigualdades salariales que surgen por la imagen corporal. En julio de este mismo año, los investigadores Suyong Song, profesor asociado de la Universidad de Iowa, y Stephen Baek, profesor asociado de la Universidad de Virginia, publicaron en PLOS One un estudio que volvía a relacionar el salario de las personas con la forma de su cuerpo.
Este nuevo estudio, al igual que el elaborado por Judge y Cable, reveló que las mujeres delgadas cobran más que las anchas, mientras que los ingresos de los hombres altos son superiores que los de los hombres bajos. En concreto, los autores establecen que un aumento de un centímetro en la estatura de un hombre se asocia con un incremento de 998 dólares en su ingreso familiar, mientras que, en las mujeres, una reducción de un punto en el IMC se traduce en un aumento de aproximadamente 934 dólares en sus ingresos familiares.