Cuando hacemos limpieza en casa debemos tener presente que todos los productos que utilizamos tienen una composición determinada. Es decir: hay algunos que podemos combinar sin peligro, y otros que, bajo ningún concepto, debemos mezclar, por más que nos parezca que estas combinaciones falsamente milagrosas conseguirán una limpieza más profunda y efectiva. La lejía, tan de moda desde la pandemia, es uno de ellos.
¡Ojo! La química no engaña. Los productos con componentes opuestos pueden dar lugar a reacciones potencialmente peligrosas en las que pondríamos en riesgo nuestra salud o la de nuestras mascotas.
Te hablamos de algunos productos de limpieza que nunca debes unir.
Por sí mismo, el salfumán es un producto peligroso si no se usa correctamente. Hay que manejarlo con extremo cuidado, ya que desprende cloruro de hidrógeno en forma de vapor y contiene acido clorhídrico. Siempre debemos aplicarlo en espacios que cuenten con una buena ventilación y agenciarnos unos buenos guantes y gafas que nos protejan los ojos.
Es dañino para la salud cuando lo mezclamos con bicarbonato, por ejemplo, así como con muchos detergentes, quitamanchas o productos para desatascar tuberías, todos muy habituales en el hogar.
En cuanto a la mezcla con la sosa cáustica, no exageramos al decir que es un absoluto disparate. Ambos son productos cuya composición química es opuesta, altamente reactivos el uno al otro. Al combinarse, producen una reacción exotérmica. Nos arriesgamos a que la mezcla explote.
Algunas personas creen que la temperatura del agua influye en el poder limpiador y llenan el cubo de fregar con agua caliente. Cuando mezclamos lejía con agua a partir de 30º, la lejía se oxida y libera cloro, un gas tóxico e irritante. Por lo demás, es una combinación inútil, puesto que la reacción entre ambos elementos hace que la mezcla pierda cierta capacidad de desinfección, que es lo que buscamos generalmente al usar lejía en el baño o la cocina.
De hecho, salvo que se indique claramente en las instrucciones de los productos de limpieza, no es aconsejable utilizar agua caliente como líquido base. La temperatura podría hacer que el producto de limpieza acelere su oxidación y libere gases tóxicos.
La reacción del peróxido de hidrógeno del agua oxigenada con el hipoclorito de la lejía formaría cloratos y percloratos y… boom. El riesgo de explosión es elevado. Nos enfrentaríamos a una reacción exotérmica, que produce calor y vapores tóxicos.
Al oxidarse, el hipoclorito de sodio de la lejía produce distintas reacciones en función de la cantidad de producto que se mezcle con otro. El vinagre contiene ácido acético. En combinación con la lejía, se transforma en cloro, un gas irritante para los ojos y las vías respiratorias
Puede parecer una buena idea agregarle agua oxigenada al recipiente con vinagre que usamos para sacar brillo y desinfectar algunas superficies, pero tenemos riesgo de intoxicarnos. La mezcla de ambos productos produce ácido peracético. Los vapores irritantes podrían dañarnos los ojos, la piel expuesta a los químicos, el hígado y los pulmones.
Esta reacción es muy dañina para el organismo. El etanol es reactivo al hipoclorito de sodio que contiene la lejía. La mezcla resultante formaría acido clorhídrico y cloroformo, ambos muy tóxicos.
Los componentes que aquí reaccionan son el ácido acético del vinagre y el polvo puro del bicarbonato (la forma más habitual de guardarlo en casa). La reacción entre ambos produce ácido carbónico y acetato de sodio, es decir, que perdemos el poder de desinfección, aunque nos parezca que la mezcla resultante limpia mejor por sí misma que cuando empleamos ambos productos por separado.
La lejía es mala compañera cuando la mezclamos con otros productos que contienen amoniaco o aminas cuaternarias. Puede producir distintos gases tóxicos, desde cloraminas hasta cloro puro, nocivos para la salud si se inhalan.