Al otro lado del mundo, a casi 18.000 kilómetros de distancia, vive el animal más feliz del mundo. Se trata del quokka, un marsupial que habita ciertas áreas de Australia y que por culpa de las redes sociales se ha hecho archiconocido. En Uppers hemos investigado sobre este pequeño y peludo animal de cola larguísima que tildan como el más feliz del mundo por su aparente sonrisa perpetua. El gesto del quokka es encantador y automáticamente enamora a todo aquel que lo ve por primera vez.
El problema es que el quokka, con esa carita dulce y enternecedora, se ha hecho tan famoso que su existencia, que ya estaba amenazada, corre un verdadero peligro. Ni siquiera los ejemplares que viven en el zoo se salvan; reciben millones de visitantes que solo buscan fotografiarse con ellos y publicar la instantánea en sus redes sociales con los gritos, el jaleo y los flases que conlleva. La gente, como si fueran un perro o un gato, pretende cogerlos y abrazarlos, lo que los deja extenuados y en shock. Los expertos avisan de que debido al estrés diario que sufren han llegado a modificar su comportamiento y en algunos casos hasta les ha provocado la muerte.
Además, el quokka fue protagonista de ciertas campañas publicitarias y muchos famosos como Chris Hemsworth o el cantante Shawn Mendes publicaron fotos con un ejemplar sirviendo de reclamo para que más personas aún quieran ver de cerca cómo son. Los marsupiales siguen mostrando esa sonrisa propia e irresistible pero probablemente han dejado de ser felices, tanto los que vivían plácidamente en su hábitat natural como los que se encuentran en cautividad en un zoo.
Todo empezó en Rottnest, una isla de 19 kilómetros cuadrados frente a la costa oeste de Australia. Aquí llegó el explorador holandés Willem de Vlamingh en 1696 y se encontró a los quokkas a sus anchas. En un principio los confundió con ratas de enorme tamaño porque igual que ellas tienen orejas redondas y una cola muy larga, de modo que al lugar le puso el nombre de "Rattennest" (nido de ratas) pero después evolucionó al actual Rottnest.
El quokka o Setonix brachyurus no es una rata, es un marsupial diprotodonto de la familia Macropodidae y el único miembro de su género. Viven unos 10 años pero ya es una especie amenazada. Además de poblar Rottnest habita en la isla de Bald y en ciertas áreas del continente. Cada ejemplar tiene un tamaño que oscila entre los 40 y los 60 centímetros de largo y pesa de 2,5 a 5 kilogramos. Tiene un pelaje de color marrón grisáceo, unas patas cortas y una larga cola de hasta 30 centímetros de longitud muy fuerte ya que, como a los canguros, les permite saltar y trepar a los árboles. Esa cola también almacena grasa que le da energía para cuando escasea el alimento.
La hembra del quokka, como otros marsupiales, tiene una bolsa donde vive su cría y se amamanta los primeros seis meses de vida, después sale de la bolsa pero sigue amamantándose dos meses y medio más. En el caso de que la cría no sobreviva, la mamá da a luz a otra que permanecía en su útero en un estado de desarrollo suspendido, un sistema evolutivo para asegurar la especie.
El quokka siempre se agrupa en grandes comunidades de unos 25 miembros que crecen hasta reunir unos 150 ejemplares. En estas comunidades hay un macho dominante, suelen hacer vida nocturna y tienen una dieta herbívora a base de hojas, frutas y bayas. Están acostumbrados a sobrevivir largos períodos de tiempo sin comer ni beber agua, pues en esas tierras escasea el agua dulce.
También destacan por ser sociales y amigables, lo que en realidad les pone en peligro. El quokka se acerca a los humanos que le dan de comer lo que llevan en sus mochilas, alimentos demasiado salados, lo que incrementa una sed que no puede saciar.
Tanto los zorros o los gatos que les acechan, como la deforestación y el desarrollo urbano, que está minimizando sus territorios, son una amenaza para los quokkas. También lo es su fama. Las autoridades locales australianas intentan ponerle remedio; imponen multas a las personas que les molesten y a quienes les capturan pues son un reclamo para personas sin escrúpulos o que desconocen lo que sufren en cautiverio. También recomiendan a los turistas que no se acerquen a ellos y que si lo hacen sea con precaución, que no les toquen, que no les alimenten y que no utilicen el flash si les hacen fotografías.
La sonrisa del quokka, un mero rasgo físico evolutivo, se ha puesto en su contra en un mundo globalizado donde solo se busca superar los likes de la foto anterior. Al menos, al teclear el hashtag #quokkaselfie en Instagram con el que se titulaba cada foto con este marsupial, actualmente provoca que se despliegue un aviso en la red social que dice: “en Instagram no se permite el maltrato animal ni la venta de animales en peligro de extinción o sus partes. Está buscando un tema que pueda estar asociado con publicaciones que fomenten comportamientos dañinos para los animales o el medio ambiente”.