En Algeciras, a esta maestra jubilada todo el mundo la conoce cariñosamente como la señorita Lola. Su nombre completo es Dolores Pérez Vázquez y sabe bien cómo arrimar el hombro, actuar rápido y sin vacilación. Lo está haciendo ahora, desde la asociación que preside desde 2003, Niños de Ucrania y Andalucía, pero es algo que ya forma parte de su normalidad desde hace casi tres décadas, cuando este colectivo decidió prestar ayuda humanitaria a menores ucranianos víctimas del desastre nuclear de Chernóbil ofreciéndoles estancias de vacaciones o estudios en hogares españoles.
Uno de aquellos pequeños es su hijo Anatoliy. "Vino con siete años. Había nacido en una familia sin recursos y le internaron en un orfanato ucraniano. Era un niño precioso, rubio y muy pequeñito, sin habla. Después de una temporada en casa, buena alimentación y mucho cariño, empezó a hablar, recuperó peso y fortaleció su organismo. Decidimos entonces, con permiso de la familia biológica, darle una educación aquí en nuestro hogar. En lugar de venir a veranear, le acogimos por estudios hasta los 18 años. Una vez alcanzada la mayoría de edad, le adoptamos".
Anatoliy es ya un joven de 27 años involucrado, igual que su madre, en recabar recursos y esfuerzos para ayudar a su país de origen, tanto a los niños como a sus familias. Dolores habla de él con verdadero orgullo y cuenta que su esposo, antiguo trabajador de una refinería de Algeciras y "culpable" de que ella se mudase a Algeciras desde Sevilla, murió recientemente en los brazos del hijo, quien cuidó de él hasta el último día. Como Anatoliy, son muchos los niños que gracias a las familias de acogida han encontrado una segunda oportunidad.
Hoy la ocasión exige quintuplicar esa ayuda y, una vez más, la señorita Lola se ha puesto al pie del cañón. Su despacho es el salón de casa y en él ha colocado la bandera ucraniana, convirtiendo su hogar en un punto de encuentro entre Ucrania y España. Atiende con sus teléfonos particulares y, desde que supo los planes de Putin, apenas descansa.
Su entusiasmo anima a todos los vecinos de su barriada algecireña de San García y mucho más allá. El trasiego de colaboradores y familias de acogida es continuo. "La asociación se puso en marcha inmediatamente y enseguida consiguió traer a una parte de esos niños que pasan sus vacaciones de Navidad y verano en España, la mayoría en tierras gaditanas. Ahora, dada la situación allí, vienen con parte de sus familias. Todos han pasado miedo y todos son recibidos con los brazos abiertos".
En algunas zonas el asedio ruso no se lo pone fácil. "Se oyen explosiones y atacan con drones. En algunas localidades han destrozado los puentes de acceso y han quedado atrapados en la guerra. Los que se van quedando allí pasan hambre. Este es nuestro mayor desvelo. Me preocupa especialmente la posguerra porque son niños que viven en condiciones de mucha pobreza y la guerra va a empeorar aún más esta situación", explica.
Además de un corazón generoso, Dolores tiene un discurso agradable, realista y muy pragmático. Si por ella fuera, reconstruiría el mundo y no se puede negar que pone todo el empeño en lo que está a su alcance. Unas veces son cosas corrientes, pero esenciales, como la compra de colchones para los orfanatos con los que la asociación mantiene contacto; otras, como está ocurriendo ahora, son grandes historias.
Recientemente habían construido cinco casitas para familias que vivían en auténticas chozas. Con las aportaciones económicas, la asociación hace perforaciones para el agua, pone en marcha talleres de peluquería, electricidad, carpintería u otras habilidades que permitirán que, una vez cumplan su mayoría de edad, los jóvenes salidos de los orfanatos tengan un oficio. También compran colchones, hacen arreglos urgentes en ellos o dan un menú algo más variado a los niños.
La guerra ha amplificado todas esas necesidades, aunque lo urgente es la comida y la ropa. Dolores aprovecha la ocasión para pedir socios o aportar alguna ayuda. "Si todos fuésemos algo más espléndidos y desprendidos, el mundo funcionaría mucho mejor", dice.
La mayoría procede de orfanatos como el de Uman, a 150 kilómetros al sur de Kiev, o el de Lugansk, a 900 kilómetros hacia el este de Kiev, muy próximo a la frontera con Rusia. Gracias a su representante en Ucrania, la asociación consigue que las aportaciones lleguen directas.
Niños de Ucrania y España trabaja todo el año organizando ayuda humanitaria. Sus socios saben lo que cuestan allí unos zapatos, una ración de carne o un producto de higiene básico. Los requisitos para ayudar son sencillos y la asociación facilita los trámites. Cuando se trata de acogida, a la familia no se le exige mucho más que garantizar el bienestar del menor. Existe la opción de programa de verano, desde junio hasta finales de agosto, el de Navidad (parte de diciembre y enero) o de estudios (durante el curso escolar).
A lo largo de la conversación, Dolores insiste en lo valiosa que puede llegar a ser la generosidad. "El mayor beneficio cuando te prestas a colaborar es el cariño que reciben. Sentirse queridos e integrados en un entorno familiar les permite su desarrollo personal y emocional.
Ese afecto atenúa sus pesadillas e inseguridades después de todo lo que están pasando. Además, no tardas en darte cuenta de que toda la vida que das te revierte en forma de amor, satisfacción personal y alegría. Cuando se van se llevan el recuerdo, la esperanza de volver, la seguridad de una familia que seguirá ahí y fuerza para continuar y superar las dificultades".
El mejor síntoma de esta gratitud le llegó a Dolores hace ahora un año en forma de carta por parte de Yana Tiutiunnyk, directora del orfanato de Snovsk: "Es agradable sentir el calor de muchos corazones que animan los destinos de los niños y ayudan en estos tiempos tan duros para todos nosotros. La situación de los internados en la provincia nos ha hecho perder el ritmo de vida".
En ella expresaba también la importancia para el personal del colegio de saber que en la resolución de los problemas cotidianos no están solos, que hay personas que, en momentos difíciles, pueden ser solidarios. "Cuando recibimos ayuda de personas ajenas -continuaba la carta-, nuestros pensamientos vuelven a valores universales tan extraordinarios como el desinterés, la compasión, el amor al prójimo, y la capacidad de cambiar el mundo que nos rodea".
En la película 'El nuevo exótico Hotel Marigold', el personaje Ty Burley dice que el mayor acto de generosidad es plantar árboles bajo cuya sombra no te sentarás nunca. Eso es lo que hacen la señorita Lola, su hijo Anatoliy y todos los que se están dejando la piel en este proyecto: plantar sin esperar sombra.