La pandemia y su encierro de tantos días han abierto de parte a parte nuestras certezas. Las implicaciones sociales y económicas, la pérdida terrible de vidas y una crisis cuyas escamas solo se vislumbran sobre la superficie agitada de la sociedad y la política han terminado por germinar una pregunta en la cabeza de muchos. ¿Realmente se está tan bien aquí? ¿Y si me mudo a un lugar más tranquilo?
Al parecer, la respuesta ya la empiezan a notar las agencias inmobiliarias y los habitantes de las zonas rurales, con muchas llamadas de urbanitas que quieren informarse sobre los precios y las características de las casas en el campo. Tómese esta expresión morigerada y superficial, ‘irse al campo’, como la semilla débil de un posible movimiento por venir.
Quizá sea pronto para saber si esta emigración inversa es, de facto, una realidad. Si atendemos a los datos del INE, que aún no pueden registrar con cifras fiables los movimientos poblacionales tras la pandemia, el censo de habitantes en poblaciones de menos de 100 habitantes ha crecido alrededor de un 11% en los últimos 12 años, y algo menos en las poblaciones de más de 3000 habitantes.
Como afirma en un artículo de El periódico Dolores Sánchez, profesora del Departamento de Geografía Física y Análisis Regional de la Universidad de Barcelona: ‘Es posible que haya un retorno al mundo rural, pero no será masivo. La intensidad del movimiento dependerá de varios factores, pero especialmente de lo que dure la crisis sanitaria’.
No es difícil destilar de este cóctel crítico algunos de los motivos por los que este movimiento inmobiliario de la urbe al campo tiene sentido. 47 millones de personas encerradas durante más de dos meses, secuelas psíquicas, descalabro económico, colegios cerrados, la inseguridad de un posible rebrote y unas medidas de distanciamiento social que nos han metido en el cuerpo, a sangre y fuego, el sentimiento de lo distópico.
A muchos, la idealización del entorno rural y la ceguera ante sus problemas no les distrae para abandonar el centro de las ciudades. Importa más el balance de las cuentas: casas más baratas (hasta un 20% según los datos de algunos portales inmobiliarios); la vida alejada del mundanal ruido, o descreer de la frase aburguesada y rancia de Max Jacob, atribuida erróneamente a Gabriel García Márquez: ‘El campo, ese lugar horrible donde los pollos se pasean crudos’.
El portal Idealista también ha registrado este cambio reciente en las búsquedas para propiedades en las principales capitales de provincia como Madrid, Barcelona o Málaga; más de 4 puntos de caída, frente a un ligero aumento de las búsquedas de viviendas en núcleos urbanos más discretos. Fotocasa registra un aumento de casi el 50% en las búsquedas de fincas rústicas, 36% para los chalés y casi un 25% para las viviendas adosadas. Si queremos irnos más lejos, también ha crecido demanda de casas en pueblos y aldeas que cuenten con Wifi y acceso a la red.
En la entrevista citada, Dolores Sánchez concluye. ‘Si se dilata la crisis, si hay rebrotes, apunta, habrá más gente que prefiera vivir a una distancia prudencial del epicentro del problema. Cuanto más dure, más posibilidades, pero la memoria es frágil y si recuperamos el control de nuestras vidas ese sueño se esfuma’.
Más allá de aquellos a los que no les suelen importar los problemas y la desinversión histórica en el medio rural (esa ‘España vaciada’, nombre que solo perpetúa un estereotipo siniestro), lo que los expertos dejan claro es que este viaje a la pradera, ese ‘mira qué monas las vacas’, de producirse, será seguramente una cuestión de clase social y medios materiales. Quedarán excluidos de los potenciales neorurales muchos millones de personas que no pueden plantearse emprender una nueva vida el medio rural. Un éxodo, sí, aunque quizás solo para la élite.
Los expertos coinciden también en las conclusiones. El éxodo se dará en determinados perfiles de población trabajadora que pueda implementar el teletrabajo y la deslocalización en su vida diaria; profesionales freelance de un cierto poder adquisitivo que puntualmente requieran desplazarse a alguna capital de provincia. Gente, en definitiva, que por sus circunstancias particulares pueda mantener este nuevo ‘tren de vida’ a lo Thoureau.
La deslocalización dependerá, en gran medida, de los vaivenes en los datos de empleo en los próximos años. No tendrá demasiado valor ni se podrá concluir que el éxodo al campo tras el covid19 es real, si en un año estos urbanitas reconvertidos son incapaces de mantenerse económicamente en sus nuevas casas de pueblo y el retorno a la vida en la gran ciudad se impone como la única solución.
Por desgracia, este regreso al campo tras el coronavirus quizá solo sea otro espejismo en este gran simulacro de la nueva normalidad.