El próximo 20 de enero se cumplirá un año desde que Joe Biden juró su nuevo cargo como Presidente de Estados Unidos y el país entró en una nueva era democrática tras los cuatro años de mandato del polémico expresidente Donald Trump. A sus 78 años, Biden, que ya había intentando ocupar la Casa Blanca hasta en dos ocasiones anteriores, una en 1988, que acabó con la victoria de George Bush padre, y otra en 2008, que se saldó con la victoria de Barack Obama, del que acabaría siendo su vicepresidente, logró cumplir por fin su sueño de alcanzar la presidencia estadounidense, y lo hizo convirtiéndose en el candidato más veterano en hacerlo.
La llegada de Joe Biden a la presidencia, además de escocer entre los más republicanos, abrió consigo el debate de la gerontocracia del país, una forma de gobierno en el que el poder está en manos de ancianos. Además de Biden, en Estados Unidos hay otros grandes cargos políticos ya bien entrados en años, con edades que superan con creces la jubilación y una amplia y dilatada experiencia.
Es el caso, por ejemplo, de Nancy Pelosi, que a sus 81 años preside la Cámara de Representantes; de la Secretaria del Tesoro Janet Yellen, que tiene 74 veranos a sus espaldas; de la senadora Dianne Feinstein, que sigue en el cargo a sus 88 años; e incluso del líder republicano en el Capitolio, Mitch McConnell, que tiene ya los 79 años. Sin ir más lejos, el propio Donald Trump llegó a la presidencia cuando ya tenía 70 años, y la abandonó cuatro años más tarde, a los 74, tras, eso sí, intentar conseguir un segundo mandato.
Esta tendencia puede deberse a varios factores. Por un lado, el propio sistema presidencial de las primarias, donde los partidos se inclinan por candidatos más experimentados y conocidos y donde el éxito depende, en buena medida, de los recursos propios del candidato, como puede ser una dilatada carrera o una gran fortuna.
Por otro, el incremento de la edad media de los votantes a los 50 años de edad, que ha favorecido a los candidatos más mayores en detrimento de los más jóvenes. Es decir: cuánto más mayor sea la población que vota, más probabilidades hay de que lo haga por alguien mayor, que considere veterano. Además, según varios expertos, también podría influir la etapa en la que estos grandes mandatarios desarrollaron su carrera política, unos años en los que, al ser tiempos de bonanza económica, podrían haber encontrado más y mejores oportunidades.
El caso estadounidense no es único. En Europa, también contamos con grandes dirigentes con una edad ya más avanzada, y si miramos atrás en la historia reciente podemos descubrir otra gran potencia gobernada por líderes extremadamente mayores: la antigua Unión Soviética, donde en la década de los 80 se sucedieron mandatarios que apuraron al máximo su vida en la política. Tal es así que entre 1982 y 1985 se sucedieron tres secretarios generales: Leonid Brézhnev, Yuri Andrópov y Konstantín Chernenko, tres hombres nacidos a principios de 1900 que fallecieron antes de que terminase su reinado.
Más allá de la URSS, en el Viejo Continente podemos encontrar líderes de edades muy avanzadas. El caso más significativo es el de Isabel II, la reina de Inglaterra, que sigue en el trono a sus 94 años de edad, pero no es el único.
En Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa fue reelegido a sus 72 años para gobernar el país por un segundo mandato. En Finlandia, Sauli Niinistö ocupa el cargo de presidente a sus 73 años, una cifra que contrasta, y mucho, con la edad de la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, que tan solo tiene 36 años. Y más cerca de nuestras fronteras, en Italia, Mario Draghi fue elegido primer ministro a sus 73 años, el pasado 2021. ¿Estamos en la era de la gerontocracia?