La profesora e investigadora Diana Díaz Rizzolo está especializada en obesidad, diabetes, enfermedades crónicas, envejecimiento y prevención de patologías. Una de sus inquietudes es demostrar cómo afectan ciertos alimentos en el desarrollo y evolución de estas enfermedades. Así, analizó las consecuencias de comer una lata de sardinas una vez a la semana como ingrediente de una dieta dirigida a personas diagnosticadas con prediabetes.
La investigadora concluyó que es sano comer una lata de sardinas, en concreto, unos 200 gramos que se puede repartir a lo largo de la semana, porque previenen la diabetes tipo 2. Por su condición de pescado azul, las sardinas son ricas en omega 3 (grasas insaturadas), taurina, calcio y vitamina D. Son nutrientes que ayudan a regular el colesterol y a prevenir enfermedades cardiovasculares.
Diana Díaz Rizzolo, investigadora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y del Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (IDIBAPS), lideró un trabajo de campo que demuestra que el consumo regular de sardinas también “tiene un efecto preventivo ante la diabetes tipo 2”.
El estudio completo fue difundido en 2021 por distintas revistas especializadas como Clinical Nutrition. Tal como subrayó el texto, “la sardina es una fuente de omega-3 y taurina que, de forma aislada o en sinergia, produciría un retraso en la diabetes tipo 2 a través de diferentes mecanismos moleculares”.
Por su parte, en mayo de 2021, la web de la UOC igualmente publicó sus conclusiones. Según explicó entonces la misma Diana Díaz Rizzolo, demostrar que efectivamente la sardina es un alimento seguro y preventivo ante la diabetes tipo 2 es un descubrimiento científico importante. Sobre todo, se trata de un pescado asequible económicamente y fácil de encontrar, por lo que se puede recomendar a la población en consulta médica.
Las sardinas en conserva mantienen gran parte de su valor nutricional, duran mucho tiempo en la despensa y permiten su compra todo el año. En fresco, lo habitual es encontrarlas a la venta en las pescaderías en temporada de pesca, que suele comenzar en mayo y se alarga hasta octubre.
La investigación parte de la colaboración de 152 pacientes de tres centros de atención primaria de Barcelona con una edad de 65 años o más. Todos ellos ya presentaban síntomas de prediabetes, en distintos estadios, debido a que sus niveles de glucemia en ayunas se encontraban entre los 100 y los 124 mg/dl.
Los profesionales médicos insisten en que la prediabetes puede desencadenar una diabetes de tipo 2 que “afecta a la forma en que el cuerpo usa el azúcar (glucosa) para obtener energía, impidiendo que use la insulina adecuadamente”. En caso de no tratarlo se incrementa la concentración de azúcar en la sangre lo que acaba teniendo consecuencias dañinas para el organismo y afectando principalmente a los nervios y a los vasos sanguíneos.
Además, la diabetes de tipo 2 es una enfermedad donde influyen no hacer suficiente ejercicio, la herencia genética, la edad, el sexo masculino, el sobrepeso y más aún la obesidad y la obesidad abdominal, con lo cual la dieta es uno de los factores decisivos. De este modo, como medida de prevención, esos 152 pacientes con prediabetes entraron a formar parte de un programa nutricional con el que se pretendía rebajar sus posibilidades de contraer diabetes de tipo 2.
El conjunto se distribuyó aleatoriamente en dos grupos de intervención: uno de control y un segundo al que se añadió la sardina en su dieta. Concretamente, 200 gramos a la semana de sardinas enlatadas en aceite de oliva. También se les recomendó que consumieran el pescado entero, con sus espinas incluidas. Este punto era relevante ya que la mayor parte de concentración de calcio y de vitamina D se encuentra en el esqueleto de la sardina.
Antes de iniciar la dieta, un 27% de personas fueron calificadas con un riesgo muy alto de sufrir diabetes del tipo 2. Al cabo del año siguiendo el menú indicado, sin añadir sardinas, ese porcentaje bajo al 22%. Por su parte, aquellos pacientes cuyo riesgo alto era del 37% sí incorporaron esos 200 gramos de sardinas a su dieta. Transcurridos 12 meses, en ese mismo grupo de personas el riesgo alto disminuyó al 8%.
Incluso, tras los análisis realizados al concluir el tiempo durante el que siguieron la dieta recomendada, en las personas que habían consumido sardinas ciertos parámetros bioquímicos presentaron una mejoría bastante significativa. En concreto, disminuyó el índice de resistencia a la insulina (HOMA-IR); aumentó el colesterol bueno (HDL); incrementó el volumen de las hormonas que mejoran el metabolismo de la glucosa (adiponectina); y, entre otros puntos, bajaron los triglicéridos y la presión arterial.
Tras comprobar los resultados exitosos, la investigadora Rizzolo confirmó que sería muy interesante realizar este estudio entre la población menor de 65 años. Aunque no presenta un riesgo tan elevado de desarrollar diabetes de tipo 2, los efectos preventivos del consumo de sardinas enteras podrían extrapolarse a los más jóvenes.
Igualmente, Rizzolo destacó que los alimentos como las sardinas ejercen un papel protector o preventivo gracias a la taurina, el omega 3, el calcio y la vitamina D, que en ningún caso pueden ser sustituidos por la ingesta de suplementos con la misma composición en conjunto o por separado. Según sus palabras, en el artículo publicado en la UOC, “los nutrientes pueden ejercer un papel imprescindible en la protección y tratamiento de muchas patologías, pero su efecto suele ser causado por la acción sinérgica entre ellos y la matriz alimentaria que los contiene”.
De momento, tal como publicó la revista Clinical Nutrition, es posible confirmar que “el consumo de sardina dos veces por semana, durante un año, reduciría el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 en una población con prediabetes y edad avanzada”. Además, a la vista de los análisis recogidos, se confirma que los altos niveles de ácidos grasos insaturados, en especial omega 3, de estos pescados azules favorecen el control del colesterol LDL (el malo) gracias a lo cual actúan como protectores frente al desarrollo de enfermedades cardiovasculares.