Para ser bebedor de pro y regar las sobremesas y los afterworks con buenas anécdotas conviene saber el origen del destilado que nos echamos al buche.
Hace algún tiempo te hablamos en Uppers del origen humilde del tequila, combinado con el limón para tolerar el sabor industrial del destilado en sus primeros pasos en el México antiguo. Hoy nos gustaría hablarte de otro tipo de bebida, más utilizada en el campo de la medicina para apaciguar las fiebres de los soldados y los obreros en noches interminables de calor.
A Churchill, hombre de entereza alcohólica probada y plusmarquista en las altas graduaciones alcohólicas, se le atribuye un dicho popular: ‘El gin tonic ha salvado más vidas que todos los médicos del Imperio Británico’.
Te contamos el origen medicinal de esta bebida tan popular en tus resacas.
El nacimiento de la ginebra se le atribuye a Franciscus Sylvius, más conocido como Franz De Le Boe, un profesor de medicina del siglo XVIII que se afanó en buscar un medicamento para mejorar circulación sanguínea. Entre matraces y muestras, y por puro accidente, acaba descubriendo lo que hoy se conoce como gin, un destilado con una graduación alcohólica entre 38 y 48º, que se obtiene por la destilación de la cebada sin maltear, rectificada posteriormente con bayas de enebro y aromatizada de muchas formas distintas (cardamomo, cítricos, etc).
Pero la ginebra es hija de la guerra y la sangre. En 1568, son los soldados ingleses acampados en Flandes los que se fijan en cómo los marinos holandeses riegan sus gargantas con ella durante sus lances en la Guerra de la Independencia de Holanda. Ahí le ponen su primer apodo, ‘coraje holandés’, y rápidamente se la llevan a su país. Una buena herencia.
La verdadera popularización de la ginebra en Inglaterra, país oficial del gin tonic, llega décadas después, cuando el gobierno da permiso para destilarla sin licencia en todo el territorio. A los obreros se les pagaba en especie, con aguardiente, y a la postre hubo un problema de alcoholismo tan brutal entre la fuerza de trabajo y los pobres que el gobierno acabó por freír a impuestos a las productoras. Todas las destilerías ilegales fueron cerradas.
Para cuando el siglo XVIII asoma tímidamente la cabeza, la ginebra ya es la bebida más popular en la gloriosa madre Inglaterra. En datos ofrecidos por una comisión gubernamental de la época (1721), está en todas partes, hasta en la sopa. Una de cada cinco casas británicas la vendía sin licencia, y era lo más barato que se podía encontrar por los callejones y los bares sombríos: un vaso de ginebra costaba veinte veces menos que una pinta de cerveza. 9 millones de litros anuales abren la veda del desmadre. Orgullo nacional, y a qué precio. Una baratura para cirróticos.
Cuando la ginebra se encarece y aumenta la producción, en los años siguientes, también aumenta exponencialmente la calidad, y la bebida se hace un hueco en las altas esferas. La borrachera de calidad y su hija primogénita, el dry gin o ginebra seca, ya no es algo exclusivo de obreros y albañiles. Ahora los ricos también riegan sus penumbras con una bebida que sigue siendo orgullo nacional para el país.
Tenemos que viajar a la colonia de las Indias Orientales y a las penalidades padecidas por los soldados ingleses durante los siglos XVII y XVIII, dos eras salpicadas de noches tropicales, pantanos que repugnarían a un influencer, mosquitos hambrientos del tamaño de una pelota de golf, sudores fríos y enfermedades (mortales) jamás vistas hasta ahora por los ejércitos.
Mientras la Compañía de las Indias Orientales alargaba sus zarpas y ponía a su nombre terrenos por todo el continente, sus soldados empezaban a contagiarse de males tropicales nunca vistos: el dengue, y sobre todo, la malaria. Los moribundos caían como moscas entre el sopor y el delirio postrero. Había que poner fin a esto.
Es la ciencia la que acude en ayuda de los ejércitos enfermos para inhibir los efectos de esta última fiebre mortal. Dos médicos, Pierre Joseph Pelletier y Joseph Bienaimé Caventou, descubren la quinina cuando extraen el principio activo del árbol de la cinchona. Las pastillas de quinina van a parar a manos de las colonias europeas en el continente asiático y africano para paliar los efectos de los mosquitos hambrientos. Muerte a la malaria. El único inconveniente: los soldados británicos no soportaban el amargor de las pastillas de quinina y empiezan a disolverlas en limón y soda, y de paso, a echarle un chorrito de la bebida nacional para seguir trabajando con la sangre caliente y bien ‘graduada’ y socializar mejor, a mayor gloria del país que los ha mandado a luchar y enfermar en noches interminables.
Esta bebida hecha de limón, soda y lingotazo de gin es la precursora del gin tonic. El verdadero destilado no llega hasta que Johan Jacob Schweppe, un alemán, se da cuenta de cómo actúan los soldados que regresan del frente, que piden un combinado parecido al que solían tomar en las colonias. El carbonatado de la tónica con contenido de quinina es obra suya, y como te habrás imaginado, de ahí nace una de las marcas más conocidas de tónica: Schweppes and Co.