¿Has probado alguna vez un vino buenísimo en un vaso convencional? ¿Y un refresco en una copa de borgoña? Cualquiera podría asegurar que una bebida se vuelve “normalucha” o deliciosa según el recipiente que se utilice para degustarla. En Uppers contamos con las conclusiones de un estudio en el que querían demostrar precisamente que el sabor de las bebidas se puede condicionar por el vaso que se use.
Por un lado, sabemos que cada bebida concreta implica un tipo de recipiente. Así nos lo enseñan en las cervecerías, por ejemplo, cuando pedimos una caña, una IPA o una tostada. Lo mismo ocurre con las bebidas espirituosas y más aún con el vino.
Los sumilleres son tajantes en cuanto a que no es solo una cuestión de presentación, sino del material, que siempre debe ser cristal y cuanto más fino mejor, y del tamaño y la forma. Las características de cada copa posibilitan apreciar todos los aromas primero y los sabores después. Imagina degustar un gran reserva en un vaso de cartón: se mezclaría el olor y el sabor del material alterando el del líquido.
Por otro lado, estas lecciones tan bien aprendidas nos condicionan nuestro subconsciente cuando nos predisponemos a oler o a saborear ya sea un champagne, una tónica o el mejor de los vinos. Queda claro que nuestro cerebro se prepara, antes de probar dicho vino, para que tenga un sabor horrible en un vaso de plástico y riquísimo en una bonita copa de cristal. Principalmente, relacionamos una buena apariencia con un producto de gran calidad.
Tras un viaje por Europa, Masaharu Hirose y Masahiko Inami, dos investigadores de la Universidad de Tokio, volvieron a su país dándole vueltas a la idea de que el tamaño y el peso de la copa influían en el sabor de los vinos que habían catado. Decidieron que querían probar si existía o no ese sesgo mental. Para ello llevaron a cabo un experimento con el fin de comprobar si se podía aislar ese mismo efecto modificando el peso de la copa sin cambiar su apariencia.
Ambos se inventaron un aparato electrónico alargado con un asa que se parece a un cepillo de dientes eléctrico. En la parte superior una abrazadera sujeta el vaso que se cambia tras cada cata. La parte baja es un mango que incluye en su interior una serie de pesos móviles que se activan a través de unos cables, de modo que modifican el peso que percibe la persona que va a degustar la bebida. Al levantar el aparato y llevar el vaso hacia la boca se mueve el centro de gravedad. Según se acerca, se siente más pesado y cuando se aleja, se percibe más ligero.
En junio pasado, los investigadores solicitaron a 20 voluntarios que utilizaran este aparato electrónico para probar un vino de modo que pudieran grabar las reacciones de cada uno de ellos. Algunos aseguraron que el sabor del líquido era más intenso cuando el recipiente pesaba más e incluso que sabía mejor, a pesar de tratarse siempre del mismo vino. De esta forma demostraron que efectivamente existe ese sesgo que condiciona el sabor que percibimos según el peso del recipiente.