La vida fluye de nuevo. En marzo de 2020 se paró el reloj del ocio. La covid empieza a dar un respiro y reabren los bares, los restaurantes, las coctelerías, tabernas, baches y demás tugurios del buen vivir de esos que nos hacen felices. Recuperamos tono vital. O recuperemos sensaciones, como dicen ahora los futbolistas. La vida empieza a parecerse a la vida, aunque, para qué negarlo, aún vamos con una mano atada a la espalda, sin fiarnos ni confiarnos demasiado de esta tregua que no es tregua sino derrota parcial merced a las vacunas. Pero el día a día va dejando de parecer un mascarillódromo.
Ahora que se puede viajar reivindiquemos el derecho a la alegría e incluso del derecho a roce. Al roce en la barra, entiéndase bien. Al frufrú de los impermeables rozándose cuando entras en el bar en plena lluvia y otro parroquianos andan ya acomodándose en ese espacio finito pero que parece infinito y que hemos llamado barra. Nunca hasta ahora nos habíamos fijado en su aforo máximo porque cabía todo el mundo. La barra tiene una carga semántica y otra emocional. Según se entienda es solo la zona que delimita la atención al público de pie o bien es un hábitat vital en el que compartir la vida.
Pues lo dicho, ahora que se puede viajar y los bares y restaurantes amplían horario y aforo, haga lo que lleva casi dos años queriendo hacer. Aquí le proponemos veinte (+1) pistas de una singular vuelta a la Galia versión España. Haga su propia lista. Aquí va una con veinte ideas, veinte momentos especiales, veinte formas intensas y sin demasiadas complicaciones para recuperar el tiempo perdido. Son bocaditos de vida. Veinte caprichos para este desperezarse con delicadeza. Y con muchas ganas.
Uno de los platos más delicados que puede comerse hoy en España. El pichón bravío de Tierra de Campos (Zamora) que cocina Luis en Casa Lera, como antes su padre, Cecilio, a la sazón sempiterno alcalde de Castroverde de Campos, es pura gloria. Adentrarse en aquella comarca de páramos yermos, donde la vieja Castilla se gana su nombre, es como viajar a una luna con palomares. Merece la pena dedicar un día del otoño a esta experiencia única. (Castroverde de Campos, Zamora)
Si usted vive -pongamos por caso- en Madrid, lo tiene fácil: coja el Ave, se va a Málaga, se coloca estratégicamente en la barra de La cosmopolita, pide su ensaladilla -échela a pelear con la que quiera-, se pide una copa de fino Caberrubia para acompañar. Paga la cuenta y se vuelve en el siguiente Ave a Madrid.
Corra a Angelita porque si quedan son ya los últimos. Tomate corazón de buey de Zamora. Aceite y sal. Puro espectáculo. Un tomate carnoso, rojo profundo, dulce y ácido. Con una copa de manzanilla de la bota 101 de Equipo Navazos (Madrid).
Mesón de Pablo es el alfa y omega de unos callos perfectos. Melosos, con la textura perfecta y el picante justo, sabrosos y adictivos. Premiados como los mejores de España y venerados por la afición. Bien merecen el paseo, aunque ya saben que lo que Natura non da, Salamanca non presta. O sea, vayan aprendidos pero con hambre. (Salamanca)
A Casa do peixe. Frente al mar, en Muxía, Costa da norte. Manuel Antelo, que además de hostelero es percebeiro, le sirve unos percebes en su olla que le permitirán beberse el mar. Si tiene palometa roja, pídala. De nada. Enfrente, el mar bravío, la luz blanca y, probablemente, el cielo cargado de grises y negros. (Muxía, A Coruña)
La importancia de la sencillez. En este ultramarinos con barra que fue provisionista de buques son catedráticos en atender a su público. Compartir sobre un barril en la calle un papelón de queso Romero en aceite, de Ocaña, unas anchoas Revilla y media de manzanilla La pastora, en el corazón del Cádiz antiguo, con la sirena de los barcos tronando y el carillón el ayuntamiento dando la hora no tiene precio. Bernardo le hará sentir en casa aún estando en plena calle, que es otra forma de tener refugio.
Cateca, esa pequeña taberna en el corazón del Sevilla, en un lateral de la calle Sierpes, le espera. Magníficos vinos de Jerez. Charla y copas en la calle. Un lujo sencillo. Cita obligada para un disfrute. Recupere sensaciones. Y en Sevilla, que de momento es gratis pasearla. (Sevilla)
El silencio. Badajoz. Un sitio apacible en una plazoleta que hace de parteaguas de dos calles. Un sitio ideal para tomarse uno de los ricos vinos extremeños que copan su carta. Un rincón especial, recoleto y muy agradable para compartir también una copa y hablar con voz queda, sin molestar a nadie. (Badajoz)
Taberna la sartén en Gijón. Local agradable. Culín de sidra (uno tras otro) y erizos cuando es temporada. Tienen un pastel de centollo extraordinario. Una mañana estupenda en una ciudad que invita a volver. (Gijón)
En A Coruña, en una ronda de bloques de pisos de los sesenta, alejado de las rutas comerciales, hay un sitio que se llama Cancelo que es una oda a la cocina gallega de toda la vida. O sea, al producto. Me lo descubrió un sabio llamado Ángel Gómez Hervada. En su honor, vuelvo cada vez que piso su ciudad. Es un local por el que usted pasaría cien veces por la puerta y no entraría. Decoración clásica con fotos en blanco y negro, suelo de terrazo y manteles blancos, impolutos y almidonados, eso sí. Vaya. Y no se deje atrás ni la tortilla de patatas con chorizo ni la centolla. Y ya. (A Coruña)
Montal es de esos sitios diferentes, con un siglo a las espaldas y varias generaciones familiares al frente. Un esquinazo de madera santo y seña del buen gusto. Un ultramarinos espacioso con productos de primera división. Y varios rincones para comer. Si va con prisa, deténgase unos minutos en la zona de La despensa. Con unas alcachofitas y unos ibéricos ya puede seguir el camino sonrisa en boca. (Zaragoza)
Caña y mejillones. Caña y unas gambas. Otra caña. A vivir: el sabor de esa barra, los apretones y el codo del camarero sobrevolando con pericia y sin rozar la reunión de amigos es la experiencia de A.C. (Antes del Covid) que más echamos de menos. El doble, Calle Ponzano esquina Río Rosas, que hay dos. Plena ruta de navegación de cañas. (Madrid)
En Passatge de Mercader 3, entre la rambla de Cataluña y la calle Balmes, hay un oasis que no suele aparecer en el listado de coctelerías trendy. Afortunadamente. Es el Belvedere. El edificio fue una casa particular de dos plantas y conserva un pequeño jardín elegante y coqueto con unas pocas mesas. Coctelería sin ínfulas, clásica en el sentido de que lo clásico es lo que no se puede hacer mejor Y encima se come más que bien, incluido un rabo de buey estofado de aúpa. (Barcelona)
Nou Manolín luce una de las barras más monumentales que pueda encontrar por más vueltas que le dé al mundo. Ensaladilla y calamarcitos de Denia encebollados. Si la cartera le da de sí, añada unas gambas rojas. Puro éxtasis. Para quedarse a vivir allí. (Alicante)
No se necesitan muchos argumentos para ir a Córdoba, pero el Recomiendo de Periko Ortega es uno más y muy contundente. Ataque su menú Perikadas. Hay muchas opciones. Quédense con dos ideas: la yema de huevo, panceta ibérica y sopa de patata ahumada o el tiradito de vaca sobre salsa de callos y ventresca de anchoa. Y a gastar suela de zapatillas por la ciudad de los califas. (Córdoba)
Bilbao espera. Tremenda ciudad que lo tiene casi todo. Tómese en la Taberna Basaras la Gilda, la tortilla con alegría riojana (esa guindilla roja picante) y las croquetas de bacalao y después vaya a la pastelería de Martina de Zuricalday a por su pastel de arroz. Y andando pa Santurce. (Bilbao)
Si quiere un balcón privilegiado sobre uno de los pueblos más bonitos del mundo vaya a La judería en Vejer de la frontera (Cádiz). Como engastada en medio del caserío y con los balcones abiertos al perfil recortado y los muros blancos de cal de este pueblo-atalaya irrumpe la taberna. Mario de la Juana, el dueño de la casa, le atenderá con esa familiaridad pródiga en el sur y con un manejo extraordinario de los vinos tranquilos andaluces. Para comer, por ejemplo: pastela de pollo con manzana caramelizada y almendras tostadas o el atún encebollado. Ya están tardando, pero dejen hueco. (Vejer de la frontera, Cádiz)
Mire que hay para elegir en Donosti, donde se da la mayor concentración de talento culinario de nuestro país, con restaurantes de interés global. Es de las ciudades donde comer mal es de torpes. Pero como estamos celebrando la idea del roce en los bares como expresión corpórea de la vuelta a la vida, iremos solo al Ganbara, en la calle San Jerónimo, en la parte vieja. Hongos con yema de huevo. Y a pasear por la Concha, que aun tampoco cobran, aunque deberían. (San Sebastián)
En Es moli de sal, un restaurante tipo chiringuito bien arreglado sobre el mar, en Formentera, pasa la vida sin enterarse. Se asoma al balcón, contempla el turquesa y fin de la película. Pero encima se come unos huevos rotos con sobrasada que son imperiales y un arroz o incluso una caldereta de langosta con buenos amigos y sanseacabó. Formentera y cierra España. (Formentera)
Ya iba siendo hora. En El Escorial, El charolés te coloca ante la disyuntiva de si vas a poder con todo o no. Al final puedes. Porque no es un tema de cantidad sino de calidad. Es el tiempo del cocido. Y este es de los importantes. Vayan y cojan sitio. (El Escorial, Madrid)
El cangrejero. Esta antigua marisquería (de cangrejos y camarones) en la calle Amaniel es donde puede tomarse una de las cañas mejor tiradas de la capital. No se sabe si es leyenda pero se cuenta que tiene un serpentín largo como un oleoducto enfriado con hielo que saca una cerveza gloriosa. Ofrece un buen laterío y unas cortezas de jamón ricas, ricas. Ángel Peinado, sobrio, adusto, como de cera, viste chaqueta blanca clásica, que hace juego con un local anclado en los sesenta tardíos. No espere más, ni menos. (Madrid)