Consejo de sabios: qué tres vinos llevar a una isla desierta
Carmen Posadas, Manuel Villanueva, Marta Robles y Custodio Zamarra nos confiesan sus vinos favoritos
Una bodega con vinos Vega Sicilia, Pingus, Romanée Contí, y champagnes como Dom Pérignon, Roederer Cristal o Ruinar Rosé, para arruinar a cualquiera que no sea un potentado, es la que formarían en la isla Custodio Zamarra, por muchos considerado el mejor sumiller de España, y las escritoras Carmen posadas y Marta Robles, expertas en describir y gozar la esencia y la belleza de la vida. Manuel Villanueva, Director General de Contenidos de Mediaset, irreductible amante del vino, se llevaría lo que él llama vinos de afectos, Lázaro del 2005, Solideo 2011, y Cirsión 2010.
Marta Robles, amar la vida
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Marta Robles (periodista y escritora) me recibe con esa inmensa sonrisa que siempre ofrece, llena de inteligencia y sensibilidad. Quedamos en un hotel de luces destellantes y belleza sin medida, en el centro de Madrid. Me dice que "amar el vino es amar la vida, celebrarla, favorecer el encuentro de la amistad". Una música de Chopin al fondo envuelve sus palabras, y uno siente que es fácil en esta dulce mañana entender la felicidad.
Amar el vino es amar la vida
"Me llevaría un Quercus, color rubí, sabor inolvidable, textura sedosa". Lo conoció en la Feria Nacional del Vino, feria de la que es embajadora, y desde el primer momento quedó cautiva de la suavidad y fuerza de este vino que expresa sobre todo el sabor de la elegancia. Desde entonces se aficionó al Quercus y ya jamás falta en su casa.
También se llevaría unas botellas de Martín Codax. "Me encanta este vino amarillo verdoso, cítrico, alegre, fácil, con aromas de flores y 100 por 100 Albariño". Marta fue la primera Dama del Albariño no gallega y mientras sonríe orgullosa por el privilegio, y la mañana reluce inmensa, suena la cadencia melancólica, dulcísima, de la Balada Nº1 de Chopin en Sol Menor. La belleza del hotel, la música y la conversación encuentran un equilibrado maridaje de vida.
Por último, se llevaría un champagne francés, el Ruinart Rosé. "Me parece puro oro rosa, con sutiles toques de frutas exóticas, un punto de menta y burbuja fina, lo he disfrutado en alguna de las celebraciones más importantes de mi vida". Lo descubrió en las propias cavas francesas, en Reims, adonde fue a conocer cómo se hacía.
Carmen Posadas, el poder del vino blanco
Suena el teléfono. Es la voz dulce, con un acento sureño diluido en una dicción casi castellana, de la escritora Carmen Posadas. Es un sábado por la tarde de otoño ya frío. Mientras hablo con ella observo a los árboles desnudándose en el parque, mostrando en sus últimas hojas un amarillo rojizo que parece salido de un cuadro impresionista.
"Me encanta el gin tonic, el pisco sour, los daikiris" -me dice con voz melancólica y vibrante-, "pero como no es cuestión de emular a Hemingway (al menos en su amor por los combinados) descubrí el vino". Le gusta más el blanco, como a mí, pero eso no significa que sea ningún tipo de elección excluyente, solo es el deseo de sentir ese viento de aromas frescos de algunos blancos insuperables en juventud y sinceridad. Se llevaría a la isla desierta un buen cúmulo de botellas de Dom Pérignon, ese champán que envuelve el paladar y lo atrapa con su sensibilidad y finura vinílica. También llevaría Roederer Cristal.
Me cuenta una leyenda sobre este champán. "Desde que mataron al zar de Rusia con una bomba escondida en el fondo cóncavo de una botella de champagne, su hijo exigió que su champagne favorito (el Cristal) viniese embotellado en una botella con el fondo plano".
Soy más de vino blanco
Hace frío afuera y me imagino el cristal transparente de ese gran champán enfriándose en el balcón, con el aire que ya busca el umbral del invierno. También se llevaría, como tercera elección, el Enate blanco. El elaborado con la uva Gerwürztraminer, esa uva dulce que jamás empalaga, esa uva que contiene el frescor de los bosques y los ríos de centro Europa.
Manuel Villanueva, la amistad
Paseo con Manuel Villanueva (director general de contenidos de Mediaset) por una viña del centro seco, y mientras andamos el sol hace brillar las pocas hojas verdes que quedan en las cepas. El otoño hace su labor pictórica y una abundancia de matices amarillos, dorados, rojizos y verdes se despliegan por la llanura. Las viñas están bellas a pesar de que ya se ha exprimido su fertilidad.
Hablamos de esos vinos que Manuel se llevaría a la isla, él dice Finisterre. "Me cuesta que sean solo tres", me dice mientras mira a la tierra caliza que pisa, y eleva luego los ojos al horizonte lleno de olivos. Él entiende el vino relacionado con los afectos, y como buen amante del vino en su agenda brillan con luz propia muchos bodegueros.
Pero ha de elegir, y devorando la memoria, me habla de su gran amistad con Rodri Méndez (Forxas do Salnés). Por eso se llevaría un Finca Genoveva, María Luisa Lázaro del 2005 (D.O Rías Baixas). "Es un vino inigualable", me comenta observando las espalderas en la llanura, centinelas del sabor de la tierra.
"En Dehesa de los Canónigos se ensambla la suerte encadenada del afecto. Los Sanz/Cid son una extensión de mi familia y aman el vino sobre todas las cosas", comenta mientras el viento fresco apacigua el picor que el sol de mediodía produce en nuestras cabezas. Se llevaría acompañando al albariño un Solideo 2011. Elegancia y personalidad. Sedoso y amable. "Estos amigos que hacen vinos envidiables, son la exportación de la ternura", me dice mientras vemos en nuestro camino, a lo lejos, el primer perfil de la bodega.
Mejor con buena compañía
El tercer vino que llevaría es un Cirsión 2010. "Si la Rioja tuviera un dios, se llamaría Agustín Santolaya". Cirsión es un espléndido vino para acompañar las puestas de sol de la isla o finisterre. Pura armonía. Antes de que termine nuestro paseo, y entremos en la bodega, le digo que en cada uno de los vinos, además de ser excelentes, hay una razón personal para ser los elegidos. "Cierto", me comenta, "no puedo concebir el vino sin la buena compañía, sin la amistad". Ya en el umbral de la bodega, citando a San Juan de la Cruz, me dice: "Amistad para convertir la soledad en sonora".
Custodio Zamarra, el gran sumiller
En Madrid ya se percibe el aliento de las luces de Navidad, ya hay colas en algunas administraciones de lotería céntricas, y los grandes almacenes ponen sus murales destellantes para asombrar a los ojos de los niños. Quedo con uno de los mejores amigos que tengo en el mundo del vino, el gran sumiller Custodio Zamarra. El mejor, para muchos. Nos vemos en un mesón de la Castellana, cerca del restaurante Zalacaín, donde ha desarrollado la mayor parte de su vida laboral. Ahora está jubilado, aunque trabaja más que nunca ayudando a unos y otros. Su prestigio es tan enorme que todos quieren contar con él. Custodio ha realizado una de las mejores definiciones del vino que conozco: "El vino es pasión, poesía, amistad, cultura y placer".
El vino es pasión
Custodio es un hombre de porte inglés, de ceño meditabundo y mirada inteligente. En el trato es la amabilidad personificada. En las formas la esencia de la diplomacia. "Manuel, me llevaría a esa isla un Vega Sicilia, un vino que es nuestra bandera en el mundo", me dice con un gesto sutil de nostalgia en el rostro. La última botella que descorchó en Zalacaín fue un Vega Sicilia del año 82. Se jubiló en 2013, y abrió un vino del 82. Quiso decir adiós con uno de los vinos que más ha amado en estas décadas de sumillería.
"También el Pingus, de Peter Sissez, un gran amigo", me dice. Se lo ofrecía directamente, sin pasar por el distribuidor. Me cuenta la hermosa anécdota de dos mujeres que salvaron la vida, gracias a dos médicos, en el accidente de un crucero. Se fueron a celebrarlo con el Pingus, a Zalacaín. Costaba 700 euros la botella, pero en determinadas circunstancias no se puede confundir valor y precio. "A veces el dinero es lo menos importante en la vida, es necesario, pero es lo menos importante en la vida", me dice antes de beber un tinto oscuro y alegre con ese porte que usaba en el restaurante.
Como tercer vino se llevaría Romanée-Conti, un vino mítico que forma parte de la historia de Francia. Es un vino muy caro. Algunas cosechas costaban 250.000 pesetas la botella, y recuerda Custodio que en un tiempo de crisis en el restaurante la venta de esas botellas ayudó a salir adelante. Vendió una del año 61. "Es algo grandioso, hay pocos mortales que hayan tenido en la vida la oportunidad de tomarlo", y noche a noche el restaurante iba recobrando la salud.
"Custodio Zamarra, el mejor sumiller de España", así me lo presentó un bodeguero un día. Y desde entonces nos hicimos amigos para siempre. El vino, en su justa medida, no lo olviden, es el mejor elixir para la amistad que existe.
*Manuel Juliá es escritor y amante del vino y director de Fenavin, Feria Nacional del Vino