El naming es una realidad en los productos de consumo. Diferenciarse, lo llaman. Atacar con mucho arte las sinapsis del consumidor con reclamos, dádivas y cebos tipográficos para que así se fije en el producto, lo saque de la estantería y le eche un ojo, sin importar si es de buena calidad o emana kilotones de radiactividad.
Los genios del marketing exprimen bastante a menudo el lenguaje y los sintagmas, y dan vueltas como una peonza tratando de bautizar sus productos acorde con los tiempos, y en el terreno de las bodegas, las cepas, las vinas y los nombres del vino, encontramos algunos chanantes, poéticos, enamorados, rocosos. Palabrería mágica.
Bienvenido al mundo de los vinos con los nombres más curiosos. Nos dejamos muchos, claro, en esta biblioteca de Alejandría: ‘Cleavage creek’ (profundo escote), ‘Old fart´s wife’ (pedo de esposa), ‘Corazón loco’, ‘De puta madre’, 'La bruja Avería', ‘Palomo cojo’, ‘La mujer cañón’, 'El gordo del circo' o ‘El hombre bala’.
‘Envidia cochina’: un albariño para servir bien frío con un color amarillo pollo y tonos de verde clásico que suena ‘envidiable’, sin duda.
‘Malafollá’: tempranillo cabreado de la bodega 4 Vientos, muy rico, rojo sangre, que suena a la cuna de la expresión: Granada. A decir de su creador, ése fue el principal motivo para llamarlo así.
‘Fai un sol del carallo’: ribeiro gallego y sacro, por supuestísimo, que ironiza sobre la perenne lluvia de la tierriña.
‘Fat Bastard’ (Gordo bastardo): un chardonnay de 2003, mundialmente famoso, con un hipopótamo dorado en la etiqueta.
‘Gran cerdo’: DO Rioja de las bodegas The Wine Love. Lo más curioso de este vino es que su creador se lo dedica a los directivos de banca que le denegaron los préstamos para poder fabricarlo. La etiqueta ya es un prodigio del storytelling. Allí puede leerse este sugerente comienzo: ‘Corpulentos, sudorosos y trajeados personajes…’
‘Bitch’: han tenido que tirar de la profesión más antigua del mundo y una expresión slang y coloquial en el habla inglesa.
‘Follador’: este es un prosecco italiano. El nombre no es un reclamo para desvestirlo sino el apellido de la familia propietaria de la bodega que lo fabrica.
‘Lujuria’, ‘Envidia’, ‘Pereza’ y ‘Soberbia’: todos de la bodega riojana 7 Pecados, con un diseño y un packaging aterciopelado e invitante muy pintón. En cuanto a la calidad de sus pecados vinícolas, más que aceptable.
‘Tetas de la sacristana’: Dios nos libre de visualizar en HD las ubres ficticias de la implacable sacristana que nos vende este caldo del pensamiento prohibido, con uvas seleccionadas de Tempranillo, Cavervet Sauvignon y Merlot. Un tinto bastante más templado que su naming agresivo: solo hay que mirar la seriedad de la botella.
En el terreno de la inventiva del vino y el reino animal encontramos algunos bastante bien avenidos, rumiantes y hasta poéticos. Dan ganas de sentarse en el sofá a acariciar el cuello de la botella, igual que se hace con nuestro gato cuando se pone mimosón.
‘Qué bonito cacareaba’: el creador del vino tuvo que cambiar el nombre original, ‘Contador de gallo canta’, cuando recibió una amenaza de demanda de una bodega americana llamada Bodegas Galo. Y así surgió este título tan eufónico, con su pensamiento análogo: cuando el gallo no puede cantar, tiene que cacarear. Hermosuras y milagros del re-branding.
‘Ojo de liebre’, ‘Cojón de gato’ y ‘Teta de vaca’: el primero por sonar vidente; el segundo antitético, por el tamaño imaginario de la gónada del minino; el tercero por un mugido implacable y sonoro. Los tres provienen de la misma bodega (DO Somontano). Tienen también el ‘Ola ke ase’ otro caldo con un nombre adaptado a las nuevas generaciones de memes y filtros de Instagram. Todas son nombres de uvas, por extraño que parezca.
‘El marciano’: si miras la portada verás a un viticultor advirtiendo a dos aliens con cabeza de berenjena para que dejen de trabajar la viña. Este caldo viene de la Sierra de Gredos y se crea a 1200 m de altitud, pero lo más interesante es que la zona ha sido durante años pasto de leyendas y avistamientos de ovnis y platillos volantes. De ahí que su creador, Alfredo Maestro, haya querido congraciarse con las habladurías locales.
‘Gallinas y focas’: tenemos aquí un vino solidario, hijo de la fundación Amadip Spent, que ayuda a personas con discapacidad intelectual, y la bodega 4 Kilos. Los creadores del vino, personas a las que ayuda la fundación, dicen que le dieron ese nombre porque focas dan aplausos y las gallinas son divertidas. Los dibujos con rotulador y lápiz que aparecen en la portada son suyos.