A diferencia de otras ocupaciones domésticas como pueden ser cocinar (atención foodies) o incluso recoger (atención devotos de Marie Kondo o del Feng Shui) , lavar la ropa nunca será glamuroso. Y sin embargo, es parte indispensable de nuestra actividad semanal, incluso diaria, si consideramos que en las sociedades occidentales contemporáneas estamos acostumbrados a llenar el cesto de ropa 'sucia' después de un solo uso. Es lo normal. Pero ¿lo es?
Aunque no lo creas, la lavadora lleva entre nosotros poco más de medio siglo. Desde la edad media, la gente lavaba su ropa en el río, limpiándola entre piedras y ceniza y luego con una tabla y jabón. Como esto contaminaba la misma fuente de agua de la que se bebía, se producían una serie de enfermedades, por lo que se empezaron a crear espacios especiales para lavar (son famosas las estampas de la lavanderas a orillas del Manzanares en Madrid, por ejemplo), aunque el jabón en el agua del río seguía siendo un problema.
Con la generalización de las redes de alcantarillado y desagüe a principios del s. XX, y la posterior llegada de las lavadoras en la década de los 60, al parecer se dejan de contaminar los ríos, pero lo que ocurre en realidad es un espejismo de la modernidad: lo que se hace es alejar la contaminación de los hogares, pero no eliminarla.
Y es esta conciencia de la contaminación que producen los detergentes y (y los envases de plástico que los contienen) la razón por la que haya una movimiento global de personas que abogan por limpiar menos para ensuciar menos. Paradójico ¿eh?
Según reportaje de The Guardian, la tendencia empezó hace unas décadas con la disminución de la frecuencia en el lavado del pelo. Mejor dicho, la reducción del uso del champú. Se apunta, pues, a disminuir el consumo de detergentes, en general. Como resultado, hay, aseguran, gente que ahora puede pasar seis meses sin lavar su ropa. O gente que declara no lavar sus vaqueros nunca (nunca) a menos que haya ocurrido algún desastre mayor. O gente que afirma, con normalidad, usar la misma ropa interior durante una semana. O más.
“Para mí, los impulsores fueron el aumento de los costos de energía, el efecto sobre el medio ambiente y la incapacidad de secar la ropa fácilmente en el interior. Se me ocurrió que no necesitaba lavar la ropa con tanta frecuencia. La mayoría de la ropa realmente solo necesitaba una ventilación”, dice Jenny, una de las encuestadas.
Como muchas otras actividades diarias, el lavado de ropa cambió mucho durante la pandemia. Simple: no había necesidad e cambiarse. Para las familias con hijos, además, el grado de estrés que suponía el sostenimiento de la salud mental de la tribu (esto es, entretener a los chavales), el tema de hacer la colada pasó a hacer, casi, una actividad secundaria.
Esto potenció el uso de 'la silla' como un limbo para la ropa que está usada, pero que no está sucia. Y hay personas que incluso tienen espacios o cajones destinados a este estadio de las prendas.
Pasada la pandemia, la estandarización del teletrabajo también juega a favor de quienes abogan por lavar menos. Teletrabajar disminuye casi en 50% las prendas que usamos. En las videollamadas la gente solo nos ven la cara y en muchas ocasiones ni siquiera nos molestamos en poner la cámara, sobre todo cuando se trata de reuniones múltiples. Teletrabajar en pijamas es un clásico y, hay que admitirlo, podemos usarlas durante varios días seguidos.
El movimiento por 'lavar menos', además de esgrimir el argumento (inapelable) de la contaminación, tiene otras teorías interesantes, como la del olor: estamos acostumbrados no a eliminar los olores corporales (que son naturales y deberíamos asumirlos) sino a reemplazarlos por olores artificiales que consideramos limpios, cuando de hecho son anti naturales. Las personas no olemos a jazmín o a coco. Y no nos hace falta.
También ofrecen alternativas, como el lavado al aire: es decir, la ventilación de las prendas para eliminar olores. El lavado sin detergentes, o con detergentes ecológicos. No usar prendas de fibras sintéticas (cuya fabricación también contamina más) ya que estas atrapan más los olores corporales. Poseer menos ropa (que dure más y puedas cepillar o sacudir) y ventilarla.
¿Suena hippy? Tal vez hay un hippy dentro de tí.