Los ojos de cordero degollado de un personal shopper te miran desde el fondo de la tienda, mientras tú tratas de decidir cómo te queda mejor esa camisa de hombre con un estampado rabioso de palmeras que acabas de comprarte.
Bien: ¿por dentro o por fuera? También tengo que comprarme una de vestir para la boda de mi primo José Luis. ¿Y entonces? ¿La escojo muy holgada para ir cómodo, o estoy adentrándome en la aberración estética? ¿Me remango las mangas hasta el antebrazo o las dejo así? ¿Y qué pantalón le va bien? ¿Pinza? ¿Pitillo? ¿Código morse?
Te contamos algunas cosas que debes de tener en cuenta con tus camisas para ser un hombre a la moda:
Este debate es viejo, en la antigua Mesopotamia ya los muchachos en edad de procrear solían decidirse por… nada, nada, tampoco tan viejo, descuida, pero este debate está cada día muy presente en nuestra morosa combinatoria textil, fuente generosa de preocupaciones.
En ese sota-caballo-rey del buen vestir sin complicarse la vida (unos pantalones con la talla adecuada y el tiro bien cogido para que los extremos no se parezcan a un saco de patatas) muy a menudo nos asalta la misma duda con la forma de llevar la camisa. No es para menos: hay veces que vamos pintones como uno de esos modelos que saca The Sartorialist en plena calle y la camisa nos queda genial, y otras que más bien da la impresión de que acabamos de salir de un gulag ruso, contrahechos y e incómodos.
Muy habitual en el que tiene el ojo textil poco desarrollado comprarse una camisa que no es de su talla y llevarla por fuera como si fuera la túnica del rey Arturo: demasiado larga, y por lo tanto, muy mal escogida para su complexión. Crimen de guerra. Mejor que te echen del restaurante.
Consideremos primero los tres tipos básicos de camisa de botones para encontrar la fórmula: camisa casual, de vestir y, por último, una criatura inclasificable a medio camino entre una y otra.
Las casuales se reconocen por la calidad de los materiales y los estampados, y el cuello más estrecho. Son más cortas que las camisas de vestir. Combinan con la ropa informal de sport y son un básico del día a día en cualquier estación. El mensaje es claro: este estampado de guacamayos dice que estoy relajado y disfrutando de la vida en un resort, en mi cabeza ahora mismo navego en un yate rodeado de delfines. Nunca nos las pondríamos con una corbata.
Por su carácter más desenfadado, y siempre dependiendo de nuestra complexión, una camisa de sport o una casual puede aceptar la libertad y llevarse tanto por fuera del pantalón como por dentro.
Hay un mensaje muy distinto en una típica camisa de vestir. Más estructura y longitud, y ballenas (ese pequeño plástico que va debajo del cuello) para mantenerlas perfectas y estiradas. Los cuellos anchos de las camisas de vestir se desviven por las corbatas. Son casi 9 centímetros más largas que una casual.
Jamás lleves una camisa de vestir por fuera del pantalón, por tu vida, la de tus hijos y la de tu asesor fiscal (ese señor que siempre lleva la camisa bien para anunciarte que te toca pagar en la declaración de la renta). Solo es permisible llevarla así en los últimos compases una boda, con todo el personal gateando debajo de las mesas después del sexto gin tonic.
La camisa híbrida, a medio camino entre las dos anteriores, ‘arreglao pero informal’, es aquella camisa con un cuello típico ancho de la de vestir pero una longitud más casual (aunque la camisa casual es todavía más corta). Puede llevarse con o sin corbata. De poder elegir, mejor sin corbata, so pena de que tu personal shopper te pegue con una regla o te diga que friegues el parqué hasta que aprendas la lección.
Para ponernos por fuera la camisa intermedia, la Harry Potter, a medio camino entre lo mago y lo muggle, debería pasar una prueba: vista de frente, no debe cubrir la bragueta totalmente, y vista desde atrás tiene que dejar ver los bolsillos del pantalón que hayamos elegido. Si cumple esas condiciones entonces podemos llevarla por fuera con el orgullo de haber desentrañado la mística de este problema, por dentro o por fuera, hombre capaz de conducirse por la vida o carne de presidio, como esos incautos que compran pantalones cortos de cuadros para el verano o se atreven a salir por el centro con una camiseta de tirantes.