Ni cruzar las piernas ni llevarse las manos al bolsillo: las normas más estrictas del parlamento inglés y español
Los últimos episodios de algunos políticos en Westminster delatan una institución con rituales atávicos que contrastan con su desenfreno. ¿España es diferente?
Cada uno de los parlamentarios británicos dispone de una percha con su nombre y una cinta morada destinada a la espada. No es la única costumbre ancestral
En España, José Bono perdió la batalla de la corbata, pero la llegada de las rastas al Congreso no dejó de ser llamativa
No habrá en este momento Parlamento más animado en el mundo que el británico, en el Palacio de Westminster, con sus cruces de acusaciones a cuenta del partygate -fiestas que celebraron algunos de sus políticos durante la pandemia-, o los recientes casos de misoginia o consumo de pornografía. El último lo protagonizó el diputado conservador Neil Parish, acusado de mirar imágenes sexuales en su móvil mientras participaba en las sesiones de las Cámaras de los Comunes. Pocos días antes la número dos del Laborismo, Angela Rayner, tuvo que soportar la descabellada acusación de distraer al primer ministro británico cruzando y descruzando las piernas al estilo de Sharon Stone en 'Instinto Básico'. La ocurrencia dio la vuelta al mundo. Después de este episodio, la secretaria de comercio internacional, Anne-Marie Trevelyan, instó a sus colegas masculinos a "mantener las manos en los bolsillos", ya que dijo que todas las mujeres en el parlamento han sido objeto de "manos errantes".
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Usos y costumbres de hace siglos
Lo curioso es que es este lúbrico anecdotario tiene lugar en el Palacio Westminster, un imponente edificio de estilo gótico victoriano que alberga la sede parlamentaria más antigua del mundo y la que más se empeña en mantener usos y costumbres de otros siglos. De ahí el eterno color verde en el mobiliario y telas de la Cámara de los Comunes y el rojo para la Cámara de los Lores. Cada diputado dispone aún de su propia percha con su nombre y una cinta morada destinada a la espada.
La disposición de los bancos está inspirada en una antigua capilla y todo en su interior exuda pompa y tradición. Llama la atención que haya más diputados que escaños, lo que obliga a que algunos de los miembros tengan que permanecer de pie. En este delirio de viejas formalidades, el portavoz es literalmente arrastrado a su puesto por dos parlamentarios siguiendo una costumbre que se remonta a épocas en las que este representante tenía que informar al monarca de lo que sucedía en el Parlamento y, según el contenido del mensaje, podía costarle la cabeza.
Los políticos son rehenes de Buckingham
Desde el momento en que se abre el año legislativo, con el discurso de la reina Isabel -o en su ausencia, el príncipe Carlos-, se entiende que el parlamentario queda como rehén del Palacio de Buckingham durante los siguientes doce meses. La maza de oro es el símbolo de autoridad de la reina. Cualquier debate que se lleve a cabo sin ella será ilegal. En su día Theresa May reconoció que era un lugar muy extraño, que se basa en gran medida en el símbolo y el ritual. Estuvo acertado Winston Churchill cuando dijo aquello de "damos forma a nuestros edificios, luego ellos nos dan forma a nosotros".
Está permitido el abucheo, pero no el aplauso
El Parlamento británico tiene un conjunto de órdenes que permiten controlar todo, desde la votación de las leyes hasta el comportamiento de los parlamentarios, incluido el permiso del portavoz para impedir que alguien pronuncie un discurso aburrido. Ya en el siglo XVII se prohibía fumar. Tampoco se permite lucir condecoraciones, llevar las manos en los bolsillos o aplaudir, aunque sí las críticas y abucheo. Las bancadas de las dos facciones políticas principales se encuentran frente a frente separadas por una distancia equivalente al largo de dos espadas y demarcada por una línea roja para evitar baños de sangre si el debate se acalora. A pesar de las rencillas, los diputados se tratan unos a otros de "muy honorables". Uno de los presidentes de la Cámara de los Comunes más carismáticos que ha tenido el Reino Unido ha sido John Simon Bercow (entre 2009 y 2019), tanto por sus coloridas corbatas como su sentido del humor a la hora de llamar al orden. Son memorables sus frases: "El honorable caballero tiene que aprender el arte de la paciencia", o "Zen, autocontrol, paciencia".
La corbata, "soga colonial" para los maoríes de Nueva Zelanda
El hombre debe llevar camisa y corbata; a la mujer se le aconseja vestido o traje formal. No se permiten lemas en las camisetas, insignias militares o uniformes. Es una norma similar a la de otros países. Estados Unidos, por ejemplo, añade otro matiz: no se puede permanecer en el escaño ni con sombrero ni con abrigo. Nueva Zelanda eximió hace poco más de un año de la obligación de la corbata gracias a la insistencia del diputado maorí Rawiri Waititi. Este abrió la controversia después de su expulsión por presentarse con un atuendo tribal y un collar de piedra verde en lugar de la hasta ese momento obligada corbata, que él describía como "soga colonial".
En España, de la rigidez de Bono a las rastas de Podemos
En España no hay reglas escritas que marquen la vestimenta, pero esta da lugar a continuos dimes y diretes, sobre todo desde la informalidad de la nueva hornada de diputados. En general, siempre se ha vestido de acuerdo con la formalidad y la solemnidad que requiere cada acto. José Bono, durante su presidencia de la Cámara Baja (2008-2011), destacó por su rigidez con la vestimenta y fue sonada su disputa con el entonces ministro Miguel Sebastián, que se presentó sin corbata a una sesión extraordinario del mes de julio. Hoy se imponen unos mínimos, aunque en ellos queda reflejado el modo tan plural de interpretarlos. Como ejemplo, las rastas del exdiputado de Podemos, Alberto Rodríguez. La mayoría viste siguiendo como únicas normas la discreción, la sencillez y la propia personalidad del político.
"No es dormido, estoy durmiendo"
Las costumbres de cualquier parlamento darían para llenar páginas, pero ninguna anécdota será tan desconcertante como la que vivió en nuestro país el Congreso de los Diputados cuando irrumpió el coronel Antonio Tejero, pistola en mano, aquel 23F de 1981. Más jocosa es la que se atribuye a Francisco Silvela siendo presidente del Consejo. Mientras un diputado pronunciaba un aburrido discurso, un ujier se le acercó y murmuró a su oído: "Su señoría está dormido". Él replicó: "No estoy dormido, estoy durmiendo, que no es lo mismo estar bebido que bebiendo".
Hay que decir que nuestro Parlamento también tiene lo suyo en cuanto a ritos y normas. Aquí, en lugar de los honorables británicos, los diputados son señorías, una fórmula de cortesía que se da a personas "de cierta dignidad", como jueces y parlamentarios. Quizás la más exasperante para algunos políticos es la disciplina de voto, una práctica habitual para mantener la coherencia y la unidad en el partido. El debate es recurrente y se aviva cada que un diputado decide romper con su voto la directriz de su formación.
Antes de hablar, hay que pedir la palabra
Hay reglas que están escritas en su protocolo, como la prohibición de hablar sin pedir antes la palabra y sin haberla obtenido de quien presida el Congreso. Los discursos deben pronunciarse de viva voz y el orador puede hacer uso de la palabra desde la tribuna o desde el escaño. Nadie le interrumpirá, excepto el presidente para advertirle que ha agotado el tiempo, llamarle al orden o retirarle la palabra.
El protocolo obliga a los diputados a respetar el orden, la cortesía y la disciplina parlamentaria y a no divulgar las actuaciones que puedan tener excepcionalmente carácter secreto. Cualquier persona que promueva un desorden grave con su conducta o de palabra es expulsada inmediatamente. Los diputados toman asiento según su adscripción política y siempre ocupan el mismo escaño.
Ni chistes sexuales ni gestos obscenos
No se toleran situaciones de discriminación o acoso sexual, laboral ni de ningún otro tipo. Se considera acoso observaciones sugerentes y desagradables, chistes, comentarios sobre la apariencia o condición sexual, gestos obscenos y abusos verbales. Por supuesto, también el contacto físico innecesario, comentarios sexistas o cualquier conducta hostil hacia la conciliación de la vida personal, familiar y profesional. Luego, como dice, el refrán, obras son amores, que no buenas razones.