Cómo un cambio de lámpara de sitio desató una reforma de toda mi casa
El escritor Juan Tallón explica cómo los pequeños cambios en el último minuto traen grandes decisiones en estos tiempos extraños
Iba a ser un cambio de nada, poca cosa, que al final se convirtió en muchos cambios. Es la historia de casi todas las vidas. Cuando te das cuenta de que a menudo un pequeño cambio no se conforma con ser eso, modesto y solitario, es tarde y ya solo puedes hacerte a un lado para que no te pase por encima una tromba de vicisitudes. Esta semana, yo salí vivo de milagro a un terremoto tan mísero como quitar una lámpara de pie de una esquina y ponerla en otra. Estaba aburrido de verla en el mismo lugar, siempre apagada, y simplemente la agarré y le dije "Fuera de aquí". Es como si por naturaleza necesitásemos hacer mudanzas, y cuando no es posible, a lo mejor porque ya hicimos una hace poco, o porque ahora mismo no tenemos a dónde mudarnos, nos conformamos con leves variaciones en la decoración.
El latido del cambio
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Quizá también lata en nosotros un deseo de cambiar de vida de vez en cuando, hartos de llevar la de siempre. Los hábitos demasiado interiorizados conducen a cierto adormecimiento, y tal vez también a la melancolía. Resulta de lo más comprensible que algunos días aspiremos a escapar de ese círculo que nos lleva y nos trae por el mismo camino todo el tiempo. Se puede cambiar de vida de muchas formas. Puedes dejar tu trabajo por otro mejor, irte a otra ciudad, incluso a otro país, construir un nuevo círculo de amigos, hacerte entender en otro idioma, cambiar de pareja, cambiar la forma de vestir, vender el coche, cambiar el número de teléfono. No siempre consigues derrochar tanta ambición, naturalmente, y entonces cambias una lámpara de esquina, como hice yo, o mueves el sofá a la pared de enfrente, o te pasas a otro champú.
Pero a veces no se puede cambiar solo una lámpara de esquina. Algunos hechos conducen a otros nuevos, en lugar de consumirse en sí mismos. En mi caso moví la lámpara, y después una butaca, y a continuación un cuadro, y como mi pareja empieza a teletrabajar una semana sí y otra no, pensé en voz alta por qué no nos llevábamos mi estudio al salón, que es bastante más grande, y convertíamos este en un estudio doble, y el viejo pasaba a hacer las veces de sala de estar. Entonces se desató una espiral de cambios: mesas, estanterías, alfombras, miles de libros, cuadros, lámparas de techo, discos, cajas… todo se movió de sitio. Con el movimiento, algunas cosas acabaron en la basura, y en el colmo, otras tuvimos que comprarlas, como el nuevo sofá. Todo sin esperarlo, a lo largo de tres días infernales, sin salir de casa.
Cuando solo hay lugar para los pequeños cambios
Muchas viviendas están cambiando repentinamente, porque ahora también hay que trabajar en ellas. En cierto sentido, el mundo se hace más y más pequeño, así que esa falta de espacio hay que compensarla en el interior de las casas. Fuimos ya empujados a pensar que quizás los grandes cambios, en cierto modo las otras vidas que íbamos a vivir, las aspiraciones personales, se agazapan sobre el ejercicio constante de los cambios pequeños, con la esperanza de que generen efectos ópticos. La vida domesticó temporalmente nuestras pretensiones. Solo hay lugar para pequeños cambios. Quién sabe si podrá algún día volver a ser cierto aquello que decía Grace Paley en uno de sus relatos, cuando se refiere a la gente joven y a su falta de miedo cuando se ciernen sobre ella terribles problemas, como, por ejemplo, el final definitivo del mundo por detonación. "Los chicos son aún, ahora incluso, optimistas, simpáticos, valientes", dice. "De hecho, esperan cambios enormes en el último minuto".