La psicóloga y periodista Irene Villa ha anunciado que próximamente contraerá matrimonio con el deportista David Serrato. Villa, madre de tres hijos de un matrimonio anterior, también ha explicado que se casa porque le gusta "celebrarlo todo", pero que, de hecho, no vivirán juntos. Para ella, no es nada malo: "Los reencuentros son alucinantes", afirmaba en Divinity.
En la misma web, la estilista Cristina Rodríguez confirma que no convive con su marido, pese a estar casados desde 2021. Ella lo hace en el centro de Madrid y él, a las afueras de la capital, aunque también vive en Baleares por motivos profesionales.
En España, en 2022 (últimos datos disponibles) se celebraron 179.107 matrimonios, un 20,5% más respecto a 2021, la cifra más alta de los últimos diez años. Ordenar la situación administrativa de los cónyuges, de cara cobrar posibles pensiones o a eliminar problemas en el reparto de la herencia, es una de las razones de este 'boom' nupcial. El INE, sin embargo, aún no cuantifica cuántos de estos nuevos casados viven juntos o han decidido seguir viviendo como solteros.
En el mundo anglosajón, relaciones como las de Irene Villa o Cristina Rodríguez se llaman LAT, siglas de 'Living Apart Together'; es decir, vivir juntos pero separados, una definición que explica prodigiosamente el concepto: tener el compromiso de compartir la vida, en lo bueno y en lo malo, pero sin compartir lugar de residencia.
Realmente, muchos matrimonios han vivido así en la práctica por circunstancias externas, fundamentalmente por el trabajo de uno de los cónyuges. Es el caso tanto de Irene Villa como de Cristina Rodríguez. Sin embargo, lo que parecía una tendencia motivada por razones profesionales, es ahora una manera de vivir en pareja. "En la última década o dos se ha convertido más en una opción de estilo de vida. Ya no es porque no puedes vivir con tu pareja, es porque estás escogiendo no querer vivir con ella", explicaba recientemente en la BBC Vicki Larson, coautora del libro 'El nuevo 'sí, quiero': reformando el matrimonio para los escépticos, realistas y rebeldes'.
La propia Larson es una LAT: "Después de mi divorcio, tenía claro que no quería casarme. No veía razón alguna para hacerlo. Sí quería tener una relación romántica, una pareja, pero eso no implicaba verlo 24 horas, siete días a la semana. Quiero que cada uno tengamos nuestro espacio y vernos cuando queramos de la manera que queramos", explica la propia Larson en el podcast 'The Open Nesters', algo así como 'Los del Nido Vacío', en alusión a las familias cuyos hijos van independizándose.
Para la escritora y periodista, el movimiento LAT ha sido impulsado en parte por mujeres. Muchas de ellas, como ella misma, estuvieron casadas en su día y no quieren repetir la experiencia. A diferencia de épocas anteriores, con un concepto de envejecimiento cada vez más activo, la edad ya no es una rémora para tener nuevas pasiones Pero las jóvenes también se declaran a favor porque consideran que vivir así otorga mayor independencia.
Al mismo tiempo, tener estilos de vida distintos, con horarios laborales diferentes puede ser un aunténtico rompecabezas para un matrimonio convencional. En muchos de ellos se ha empezado por disponer de baños separados para no molestar al otro y, en casos más extremos, se llega al 'divorcio' de camas. Cuando hay opción de disponer de dos casas, un paso más es que cada uno se quede en su casa.
Lo cierto es que compartir casa no implica necesariamente interactuar con el otro ni mucho menos interactuar bien. Muchos matrimonios bromean con que estar casados es "hablarse a gritos de una habitación a otra". En una convivencia prolongada no todas las horas son felices y en esas horas-valle, en las que no pasa nada, pero hay que solucionar muchos asuntos de la vida doméstica surgen roces y conflictos, los mismos que crean el caldo de cultivo perfecto para el desgaste de la relación.
Larson y otros expertos señalan que las parejas que viven separadas cuidan más la relación: se ven cuando realmente quieren, de manera consciente. Es como tener lo mejor de los dos mundos: la intimidad perfecta sin los sinsabores de la vida doméstica.
Con todo, las parejas que deciden vivir así su matrimonio no piensan solo en términos románticos. A partir de los 40 y tantos, es normal tener un domicilio estable. Muchas de estas parejas miran con lupa cómo va a cambiar sus finanzas antes de dar el paso de compartir techo.
Si se dispone de una vivienda en propiedad o unas buenas condiciones de alquiler, no es raro que no se quiera cambiar a una nueva hipoteca o una nueva renta. Disfrutar de un hogar en el que sentirse a gusto es una tarea que puede llevar años. Una vez conseguida, ¿por qué habría que cambiarse para tener una vida quizá menos plácida, más aburrida y más cara?