A punto de empezar la entrevista, Román entrelaza sus dedos con los de Esther buscando su complicidad. Ambos están a punto de cumplir 82 años y se enamoraron hace hace apenas dos. Antes hubo una amistad de 52 años, tantos como los que tienen sus respectivos hijos mayores. Se emocionan y les cuesta hablar. Aún no pueden creer que estén haciendo esto, compartiendo su historia para un medio de comunicación. Ruegan discreción absoluta, anonimato y respeto. Rompe el silencio Román, odontólogo jubilado "Amarse a los 80 significa ir buscando el beneplácito a cada paso, enfrentarse a la incredulidad de hijos y nietos y someterse a continuos juicios de valor", dice.
Esther asiente y añade: "Nunca se me ocurriría cuestionar a mis hijos cuando se enamoran. ¿Por qué lo mío levanta tal suspicacia?" A pesar de saberse sentenciados, esta pareja tiene la generosidad de explicarnos cómo es enamorarse con 80. Es necesario hacer una pequeña cronología. La esposa de Román, fallecida hace dos años a causa de un cáncer, era matrona y atendió los dos últimos partos de Esther. Casualmente, vivían en el mismo bloque, en la calle María de Guzmán, de Madrid. Sus respectivos hijos nacieron más o menos en las mismas fechas. "Nació una relación profunda, con muchos momentos de complicidad, inquietudes e intereses en común. La amistad se amplió al resto de la familia. Han sido 50 años de unión casi fraternal entre las dos familias, con viajes, vacaciones y comidas familiares", cuenta Esther.
El diagnóstico de cáncer de la mujer de Román, a los 75, fue un tsunami que descolocó por completo a estas dos parejas desde sus cimientos. Esther y su marido se distanciaron. De repente, eran dos desconocidos y poco después de la muerte de la amiga, él rehabilitó un viejo apartamento heredado y se mudó. Para Esther fue un doble mazazo difícil de asimilar, más duro aún por la soledad derivada de la pandemia. También para Román fue un golpe. Viudo y separada hablaron, se consolaron, se secaron las lágrimas uno al otro y se prometieron apoyo incondicional.
A partir de ahí, todo se precipitó. Después de muchas conversaciones, empezamos a sentir una necesidad de estar juntos que iba más allá de huir de la soledad. "Tengo hijos, amigos y otros familiares. Con nadie más me sentía como con ella, nadie más despertaba eso que, con mucho miedo, empezaba a sentir. Soy viejo, pero distingo bien la emoción del enamoramiento", dice Román.
Esther asiente de nuevo. Sus sentimientos son los mismos. La emoción le anima a cuidarse y a gustarse frente al espejo. "Nos amamos -confirma- y no es la desesperación de la soledad, ni la ansiedad por llenar un vacío. El hueco que han dejado nuestras parejas, por circunstancias diferentes, no se va a llenar nunca. Hemos pasado nuestro tiempo de duelo y lloramos la pérdida, pero tenemos derecho a seguir viviendo desde esta nueva situación".
Todo ocurrió de forma inesperada, pero auténtica. "Al principio quisimos negarnos a nosotros mismos lo que ya era evidente, nos sentimos culpables de amarnos y de traicionar nuestra confianza e intentamos evitarnos, obviar nuestro deseo, hacer caso omiso a nuestra atracción y a esas mariposas que, aunque parezca mentira, vuelven al estómago incluso cuando tienes 80". Hablan como si necesitasen justificar su amor, como si estuviésemos quebrantando esos principios de sensatez, mesura, realismo y serenidad que se espera de las personas mayores.
Román se ha mudado a casa de Esther y han cambiado parte del mobiliario. Es un hogar nuevo en el que han decidido que es importante marcar bien el espacio personal de cada uno y esos momentos de privacidad reservados, por separado, a sus aficiones, familias y amigos o, simplemente, a estar consigo mismos. A pesar de esta claridad, los hijos de Esther sospechan que él busca en ella el rol de ama de casa, una señora que gestione la cocina, la limpieza y la compra. Los hijos de Román creen que ella no es capaz de vivir sin alguien a su lado y busca en él "animal de compañía". Sus comentarios son muy dolorosos. La pareja admite que todo ha sido muy precipitado, pero cada día cuenta y no van a dejar que les empañen ni un solo instante de esta etapa dulce y romántica que han emprendido juntos.
"Cuando nos aconsejaron que no corriésemos porque nos podíamos estrellar, nos reímos. ¿Cómo puedes decir eso a una persona de mi edad? ¿A qué tengo que esperar?", se pregunta Román. Están disfrutando. Viajan, caminan, practican Pilates y escuchan música. A ella le gusta Alejandro Sanz. Él es más de Dire Straits, aunque últimamente le ha dado por escuchar bachata y está fascinado con Rosalía. Después de comer, echan la partida igual que hacían antes, aunque ahora el grupo se haya partido en dos. Juntos han recuperado rutinas y viven con rapidez, pero deleitándose en la lentitud de las horas. Nadie puede recuperar el pasado. Se han dado permiso para amarse y no esperan el de nadie más.
Varios informes coinciden en que casi una cuarta parte de los adultos de 65 años o más sufre aislamiento social. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología calcula que más de 2,5 millones de personas mayores podrían sentirse solas en España. El aislamiento social y la soledad pueden aumentar casi un 50% el riesgo de demencia y deterioro cognitivo, consumo de alcohol, peor calidad del sueño, ansiedad, enfermedad cardiaca y cerebrovascular y otras afecciones graves. Esta circunstancia, y no un amor como el que viven Esther y Román, es un problema de salud pública. Para la Academia Americana de Psicología la soledad a estas edades puede ser tan dañina como fumar 15 cigarrillos diarios.
Quizás para esta pareja habría sido más fácil continuar con esa amistad de cuatro décadas, pero se han negado a renunciar a un amor que definen "completo e intenso". No es el amor ciego adolescente, pero hay sensualidad, atracción e intensidad. Si es difícil el amor, más aún es pensar en esta pareja como personas sexuales porque aquí los prejuicios se multiplican. Ellos lo viven como una etapa de descubrimiento. Por motivos distintos, sus vidas sexuales en el matrimonio estaban muertas. Ahora hay ganas e incluso se extrañan de tener sus libidos en un nivel tan alto.
El sexo a los 80 no debería resultar raro, ni tierno; solo natural
La sociedad habitualmente niega la sexualidad en la vejez. Ricardo Iacub, psicólogo experto en Gerontología y autor de 'Erótica y vejez', ha recogido numerosos testimonios de personas que han vivido una experiencia similar a la de esta pareja y asegura que la emoción más común es la de intensidad. El resultado de sus investigaciones brinda una buena razón para deducir que palabras como erotismo y deseo no deberían desparecer nunca de la vida de los mayores.
Sus encuestados dejan claro que el sexo a esta edad no es raro, ni negativo, ni incómodo, ni intimidante, ni mucho menos ridículo. Ni siquiera podría calificarse de tierno, sino natural. Sucede y se acopla a los cuerpos, a las dificultades, a los estímulos y al deseo que, en el caso de Esther y Román, dicen que es mucho. La erótica es el gran elemento diferenciador, según Iacub, con respecto a otras redes de ayuda o acompañamiento. "Ni los hijos ni nadie brinda el apoyo que da una pareja", concluye.