Numerosas parejas de larga duración que en principio no tenían interés en el matrimonio acaban casándose por cuestiones prácticas. Hablamos con varias de ellas sobre cómo han afrontado el paso y la forma en que estos papeles han alterado su estado mental para mejor.
Lola tiene 63 años y se casó hace dos con Antonio, que tiene 58 y es su pareja desde 1989: "Llevábamos casi 25 años juntos y siempre pasamos un poco de ese tema, no nos van las formalidades ni las ceremonias ni nada de eso. En varios momentos hablamos de la posibilidad de casarnos pero como a ninguno le importaba demasiado lo dejábamos ir, hasta que llegamos a una etapa en la que nos parecía que estábamos arriesgando demasiado sin necesidad. Mucho tardamos porque no tiene nada que ver con el romanticismo sino con la responsabilidad. Si a alguno le pasaba algo el otro se quedaba vendido, teníamos una propiedad a medias, había otros familiares que se podían implicar en un caso remoto pero posible, está el asunto de las pensiones, es que son varias cosas importantes las que se cruzan y que se solventan con una gestión".
Desde entonces el estado de ánimo de Lola ha mejorado más incluso de lo que esperaba: "Ha sido una decisión fantástica. Ni hicimos fiesta ni invitados ni movidas, lo justo en el Ayuntamiento con el par de testigos que hace falta, a comer y a casa, y no te imaginas el peso que nos hemos quitado de encima. Desde ese día duermo mejor, vivo más tranquila, no me daba cuenta de la inquietud que me entraba a veces hasta que me la quité. Lo comentamos muchas veces Antonio y yo, que esperamos demasiado y que menos mal que ya estamos tranquilos".
Y lo recomienda sin dudar: "Si es una relación larga y asentada en la que se comparte la vida me parece una tontería no asegurarse porque nunca se sabe lo que puede pasar, y si pasa a veces ocurren cosas inesperadas contra las que es mejor protegerse, que la gente se pone muy rara cuando es cuestión de repartirse un botín, es muy duro pero es así, en el camino te vas dando cuenta de que no sólo es posible sino que es común que la gente pierda los principios y los modales por movidas de herencias. Yo estoy en la gloria, hemos hecho lo correcto y no me cabe duda".
A los 26 años, Maria Luisa fue madre soltera y desde los 29 vive con Ángel, que ha ejercido el papel de padre para su hijo y ha sido un compañero inseparable durante décadas. Hace dos años que se casaron y así se siente al respecto: "Al principio nos echaba para atrás lo del matrimonio, lo asociábamos con una actitud conservadora, hortera y pija, aunque nos dimos cuenta de que podía tener sus ventajas y sí empezamos a pensar en casarnos por el juzgado cuando éramos más jóvenes, al principio medio en broma y luego la idea fue cogiendo fuerza poco a poco".
Hasta que dieron el paso y lo planearon todo: "Cuando lo decidimos fue una cosa sencilla, mi hijo y su novia fueron los testigos, hicimos un convite de menos de 30 personas con algunos familiares y amigos allegados en un restaurante cercano y ya está, pero lo tranquilos que nos hemos quedado eso sí que es grande. Por cuestiones de papeleo, tanto de pensiones como de herencia, lo más seguro y conveniente era que nos casáramos y que Ángel adoptara a mi hijo con todas las de la ley. Llegó un momento, pasando mi hijo los 30, en que a los tres nos empezó a inquietar la cuestión de dejar los cabos bien atados. Lo típico, es muy feo pensar en la posibilidad de que a mi marido o a mí nos pase algo, pero si pasara lo que faltaba es que nos cogiera desprevenidos y sin poder hacer nada, imagínate que tuviera que lidiar mi hijo con una situación trágica y sin que figure su relación en ninguna parte, como si no fuera suficiente tener un disgusto para encima echarle otro. Así que ese mismo año empezamos a gestionar los trámites de la adopción y unos meses después estuvo todo en orden. A los tres nos ha sentado bien. Si no fuera por cuestiones prácticas no nos lo hubiéramos planteado, a ninguno nos hacía ilusión, no significa nada sentimentalmente, pero siendo así las reglas del juego está claro que resulta útil".
Andrés y Mónica han vivido una situación bastante parecida: "Llevamos juntos desde que yo tenía 25 y él 29", explica Mónica, que ahora tiene 66, "y tenemos una hija juntos que ha cumplido ya 35, pero lo de casarnos siempre lo comentábamos de pasada. Él siempre dijo que cuando quisiera lo hacíamos, pero no parecía especialmente interesado, y en aquel momento (me lo dijo cuando rondábamos los 40) no me lo tomé muy en serio, pensé que no era mala idea pero me daba pereza, no sabía cómo enfocarlo y lo dejé pasar".
Pero una década después la idea regresó con fuerza: "A los 55 más o menos hablando con una amiga un día el tema volvió y me entró un gusanillo diferente, vi que ya era hora, que teníamos que hacerlo. De repente mi perspectiva había cambiado y me parecía algo totalmente necesario, incluso urgente. Hablé con Andrés y con nuestra hija y los dos estaban de acuerdo en que cuanto antes mejor. Arreglamos los papeles que hacían falta y pedimos cita. Reconozco que me dio un poco de vergüenza porque no me veía en una boda, pero normalmente todo el mundo entiende las ventajas y recibí mucho apoyo de mis familiares y amigos. Alguna amiga más fantasiosa me empujaba a aprovechar para hacer una gran fiesta, comprarme un vestido espectacular… lo típico, pero me horrorizaba la idea. Días después organizamos una barbacoa como cualquier otra y brindamos por ello, fue lo único, pero recuerdo un ambiente especialmente bueno, muy relajado, como si nos hubiéramos librado de una amenaza un poco difusa pero amenaza al fin y al cabo. Y bueno, es que si lo piensas es justo lo que había pasado".
Para Carmen y Toñi, de 56 y 61 años respectivamente, esa amenaza era algo muy real: "Llevábamos viviendo juntas casi 20 años y lo compartíamos todo", relata Toñi, "y todavía había una parte de mi familia que veía con malos ojos nuestra relación. Mi hermana lo hubiera respetado, pero pensar que si a mí me pasaba algo mi hermano podía meter las narices en nuestra casa y fastidiar a Carmen en un momento ya de por sí doloroso se volvió insoportable. Al acercarme a los 60 me empecé a emparanoiar mucho con esa posibilidad y e insistí en que había que empezar a gestionarlo inmediatamente. Y aparte está también la ventaja de las pensiones por viudedad, que da pena pensarlo pero es que te cambia la vida. Me ocupé yo misma y hasta montamos una fiestecita con amigas y amigos, fue hace dos años y medio. Todavía a veces tengo la típica pesadilla con que pasa una desgracia, que durante una época las tenía muy a menudo, y cuando me despierto siento un alivio brutal".