Fiel a su discreción, Melania aún no ha compartido su decisión con respecto a su matrimonio con Donald Trump, pero los cronistas intuyen que habrá divorcio. Los rumores en la prensa estadounidense se precipitaron inmediatamente después de la derrota en las urnas. ¿Cómo quedará económicamente ella? Hace solo unos meses, su exasesora y amiga Stephanie Winston Wolkoff reveló en su libro 'Melania and me' que Melania pidió a su marido la revisión del contrato prematrimonial tras ser elegido presidente, en 2016, asegurándose condiciones más favorables en caso de divorcio que las esposas anteriores, tanto para ella como para su hijo Barron. En la negociación, según la autora, la mujer del presidente saliente puso sobre la mesa unas grabaciones machistas de su marido muy comprometedoras. Lo que quedó intacto fue la cláusula de confidencialidad similar a la que firmó Marla Maples, su segunda esposa, que le obligaría a guardar silencio.
No parece demasiado romántico hablar de acuerdo prematrimonial cuando uno está pensando en boda, pero seamos realistas: el matrimonio, poco amigo de promesas, tiene fácil disolución y, si son segundas o terceras nupcias, suele haber mucho en juego. Helen Rowland, una carismática columnista estadounidense del siglo pasado, solía decir que la novia que se casa por segunda vez no viste velo para ver bien lo que se está llevando. Tampoco el novio. La mejor alegoría la ha escrito Donald Trump con sus tres matrimonios.
Los sucesivos acuerdos prematrimoniales del flamante presidente derrotado parecen más una prolongación de su ego narcisista para blindarse frente a la mujer que un acto amoroso. Después de la experiencia con su primera esposa, Ivana Zelnicek, debió de pensar que a la fuerza ahorcan. Redactaron al menos cuatro y ninguno convenció a Ivana, quien quiso impugnar, sin éxito, los términos para recibir la mitad de los miles de millones de dólares que había en las arcas de Trump.
Con María Maples, su segunda mujer, fue más precavido. Después de muchas discusiones, ella aceptó firmar justo un día antes de la boda un acuerdo en el que se comprometía a no recibir más que un millón de dólares en caso de divorcio y a no hablar jamás en público de su relación. Aunque no trascendieron demasiados detalles de su contrato con Melania, tercera en discordia, se sospecha que es similar. Después de su travesía por las notarías, Trump se atreve a declarar lindezas machistas como esta: "Hay tres tipos de mujer. La que ama a su marido y se niega a firmar el acuerdo prematrimonial por principios. Muy loable, pero no la quiero. La segunda es la que lo tiene todo calculado y solo quiere sacar tajada de un idiota. La tercera es la que se conforma y acepta porque prefiere el pelotazo rápido".
En este vaivén de arreglos, la figura del abogado es singular. Podemos hacernos una idea con el personaje que representa Laura Dern en 'Historia de un matrimonio', inspirado en la popular defensora Laura Wasser, auténtica abogada del demonio en Hollywood. Su planteamiento es sencillo: si el matrimonio es de por sí un contrato, ¿por qué no reescribirlo antes satisfaciendo las necesidades y preferencias de la pareja?
¿Qué dice el abogado?
Lo cierto es que, a pesar de que las segundas nupcias cada vez son más escasas, crecen las parejas que deciden firmar un acuerdo prematrimonial. Nos lo confirma el abogado de familia Diego Muñoz Fumanal, a quien recurrimos para que nos aclare si conviene o no firmar un contrato prematrimonial y si hay riesgo de que la simple proposición haga que el amor salte en pedazos. "Suele ser común -responde- en parejas en las que hay hijos de matrimonios anteriores o donde existe un patrimonio importante, un negocio familiar o perspectivas de recibir una herencia. También cuando entre los contrayentes media una gran diferencia de edad".
En cuanto a si sembraremos sospecha al plantear nuestras condiciones, su opinión es contundente: "La ruptura es una posibilidad que siempre acecha, si nos atenemos a las estadísticas. Es lógico que se establezcan unas medidas económicas cuando es un segundo matrimonio y los hijos llegan de uniones anteriores. Por otra parte, las capitulaciones prematrimoniales son más coherentes con la sociedad actual, puesto que las condiciones económicas del hombre y de la mujer están más equilibradas que en otros tiempos. Hay que perder la vergüenza para hacerlo".
A Muñoz Fumanal no le cabe duda de que es una buena decisión: "El acuerdo prematrimonial no va a interponerse en la relación. Si hay divorcio, facilita y agiliza el proceso y la liquidación del patrimonio. Tiene pleno efecto y, cuanto más simple, más fácil es que se ejecute". Según la Academia Estadounidense de Abogados Matrimoniales, el 62% de los abogados observa un aumento creciente de los acuerdos prenupciales. En Europa aún no se estilan demasiado. En España, una de cada cuatro parejas, según el Centro de Información Estadística del Notariado, las firma, aunque la mayoría se reduce a la separación de bienes.
Estos acuerdos son las llamadas capitulaciones matrimoniales y están regulados por el Código Civil. Muñoz Fumanal arroja algún detalle más: "Regulan cualquier medida de carácter económico durante el matrimonio y, en caso de divorcio, dejan claros los términos de la separación. Las decisiones con respecto a los hijos menores pierden valor porque es el juzgado competente quien deberá determinar finalmente la guarda y custodia, el régimen de visitas y la pensión de alimentos".
"Los detalles de las capitulaciones -añade el experto- los va trazando la pareja, marcando, por ejemplo, una indemnización a favor de uno de los cónyuges en caso de divorcio o describiendo en qué términos se puede vender a un tercero un bien común. La ventaja es que se acuerda y se firma en unas condiciones de cordialidad, lo que hace presuponer buena fe en su contenido".
Nuestro Código Civil anula de inmediato cualquier estipulación contraria a la ley, las buenas costumbres o que limiten la igualdad de derechos. En general, admite pocas ocurrencias y cláusulas extravagantes, aunque las nuevas tecnologías prometen animar este campo. Empieza a ser frecuente dejar a salvo la protección intelectual de una aplicación o un concepto tecnológico aún sin ejecutar. Es la mejor señal de que no hace falta ser ni rico ni famoso para dejar las cuentas claras antes de volver a pasar por el altar.