Perdonar o no una infidelidad: cuatro experiencias y cuatro decisiones muy distintas
A veces es un desliz; otras, una relación en toda regla; en ocasiones, un simple coqueteo. Cada pareja decide qué significado tienen estos comportamientos en su vida íntima. Algunas de ellas comparten en 'Uppers' cómo lo han vivido
Un estudio de 2018 para el Huffington Post sobre los cuernos en España desvelaba que solo una de cada tres personas mayores de 55 años dejaría a su pareja tras una infidelidad
Infidelidad: cómo descubrirla, cómo perdonarla y cómo superarla. Cada historia tiene sus peculiaridades pero ayuda saber cómo ha sido el proceso en otras parejas
No hay un concepto cerrado de infidelidad, todo depende de qué definición y nivel de gravedad le dé cada núcleo sentimental. Algunas personas pactan que lo importante no es el sexo, sino el amor. Para otras, nada es tan esencial para mantener la confianza como la exclusividad en el contacto carnal; las hay también que no ponen límites de ningún tipo siempre que fluya la comunicación y las que prefieren no saber nada. Las posibilidades son múltiples y sobre ello hemos hablado con diferentes hombres y mujeres que se enfrentaron a situaciones que consideraron infidelidad. A veces se supera, a veces no.
Infidelidad perdonada y superada
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Eugenia tenía 55 años cuando se enteró de que su marido Arturo, de 56, tenía un romance secreto. "Fue por lo típico, se dejó el móvil en el sofá, yo estaba allí sentada y empezaron a llegar mensajes. Nunca he sido celosa ni le he registrado pero fue imposible no verlo. Eran mensajes de una mujer propios de pelea de enamorados, reprochando cosas. Pensé que igual era un error pero lo llamaba por su nombre y no había duda. Fue muy doloroso, no me lo podía creer. Estaba decepcionadísima".
No se trataba de algo ocasional, sino de una historia con cierta trayectoria. "Fui a hablar con él teniendo claro que había tenido algo", cuenta Eugenia, "lo que me interesaba era saber durante cuánto tiempo y cómo de importante era. Me lo contó y para mí fue la peor opción posible, una aventura en toda regla con una compañera de un taller al que se había apuntado. Casi seis meses inventándose cuentos para quedar con ella, comidas, cenas y hasta un viaje. Relaciones sexuales, sentimentales, todo. Estaba triste pero también enfadada, pero por otro lado estaba que ella mandaba mensajes como una posesa porque él había querido acabar con la relación".
Al parecer aquel detalle resultó de importancia para Eugenia: "Sentí que su arrepentimiento y su conciencia de haber metido la pata eran verdaderos, que ya se había dado cuenta él solo, así que creo que yo fui comprensiva dentro de lo que cabe y no llegamos a separarnos ni nada aunque por un momento me lo planteé. Fue difícil, tenía mucha rabia acumulada y la convivencia se resintió. La confianza también estaba bastante perdida y sentía que él tenía que volver a ganársela, cosa que poco a poco ocurrió. Ya hace dos años y es agua pasada. Él se ha esforzado mucho y hemos vuelto a llevarnos bien".
Dentro de una relación deteriorada
El caso de Blanca fue distinto. Tenía 45 años cuando le contaron que su marido, de 52, le había sido infiel: "Me lo contó un amigo común. Habían estado juntos tomando algo por ahí la noche antes y mi entonces marido, después de unas copas, le había entrado a varias mujeres y se había acabado yendo con una como si nada, sin importarle que lo vieran siquiera. Nuestro amigo, o a día de hoy mío porque su relación también se rompió, estaba horrorizado. Le llamó la atención por su comportamiento durante la noche y me contó que mi ex había respondido en tono chulesco, diciendo que aquello no era importante y amenazando con que si se chivaba tendría problemas".
Las amenazas no amedrentaron al amigo de Blanca, que habló con ella al día siguiente muy alarmado por lo que había presenciado: “Me sorprendió que llegara tan lejos en cuanto a poca vergüenza pero me encajaba perfectamente con una actitud suya que había ido creciendo con los años de irresponsabilidad y chulería, la relación estaba bastante deteriorada en gran parte por eso y era un círculo vicioso.
Fui a hablar con él muy indignada y asqueada. Se sintió acorralado y no se atrevió a negarlo, aunque pidió perdón, dijo que era una mala racha, dio varias excusas pero para mí estaba todo perdido. Me pareció que no era algo ocasional, me encajaba que llevara tiempo con ese plan y me pareció una falta de respeto enorme a todos los niveles, imposible de arreglar. Perdió toda mi confianza y mi respeto también”.
Una convivencia triste que acaba en separación
Las cosas no están siempre tan claras como en el caso de Blanca. Aunque Fernando y Dulce, de 56 y 60 años, intentaron superar la adversidad, se hundieron en dudas y no consiguieron reparar el daño. "Me contó a posteriori que había tenido una aventura con un conocido común", relata Fernando, "que había durado poco más de un mes pero que se había dado cuenta de que era una locura y la había terminado. Quise comprender y perdonar pero no conseguí digerirlo. La convivencia se volvió triste, siempre con el tema flotando aunque no se hablara. A mí me daba la sensación de que ella echaba de menos cosas de aquella aventura. El caso es que no nos recuperamos y después de un año decidimos separarnos. Ahora tenemos una relación un poco distante pero cordial y nos guardamos mucho respeto y cariño".
Del mundo virtual al mundo real
Sobre los límites en la concepción de la infidelidad ha pensado bastante Marisa, de 58, que hace algo más de una década se encontró que su pareja y ella estaban entrando en un bucle diario de conversaciones con desconocidos en internet que al final no eran tan desconocidos. "Mi pareja y yo nos enganchamos a chatear con desconocidos", recuerda Marisa, "era una afición que compartíamos y a la que no dábamos mucha importancia, pero llegó un momento en que se volvió muy absorbente. El paso de mandarnos fotos nos empezó a inquietar porque ya era gente real".
El intercambio de imágenes hizo que aquellos desconocidos se volvieran humanos tangibles y eso terminó de cambiar el prisma con que veían la situación. "Nos empezamos a dar el teléfono con otros hombres y mujeres sin darle importancia pero nos dimos cuenta de que no nos hacía gracia que el otro lo hiciera. Se estaba volviendo un coqueteo en toda regla que nos incomodaba. Lo hablamos, vimos que aquello era una chiquillada que nos estaba alejando y lo cortamos de raíz. En principio estábamos cómodos y alegres pero le dimos vueltas y cambiamos de opinión. A los dos nos hacía sentir celosos porque, aunque no hubiera contacto físico, había sentimientos de por medio y a veces un flirteo descarado. Nunca hemos tenido interés por plantear una relación abierta, así que cerramos el capítulo sin más, no supuso un gran problema".
En ocasiones, cuando el acuerdo se rompe, con voluntad la situación se restaura. Otras veces no hay manera. También nos encontramos con que lo que nos parecía aceptable en principio deja de hacer gracia y viceversa. Cada historia es un mundo donde cada persona establece sus definiciones y límites. Lo único claro es que la comunicación es clave.